La avaricia es sin duda uno de los pecados favoritos de Goscinny. Sus villanos siempre se han caracterizado por una tendencia hacia la estupidez, más que a la propia maldad. De ahí que la avaricia sea uno de los pecados capitales más usados por el guionista, tanto para los principales antagonistas como para ilustrar buena parte del comportamiento de esa masa humana que solemos encontrarnos en los poblados del oeste.
Esas migraciones extremas que se dieron en varias ocasiones en Estados Unidos y que pasaron a la posteridad con el sobrenombre de fiebre del oro o del petróleo, han sido usadas por el artista francés en más de una ocasión –en el álbum Petróleo, por ejemplo- y el propio Morris, en su etapa original en solitario, ya abordó en más de una ocasión este tópico del salvaje Oeste.
El continuo ir y venir de la población, siempre en busca del dinero rápido, propiciaba que se construyeran en tiempo récord ciudades con un altísimo nivel de detalle, donde se podía encontrar el salón, las tiendas de comestibles o material, la cárcel o incluso una sucursal bancaria o periodística. Lo que ocurría era que, una vez agotado el objeto de deseo de la población, ésta se marchaba dejando atrás el esqueleto de lo que antaño fue una ciudad más que animada.
Es uno de estos asentamientos en los que se desarrolla la mayoría de la acción de esta aventura, ya que en ella tan solo queda un único inquilino, un viejo empecinado en encontrar oro pese a que hace años y años que nadie ha encontrado nada en la zona. Hasta allí llegan dos jugadores y timadores, una de esas parejas cómicas muy del gusto de Goscinny, que intentarán por todos los medios medrar a costa del pobre infeliz, engañando, extorsionando y, como también suele ser habitual en los guiones de Lucky Luke, manejando al populacho a su antojo como si se tratara de un ganado de ovejas.
Pero la casualidad ha querido que por allí también se encuentre Lucky Luke, que en su papel de héroe desinteresado echará una mano al cansado minero. No es una historia que no hayamos leído antes, pero está resuelta con el oficio de ambos artistas. Como curiosidad, es el propio cowboy solitario el que, mediante su buena voluntad, propicia la llegada de los timadores al lugar.
También nos encontramos con uno de esos finales tan del gusto de la serie, aunque en esta ocasión es incluso demasiado ingenuo. Una segunda curiosidad sería el hecho de que, por primera y única vez desde que yo recuerde, ocurre algo del todo increíble: Lucky Luke se queda sin balas y esto le pilla por sorpresa –por supuesto hay un chiste a costa de esto-.
Este volumen pertenece a la
etapa de Spirou, cuando era Dupuis el que publicaba el
recopilatorio. Se publicó en 1965, a continuación de La caravana y justo antes de La
curación de los Dalton –en el semanario apareció un par de años antes-.
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