La guerra de Irak está a punto de acabar (año 2003) o al
menos eso ha anunciado el presidente Bush, aunque todavía hoy en día sigan
empantanados en el país de Oriente Medio. El teniente Miller, al que interpreta
de manera convincente Matt Damon, es uno de los cabecillas a la hora de ir a
comprobar los lugares secretos donde se supone que el ejército irakí guardaba
sus armas de destrucción masiva. Las continuas misiones son un fracaso tras
otro, hasta que el teniente Miller empieza a indagar por su cuenta y a
descubrir una serie de extrañas y complicadas situaciones.
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En 2010 se produjo el estreno de esta producción basada en
un libro periodístico: Vida Imperial en la Ciudad Esmeralda: Dentro de la
Zona Verde de Irak. El guionista
Brian Helgeland –en este blog ya ha aparecido con motivo de sus historias en Robin Hood, El circo de los extraños o L.A. Confidential. Además ha trabajado con Clint Eastwood en Mystic River
y Deuda de sangre y su película más lograda como director, de una corta
filmografía, es Payback, junto con Mel Gibson de protagonista- se
encarga de su adaptación con una historia que tras su visionado queda bastante
clara, teniendo en cuenta que este tipo de cine donde los servicios secretos,
la CIA y las diferentes facciones del ejército norteamericano tienen
protagonismo pueden quedar algo confuso.
Una vez que Miller
expresa su desacuerdo a sus mandos superiores sobre la información facilitada
por Inteligencia, que no les lleva a ninguna parte, un agente de la CIA en
Bagdad se pone en contacto con él para iniciar una colaboración que les lleve a
desentrañar tal misterio. Martin Brown está interpretado por el irlandés
Patrick Gleeson –famoso por su papel de Ojo-Loco en la saga de Harry Potter y con muchísimas interpretaciones en películas
que tocan el tema irlandés- formando con Miller un equipo que se opondrá
frontalmente al enviado del gobierno Clark Poundstone, auténtico cabecilla de
la operación que planea situar al frente del país a un exiliado al que no
quiere nadie. Greg Kinnear se ocupa de este papel, todo manipulación y
política.
Pronto las
averiguaciones en el terreno de Miller, junto con la ayuda de una reportera con
información privilegiada interpretada por Amy Ryan –aparecía en El intercambio, pero es más conocida
por uno de los papeles secundarios de la serie The Wire- le llevan a una peligrosa conclusión: que la existencia
de las armas de destrucción masiva no es sino una invención de su propio país
para invadir Irak y del que el público norteamericano no tiene ni idea.
Pronto la película
da un giro más hacia la acción, ya que dicha información se encuentra en poder
de un general de Saddam todavía a la fuga al que ambas facciones están
buscando: una para que corrobore los datos y salga a relucir la verdad y la
otra para eliminar un cabo suelto que puede perjudicarles.
Junto con la música
de John Powell –cuarta colaboración con el director tras las dos de Bourne y United
93- no tan inspirada sin embargo como las partituras creadas para el
asesino amnésico y con un color especial que da un tono muy personal a la
imagen, teniendo en cuenta que una gran parte de la acción se desarrolla en
medio de la noche en callejuelas mal iluminadas; Greengrass se las apaña para
ser fiel a su estilo de planos cortos y rápidos y así mostrar una acción
dinámica sin que el espectador pierda mucho detalle, si bien hay que admitir
que no hay que distraerse lo más mínimo. Aunque el resultado final es
entretenido y en ningún momento la película se hace pesada, su equilibrio está
muy lejos de los logros anteriores del director.
No ya por el tema,
que es todo un cenagal y además demasiado reciente –la película se estrenó en
el año 2010- sino que lo que en un principio parece que va a ser un thriller
político en un marco bélico moderno pronto se convierte en una película de
acción, repleta de tiros y carreras, escenas muy logradas y bien ejecutadas
pero que no acaban de casar con lo anterior. Por otro lado se echa en falta
cierta profundidad para explicar tanto la situación política de Irak como las
maniobras de los americanos. Por momentos la cosa parece que es culpa del
personaje de Kinnear, cuando eso es del todo imposible. Por otro lado el
personaje iraquí que hace las labores de traductor es demasiado cargante y su
aparición final, convirtiéndose en pieza clave de la resolución está un poco
cogida por los pelos.
Aun así aprecio el
valor y el empeño de Greengrass por llevar a buen término este proyecto, muy
crítico con la intervención norteamericana en Irak, desde el punto de vista de
la dirección de los mandos políticos –la serie de la HBO Generation Kill se encargaba, con todo el realismo posible, de dar
una visión de los soldados y de los mandos militares que entraron en conflicto,
dejando de lado la política-. Muy difícil que, pese a sus 100 millones de
presupuesto, se convirtiera en un éxito de taquilla. Ni siquiera la crítica,
que tenía al director en un pedestal, le prestó especial atención. Me recuerda
a lo ocurrido hace poco tiempo con el estreno de otra producción parecida como
fue La guerra de Charlie Wilson, solo que esta vez la situación política
era la Afganistán invadida por los rusos. El periodismo, ese que suelta la
noticia de inmediato tras echar mano de un informe y sin ni siquiera corroborar
la información también tiene su dosis de crítica destructiva.
No es una película
perfecta ni mucho menos, pero interesante por lo que plantea: que la desastrosa
política exterior norteamericana de los últimos años obedece a una estrategia y
a una razón determinada; una visión crítica del ejército y de los constantes
enfrentamientos entre diferentes facciones y grupos de inteligencia –lo dice
Damon en un momento y lo corrobora Gleeson: creían que todos estaban en el
mismo equipo, pero no es así- y como la mayoría de las veces, pese a tener
la solución más lógica al alcance de la mano, ésta es dejada de lado por los
intereses privados y personales.
Gana en los
momentos más movidos, cuando la cámara de Greengrass empieza a funcionar pero
queda un resultado algo flojo, como si se hubiese quedado a medias y sin lograr
que funcionen las dos partes bien diferenciadas de la historia: la física y la
política. Pero eso no deja de lado que sea interesante esta visión sobre uno de
los conflictos bélicos más recientes.
Mención aparte
merece el hecho del rechazo a la película en taquilla. Ya comenté cuando hablé
de Starship Troopers que este tipo
de críticas al propio sistema norteamericano no suelen funcionar y Green
Zone, por desgracia, no fue una excepción. Como nota curiosa, parte de la
grabación se produjo en España y en Marruecos.








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