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Espectacular portada a cargo de Dave Hoover |
Durante la saga Calles envenenadas, publicada a principios de los años noventa en la colección del Centinela de la Libertad y dibujada por Ron Lim, el protagonista quedaba expuesto por accidente a una nueva droga sintética que interactuaba de forma sorprendente con el suero del supersoldado, provocándole a Steve Rogers graves alteraciones de la personalidad que lo convirtieron en un ser paranoico y violento.
Para revertir la situación, el Capitán América se vio obligado a eliminar el suero del supersoldado de su organismo, pasando a depender en exclusiva de su determinación, entrenamiento y una condición física que, si bien había sido cultivada durante años de aventuras, ya no era sobrehumana.
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Lápices de Dave Hoover con Iguana y el Superpatriota |
Por un lado, Gruenwald aprovechó para reafirmar la confianza del Capi en sí mismo y para introducir cierta incertidumbre en sus enfrentamientos con los supervillanos de turno, ya que ahora debía hacer lo posible para acelerar su desenlace, tanto por evitar un mayor cansancio como por el hecho de que sus viejos enemigos descubrieran su nueva condición. El problema es que el guionista no fue capaz de llevar esta situación un poco más allá y a los pocos números fue desapareciendo poco a poco, por lo que al final se tuvo que justificar con que las capacidades regenerativas del suero estaban por siempre ligadas al metabolismo de Steve Rogers.
Fighting Chance es la saga con la que Gruenwald volvió sobre este tema, ya enfilando el que sería su final de etapa tras diez años como guionista de la colección Captain America –en España se publicó por primera vez, gracias a Forum, en forma de miniserie bajo el título Último combate-. En ella Gruenwald plantea el agotamiento del suero del supersoldado de tal forma que no solo merma las capacidades físicas del Capi, sino que se vuelve en su contra, provocándole una parálisis que lo deja indefenso ante las adversidades. Al protagonista se le plantea una elección: si sigue continuando con el estrés físico al que está acostumbrado, se quedará completamente paralizado para siempre. Pero si abandona la actividad física podrá vivir una vida normal.
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Página a lápiz con un debilitado Capitán América, por Dave Hoover |
Aquí entramos en las viejas contradicciones de la etapa de Gruenwald, un guionista competente que dedicó mucho esfuerzo a mostrar qué significaba en realidad ser el Capitán América así como en integrarlo en un Universo Marvel extenso y complejo. También intentó no repetirse en exceso, trayendo a los viejos villanos del Capi y haciéndolos interactuar con nuevos personajes. Pero también tuvo alguna que otra idea de lo más peregrina y a veces no podía evitar algún que otro absurdo para poder continuar desarrollando su historia –aquí el más evidente es que, por una falsa idea de autocompasión, Steve Rogers prefiere lidiar por su cuenta con el problema antes que pedir ayuda a sus compañeros Vengadores, entre cuyas filas militan algunos de los científicos más importantes del mundo-.
Eso provoca que en un momento dado el Capi pulule por ahí enfundado en un chaleco repleto de gadgets como cables, bombas explosivas o de humo y una pistola con un garfio retráctil –aunque el diseño era todavía peor, con unas hombreras gigantes-.
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El Capitán América con un nuevo y flamante chaleco |
Dave Hoover fue un dibujante de la década de los noventa que no se prodigó demasiado ni en Marvel ni en DC y que compaginó su tiempo con la enseñanza –sus orígenes se encontraban en la animación-. Picoteó en diversas colecciones e hizo su trabajo más importante junto a Gruenwald en Captain America hasta que el guionista abandonó la colección. Su estilo es muy de la época: no era malo narrando, pero no destacaba por nada en especial y sus figuras eran unas masas de músculos más propias de culturistas, mientras que sus mujeres combinaban cinturas imposibles con formas redondeadas y voluptuosas. Un estilo exagerado que durante un tiempo estuvo muy de moda y en el que Hoover no era, ni mucho menos, de los peores en llevarlo a cabo –pero hay que entender que Gruenwald ya llegaba muy cansado a este final de etapa y que acompañado por una calidad en el tablero de dibujo descendente cada vez era más difícil mantener el nivel de la colección y la atención de los lectores-.
