domingo, 15 de junio de 2025

Vas a necesitar un barco más grande. Cincuenta años de Tiburón, una película de Steven Spielberg

 

Uno de los carteles de cine más míticos de la historia

El estreno en junio de 1975 de Tiburón -Jaws, título original en inglés- marca un punto de inflexión en el modo en el que las grandes empresas de Hollywood afrontaban los estrenos veraniegos. Su enorme éxito, marcado por una apabullante campaña previa de promoción y su estreno simultáneo en un número de salas inusualmente alto, convirtió a la Universal y a su director, un joven Steven Spielberg que todavía no había cumplido los treinta años, en los precursores de lo que hoy se conoce como blockbuster veraniego, muchas veces denostado, pero desde entonces cuidado con mimo por productoras y distribuidoras dado el enorme potencial de beneficios que ha atesorado desde entonces. 

Pero Tiburón alberga en su interior algo mucho más importante que haber contribuido al cambio del modelo de industria de Hollywood. Y es la consagración definitiva de uno de los grandes genios del séptimo arte, la de un director que desde entonces ha demostrado una y otra vez su increíble talento para contar historias, reconocido ampliamente tanto por la crítica como por los aficionados, que lo han convertido en uno de los más taquilleros de la historia del cine. 

La mayoría de muertes ocurren fuera de plano y ni siquiera se ve al tiburón

Lo curioso es que la producción de Tiburón tuvo su propio punto de inflexión. Una moneda que podría haber salido cruz perfectamente pero que al final salió cara quién sabe por qué. Fue un momento en el que el papel de Spielberg estaba en entredicho, con el control de la producción perdido y al borde del despido fulminante, tras haberse pasado ampliamente en el presupuesto asignado y las semanas de rodaje, con un final incierto que desde la productora pensaban acabar de cualquier manera y estrenar para cortar pérdidas en lo que hubiera sido una película que igual no llegaba ni a serie B -el director llegó a poner dinero de su propio bolsillo para añadir alguna escena al montaje final-. Es entonces cuando aparece la figura de Sidney Sheinberg, presidente de Universal, descubridor de Spielberg y uno de los grandes nombres de la industria durante décadas. 

No está claro si la decisión de Sheinberg se debió a la absoluta fe que tenía en su protegido; al hecho de que había apostado personalmente por él y, por lo tanto, no quería apuntarse un fracaso; o a la presencia entre los créditos de Lorraine Gary, su esposa, que interpretaba a la mujer del protagonista, en un rol más importante de lo que parece a primera vista ya que ayudaba a hacerse una idea de la personalidad del jefe de policía Brody. El caso es que Sheinberg jugó fuerte: confirmó el estreno en salas tal y como estaba previsto y puso sobre la mesa más del doble de lo presupuestado en un principio para alcanzar dicho objetivo. El resto quedaba en manos de Spielberg, que entonces sí, dio una auténtica muestra de genio para un director que solo había estrenado dos películas -la primera de ellas, en televisión-; sobre todo a la hora de dosificar la tensión, el suspense y el terror en la pantalla a través de un uso extraordinario del movimiento de la cámara y de la situación de los personajes en el encuadre. Por si todo esto no fuera suficiente, Tiburón quedó dividida en dos partes bien diferentes: una primera deudora del mejor Hitchcock y una segunda que se decantaba por la aventura y en la que resulta imposible no acordarse de clásicos imperecederos como el Moby Dick de Herman Melville. 

