El asesinato de Pitágoras (2013) fue la novela que puso en el mapa literario a Marcos Chicot. Una historia de estupenda ambientación repleta de personajes carismáticos en la que su autor mezclaba de forma un tanto hábil las características de la novela histórica con las de la novela negra, de manera que un investigador privado de origen egipcio, Akenón, era contratado por Pitágoras para arrojar luz sobre la sospechosa muerte de uno de sus discípulos más avanzados, aquel destinado a sustituirle al frente de su comunidad.
Desde entonces Chicot ha estado centrado en ir desarrollando sus historias en ese mismo periodo de la Grecia clásica y alrededor de un importante filósofo, si bien es cierto que introduciendo una diferencia importante. En la mencionada El asesinato de Pitágoras su figura central iba mucho más allá del genio matemático por el que la mayoría lo conocíamos, destapándose como un líder filosófico y espiritual con cientos de seguidores en la Magna Grecia que tenía un ambicioso objetivo de influencia política y social en algunos de los gobiernos de la zona. Los pitagóricos eran una especie de sociedad de estudio pacífica en la que se cultivaba la mente y el cuerpo hasta tal punto que aquellos que habían avanzado en sus estudios eran capaces de desarrollar una serie de habilidades mentales extraordinarias que incluían la posibilidad no solo del dominio de las propias emociones, sino incluso de la persuasión de otras mentes más simples. Este ligero rasgo de fantasía, que podría explicarse de manera creíble hasta cierto nivel, fue creciendo poco a poco hasta convertirse en uno de los elementos definitorios de la novela, algo que ya no ocurría en el resto de sus historias, mucho más apegadas a la realidad y sin rasgo alguno de fantasía.
A excepción de La Hermandad, una continuación directa de El asesinato de Pitágoras publicada en 2014; aunque su autor se las compone de manera un tanto hábil para que pueda disfrutarse de manera independiente por un lector casual que desconozca los hechos ya acaecidos hasta entonces.
La Hermandad tiene además otra característica definitoria en su estructura narrativa ya que hay dos historias que se cuentan en paralelo: la primera está ambientada en el siglo VI antes de Cristo, unos pocos años después de lo que se nos contó en El asesinato de Pitágoras. Está protagonizada por la hija del filósofo, Ariadna, y por Akenón, una vez se han casado y viven de manera desahogada en la ciudad de Cartago con su hijo pequeño. La segunda transcurre en la actualidad en Madrid y tiene las hechuras de un thriller moderno en la que un genio de la informática y una profesora experta en el comportamiento del cerebro se convierten en el objetivo de dos facciones enfrentadas durante siglos que quieren reclutarlos para sus propios fines.
Chicot juega a establecer conexiones entre ambas -él mismo es miembro de MENSA, la asociación de superdotados con un papel clave en la trama que se desarrolla en el tiempo presente- y aunque consigue dotar de interés a cada una de ellas por separado, a veces le cuesta, sobre todo en los inicios de la novela, manejar con soltura el tiempo del relato, por lo que a veces con tanta interrupción y cambio de una trama a otra hace que se alarguen más de la cuenta. Conforme van avanzando las páginas esta sensación va desapareciendo, según van saltando las sorpresas y la acción se hace más presente, despertando de verdad el interés del lector.
Queda La Hermandad como
una novela bien construida e indudablemente entretenida, además de como un rara
avis en las novelas históricas del autor, tanto por esa parte de la trama
que se desarrolla en el mundo moderno dos mil quinientos años después del resto
de historias como por ese punto fantástico, casi de ciencia-ficción, en el que
se exageran las capacidades mentales humanas hasta límites insospechados
-también hay aquí alguna idea digna del mejor terror lovecraftiano, aunque
Chicot elija no explotarla en ese sentido, sino siempre intentando darle un
soporte científico-.
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