El Captain America #425 USA marca el inicio de su colaboración, en marzo de 1994, que se prolongó hasta el #443 USA (septiembre de 1995) –otro punto a favor del dibujante es que se encargó de todos los números de su etapa, con una única excepción en la que necesitó de un fill-in-. La lástima es que ambos artistas murieron antes de tiempo: Gruenwald a la edad de 46 años de un ataque al corazón en el verano de 1996, cuando no llevaba ni un año fuera de la colección del Capi. Y Hoover en 2011, a los 56.
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El Capitán América, en pleno vuelo con su nueva armadura |
Pero centrándonos en Último combate, Gruenwald divide la saga en tres partes de tres capítulos cada una, más un epílogo a la historia. En ella hace esa mezcla de tramas de las que tan amigo era en la que coincidían diversos personajes casi por sorpresa, uniendo creaciones de nuevo cuño con otros de sobra conocidos. La relación del Capi con Iguana parece que no avanza, estancada tras varios años sin decidirse a dar el paso definitivo, mientras aparecen un nuevo Superpatriota –la antigua identidad superheroica de John Walker antes de convertirse él mismo en Capitán América y de pasar a ser el USAgente- y varios villanos que se supone estaban muertos –Gruenwald se permite un ejercicio metaliterario de lo más curioso con una conversación entre Steve Rogers, un chaval y un vendedor de cómic que viene a reflejar muy bien lo que el guionista pensaba de la deriva violenta del medio en aquella época-. Para hacerlo más evidente introduce a un nuevo villano, Americop, que vestido de policía se dedica a impartir justicia a aquellos que incumplen la ley de la forma más expeditiva posible.
Por si no fuera suficiente, se introducen dos nuevos personajes de uniformes coloridos y patrióticos, una mujer y un hombre: Espíritu Libre, que se ve envuelta en una subtrama que incluye al Barón Zemo y a su nueva esposa; y Jack Bandera, que junto con el Capi intentará poner coto a la Sociedad Serpiente.
Como no podía ser de otra manera, el desenlace de la saga no es otro que la parálisis total del protagonista, lo que lo obliga a someterse a una serie de operaciones a vida o muerte que tienen consecuencias asombrosas y que acabarían de defenestrar la colección, que entraría en un carrusel de malas decisiones que obligó a Marvel a tomar caminos cada vez más drásticos –la serie se canceló por primera vez en su historia y se relanzó con un nuevo número uno a cargo del estudio de Rob Liefeld, en la maniobra editorial conocida como Heroes Reborn y que al menos nos dejó unos números de transición realmente interesantes con el debut en la colección de la pareja formada por Mark Waid y Ron Garney, que recuperaron brevemente las mejores sensaciones posibles, eso sí, a costa de romper de forma drástica con todo lo que Gruenwald había estado construyendo hasta entonces-.
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Detalle de viñeta con Jack Bandera y Espíritu Libre |
Los últimos números del guionista en la colección son muy difíciles de defender –por comparación, los de Último combate parecen hasta interesantes-. Son un buen ejemplo de prácticamente todo lo que no funcionaba bien en la Marvel de la época: la calidad del trabajo de Hoover disminuye a ojos vista con cada nueva página y el guionista se ve obligado a cerrar deprisa y corriendo algunas subtramas que venía arrastrando porque tiene que lidiar con un crossover con la colección de los Vengadores, que tiene un ataque a la isla de IMA en su centro –una idea de Terry Kavanagh, nombre de infausto recuerdo para los aficionados a los Héroes Más Poderosos de la Tierra, se convierte en un batiburrillo de encuentros, acción sin sentido y con un Gruenwald que hace lo que puede por seguir narrando su propia historia, con más pena que gloria-.
Esta última etapa del Capi destaca sin duda por el horrendo diseño de su indumentaria, una armadura fabricada por Tony Stark que es lo único que le permite moverse a la espera de que su corazón deje de latir definitivamente –de hecho, la operación que salva la vida a Steve Rogers ni siquiera ocurre en su propia serie regular, sino en la del invencible Iron Man-. Así tenemos un Capitán América al que su escudo siempre vuelve por órdenes magnéticas, que tiene tecnología repulsora y armas de diverso calibre –incluidos misiles- y que además puede volar.
Un despropósito quién sabe si
intencionado que acaba de desnaturalizar al protagonista y que provoca que la
llegada del nuevo equipo creativo, compuesto por Mark Waid y Ron Garney, se
esperara como agua de mayo.
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El Capitán América y Espíritu Libre, por Dave Hoover |
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