Uno de los planos más famosos de Tiburón: el Dolly Zoom

Se podría decir que la genialidad de Spielberg fue fruto de la desesperación. De buscar soluciones a una serie de problemas dificilísimos que pusieron a todo el equipo en su contra. El rodaje de Tiburón es uno de los primeros realizados en alta mar y todos los implicados tuvieron que lidiar con el mal tiempo, las tomas interminables para evitar al resto de barcos y turistas, quemaduras por exposición al sol o mareos continuos. A esto hubo que sumar un trío protagonista que no acababa de llevarse bien ni entre ellos ni con el director: Roy Scheider nunca confió en que nada positivo saliera de todo aquello -tampoco era el favorito de Spielberg-; Robert Shaw tenía serios problemas con la bebida y cuenta la leyenda que solo aceptó el papel porque se lo dijo su mujer; finalmente, Richard Dreyfuss venía de trabajar con George Lucas, pero era una persona muy difícil de tratar, que no callaba ni debajo del agua y con un comportamiento errático que vaticinaba serios problemas mentales -probablemente, sin diagnosticar todavía en esa época-. 

Si hasta los habitantes del pueblito de la costa de Massachusetts en la que se rodó la película, que en un principio recibieron con los brazos abiertos a una producción que tenía pensado quedarse durante cinco o seis semanas, acabaron hartos de una situación que dificultaba su día a día y que se prolongó durante meses. Aunque si hay algo que nadie esperaba que fallara de manera tan estrepitosa, ese era Bruce

Steven Spielberg junto a Bruce en el rodaje de Tiburón

No me quiero ni imaginar lo que tuvo que ser cuando, tras un rodaje que estaba siendo la leche de difícil porque a un joven desconocido con ínfulas de genio se le había metido entre ceja y ceja rodar en alta mar en vez de hacerlo en un tanque de estudio tal y como hacía todo el mundo, el tiburón mecánico que era la estrella de la función se hundió hasta el fondo marino nada más tocar el agua -y es que, entre otras lindezas, no se había fabricado pensando en agua salada, por lo que tampoco llegó a funcionar casi nada del entramado eléctrico que lo recorría-. Aunque aquí hay que reconocer que no toda la culpa es achacable a Spielberg: desde la productora se empeñaron en estrenar lo antes posible para aprovechar la buena racha de ventas que en ese momento disfrutaba la novela en la que se basaba el guion de la película, aupada a los primeros puestos de las listas más prestigiosas que trataban estos temas -no la he leído y no sé si algún día lo haré, pero las anécdotas en torno a su paso a la gran pantalla tampoco son pequeñas: desde que en sus orígenes tenía un tono mucho más bestia y sádico que hubo que suavizar por fuerza mayor hasta la ocurrencia de Spielberg de contratar a un experto en comedia para que le echara un vistazo y sin dejar de lado la colaboración amistosa de un John Milius sin acreditar al que se le suele agradecer una de las escenas más recordadas de la película, aquella en la que el lobo de mar al que interpretaba Shaw narraba la pesadilla que sufrió en el USS Indianapolis-; el caso es que no es posible, al menos que yo sepa, amaestrar un tiburón, así que se optó por fabricarlo, pero dada la magnitud del proyecto nadie quiso hacerse cargo de ello por lo que tuvieron que recurrir a un nombre mítico del fantástico que vivía ya retirado y que tuvo que hacer el trabajo de más de un año en unos pocos meses, con los resultados ya comentados -había tres modelos para diferentes tomas-. 

Aunque es cierto que Spielberg la lio durante el rodaje cosa mala, también lo es que supo sobreponerse a las dificultades dando una clase magistral de dirección a la hora de rodar una película de tiburones sin tiburón. La taquilla lo respaldó como no se había visto nunca hasta entonces, pero la crítica tampoco le dio la espalda, aunque no de la forma que él había previsto, ya que se llevó una gran decepción cuando no lo nominaron al Oscar a Mejor Director y sí a Mejor Película -la única nominación que no ganó de las cuatro con las que partía esa noche y que incluían Mejor Banda Sonora, Sonido y Montaje, el año de Alguien voló sobre el nido del Cuco-. 

