jueves, 15 de septiembre de 2011

La verdad oculta tras la guerra de Irak: Green Zone. Distrito protegido, una película de Paul Greengrass

La última película hasta la fecha del alabado director británico supuso su tercera colaboración seguida con uno de los actores de Hollywood de más éxito del momento: el bostoniano Matt Damon (Invictus). En el año de su estreno Green Zone fue una de las películas más descargadas por el gran público y sin embargo fue incluida por la revista Forbes en una lista de las diez peores películas del año atendiendo a criterios económicos. Un fenómeno interesante pero nada sorprendente, si tenemos en cuenta la temática de la historia y el poco feeling que demuestra el público norteamericano ante situaciones parecidas de su historia más reciente cuando son llevadas a la pantalla, en especial si contienen un alto tono de crítica.

La guerra de Irak está a punto de acabar (año 2003) o al menos eso ha anunciado el presidente Bush, aunque todavía hoy en día sigan empantanados en el país de Oriente Medio. El teniente Miller, al que interpreta de manera convincente Matt Damon, es uno de los cabecillas a la hora de ir a comprobar los lugares secretos donde se supone que el ejército irakí guardaba sus armas de destrucción masiva. Las continuas misiones son un fracaso tras otro, hasta que el teniente Miller empieza a indagar por su cuenta y a descubrir una serie de extrañas y complicadas situaciones.

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En 2010 se produjo el estreno de esta producción basada en un libro periodístico: Vida Imperial en la Ciudad Esmeralda: Dentro de la Zona Verde de Irak. El guionista Brian Helgeland –en este blog ya ha aparecido con motivo de sus historias en Robin Hood, El circo de los extraños o L.A. Confidential. Además ha trabajado con Clint Eastwood en Mystic River y Deuda de sangre y su película más lograda como director, de una corta filmografía, es Payback, junto con Mel Gibson de protagonista- se encarga de su adaptación con una historia que tras su visionado queda bastante clara, teniendo en cuenta que este tipo de cine donde los servicios secretos, la CIA y las diferentes facciones del ejército norteamericano tienen protagonismo pueden quedar algo confuso.

Una vez que Miller expresa su desacuerdo a sus mandos superiores sobre la información facilitada por Inteligencia, que no les lleva a ninguna parte, un agente de la CIA en Bagdad se pone en contacto con él para iniciar una colaboración que les lleve a desentrañar tal misterio. Martin Brown está interpretado por el irlandés Patrick Gleeson –famoso por su papel de Ojo-Loco en la saga de Harry Potter y con muchísimas interpretaciones en películas que tocan el tema irlandés- formando con Miller un equipo que se opondrá frontalmente al enviado del gobierno Clark Poundstone, auténtico cabecilla de la operación que planea situar al frente del país a un exiliado al que no quiere nadie. Greg Kinnear se ocupa de este papel, todo manipulación y política.

Pronto las averiguaciones en el terreno de Miller, junto con la ayuda de una reportera con información privilegiada interpretada por Amy Ryan –aparecía en El intercambio, pero es más conocida por uno de los papeles secundarios de la serie The Wire- le llevan a una peligrosa conclusión: que la existencia de las armas de destrucción masiva no es sino una invención de su propio país para invadir Irak y del que el público norteamericano no tiene ni idea.

Pronto la película da un giro más hacia la acción, ya que dicha información se encuentra en poder de un general de Saddam todavía a la fuga al que ambas facciones están buscando: una para que corrobore los datos y salga a relucir la verdad y la otra para eliminar un cabo suelto que puede perjudicarles.

Junto con la música de John Powell –cuarta colaboración con el director tras las dos de Bourne y United 93- no tan inspirada sin embargo como las partituras creadas para el asesino amnésico y con un color especial que da un tono muy personal a la imagen, teniendo en cuenta que una gran parte de la acción se desarrolla en medio de la noche en callejuelas mal iluminadas; Greengrass se las apaña para ser fiel a su estilo de planos cortos y rápidos y así mostrar una acción dinámica sin que el espectador pierda mucho detalle, si bien hay que admitir que no hay que distraerse lo más mínimo. Aunque el resultado final es entretenido y en ningún momento la película se hace pesada, su equilibrio está muy lejos de los logros anteriores del director.

No ya por el tema, que es todo un cenagal y además demasiado reciente –la película se estrenó en el año 2010- sino que lo que en un principio parece que va a ser un thriller político en un marco bélico moderno pronto se convierte en una película de acción, repleta de tiros y carreras, escenas muy logradas y bien ejecutadas pero que no acaban de casar con lo anterior. Por otro lado se echa en falta cierta profundidad para explicar tanto la situación política de Irak como las maniobras de los americanos. Por momentos la cosa parece que es culpa del personaje de Kinnear, cuando eso es del todo imposible. Por otro lado el personaje iraquí que hace las labores de traductor es demasiado cargante y su aparición final, convirtiéndose en pieza clave de la resolución está un poco cogida por los pelos.

Aun así aprecio el valor y el empeño de Greengrass por llevar a buen término este proyecto, muy crítico con la intervención norteamericana en Irak, desde el punto de vista de la dirección de los mandos políticos –la serie de la HBO Generation Kill se encargaba, con todo el realismo posible, de dar una visión de los soldados y de los mandos militares que entraron en conflicto, dejando de lado la política-. Muy difícil que, pese a sus 100 millones de presupuesto, se convirtiera en un éxito de taquilla. Ni siquiera la crítica, que tenía al director en un pedestal, le prestó especial atención. Me recuerda a lo ocurrido hace poco tiempo con el estreno de otra producción parecida como fue La guerra de Charlie Wilson, solo que esta vez la situación política era la Afganistán invadida por los rusos. El periodismo, ese que suelta la noticia de inmediato tras echar mano de un informe y sin ni siquiera corroborar la información también tiene su dosis de crítica destructiva.

No es una película perfecta ni mucho menos, pero interesante por lo que plantea: que la desastrosa política exterior norteamericana de los últimos años obedece a una estrategia y a una razón determinada; una visión crítica del ejército y de los constantes enfrentamientos entre diferentes facciones y grupos de inteligencia –lo dice Damon en un momento y lo corrobora Gleeson: creían que todos estaban en el mismo equipo, pero no es así- y como la mayoría de las veces, pese a tener la solución más lógica al alcance de la mano, ésta es dejada de lado por los intereses privados y personales.

Gana en los momentos más movidos, cuando la cámara de Greengrass empieza a funcionar pero queda un resultado algo flojo, como si se hubiese quedado a medias y sin lograr que funcionen las dos partes bien diferenciadas de la historia: la física y la política. Pero eso no deja de lado que sea interesante esta visión sobre uno de los conflictos bélicos más recientes.

Mención aparte merece el hecho del rechazo a la película en taquilla. Ya comenté cuando hablé de Starship Troopers que este tipo de críticas al propio sistema norteamericano no suelen funcionar y Green Zone, por desgracia, no fue una excepción. Como nota curiosa, parte de la grabación se produjo en España y en Marruecos. 

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