Robert Shaw, Roy Scheider y Richard Dreyfuss en Tiburón

Tiburón es la segunda colaboración entre el director y John Williams, uno de los compositores más aclamados de la historia del cine. Para él suponía su segundo Oscar y es justo decir que sin su trabajo la película sería otra completamente diferente. Famosa es también la anécdota, contada por el propio Spielberg, de que creía que Williams le estaba gastando una broma cuando le presentó el tema principal compuesto por dos únicas notas. Pero el genio del compositor se impuso y más allá del reconocimiento de la industria, entró de lleno en la cultura popular al dar a luz una de las sintonías más reconocibles de la historia de la música de cine, repetida hasta la saciedad cada vez que alguien se baña en el mar -la película tuvo tanto calado en su momento que no solo se convirtió en un clásico del terror, sino que varios enclaves turísticos costeros se quejaron amargamente del perjuicio que les causaba una historia que acojonaba a la gente a meterse en el agua-. El uso de la música con fines narrativos es muy inteligente en esta película, ya que los acordes de Williams anticipaban la llegada del peligro, haciendo que el espectador entendiera que el tiburón estaba presente, pero sin la necesidad de que apareciera físicamente en pantalla. Spielberg además se atrevió a empezar la película desde el punto de vista del tiburón y la primera muerte, aunque violenta, no dejaba ver el menor atisbo de su forma, creando un mayor desasosiego en el espectador. 

También hay un juego de contraste muy interesante, con la banda sonora de John Williams como principal herramienta, entre los dos mundos que se enfrentan en esta historia: el que ocurría debajo del agua, donde reina absoluto un depredador invencible, y el de la superficie, donde los seres humanos se sienten seguros -definitivamente mucho más alegre y aventurera-. 

Murray Hamilton interpreta al alcalde de Amity Island

Ejercicio extraordinario de suspense y terror a través de la mirada de su director y de la unión con una banda sonora única, herramienta indispensable para transmitir al espectador una amenaza invisible -porque no podía salir en pantalla, sencillamente porque no tenían tiburón que mostrar-, que va mutando con el devenir de los minutos en una asombrosa aventura repleta de camaradería en alta mar en la que se puede sentir la soledad y el desamparo de los involuntarios cazadores. Y que además tiene alguna que otra lectura en clave política y del alma humana, ya que no hay que olvidarse en ningún momento de que la lucha del jefe de policía Brody no es solo contra un escualo gigante de 25 metros, sino con un alcalde y una serie de empresarios más preocupados por los beneficios de la temporada veraniega en la que transcurre toda la historia que en la seguridad de los miles de turistas que visitan sus costas -aquí hay dos secuencias que me encantan: en la primera Spielberg coloca una cámara fija en un transbordador que se mueve a su vez, llegando incluso a girar sobre sí mismo, para mostrar como el alcalde y las demás personalidades de la isla acorralan al jefe Brody, un recién llegado después de todo. La segunda tiene lugar justo antes de la broma de los chavales, cuando el alcalde obliga a una pareja de lugareños a que sean los primeros en bañarse en el mar y estos ¡se llevan a tres niños con ellos en una colchoneta! -. 

La película además inició una franquicia propia que llegó a las cuatro entregas -una segunda parte muy digna en la que repitió Brody y donde se dio el giro definitivo a película de terror enfrentando al escualo a un grupo de adolescentes, una tercera como mucho entretenida y una cuarta bastante desastre en la que alguien convenció a Michael Caine a base de talonario-, además de propiciar una serie de subproductos derivados que copiaban su estructura y que llevaron a la gran pantalla a todo bicho acuático con dientes -orcas, pirañas, etc.-. 

La verdad es que cuesta destacar una escena o secuencia sobre otra. Aquella que da origen al título de este post o a la ya mencionada del relato del USS Indianapolis son de las mejores, pero no hay que olvidar el uso tan inteligente de los diálogos en la primera parte, dando un ligero toque de humor a la historia, sobre todo cuando Brody va interactuando con sus semejantes. Es sorprendente el extraordinario resultado final, dados los mimbres con los que se tuvo que construir esta película, una historia tan apasionante, o incluso más, que la que se nos cuenta en la gran pantalla.

El Orca se convierte por derecho propio en una de las embarcaciones más famosas de la historia del cine


No hay comentarios:

Publicar un comentario