
El mundo, tal y como lo conocemos, va a acabarse. Una humanidad desprevenida está a punto de sucumbir. A lo largo de las más de dos horas de duración de la película, acompañaremos a un padre algo desastroso, escritor frustrado de ciencia-ficción por vocación y conductor de limusinas por obligación –interpretado por John Cusack-, que toma contacto con un personaje algo egocéntrico y paranoico –un pasado de vueltas Woody Harrelson- que le lleva a atar cabos y montar una desesperada huida en el último momento junto con sus dos hijos, su ex-mujer –Amanda Peet- y el marido de ésta en post de la salvación.
Desde el mismo planteamiento de la cinta, pasando por todos sus niveles de desarrollo y hasta el previsible desenlace, el director alemán usa tanto los clichés del género de catástrofes como los suyos propios. De esa forma, los inicios de 2012 están centrados en el descubrimiento científico del desastre que se aproxima y de los movimientos políticos, secretos y soterrados, que van tomando las diferentes naciones en un intento de salvar los muebles. Secuencias cortas y certeras –como diría James Cameron- que dejan paso a la introducción de los diferentes personajes mientras algunos pequeños desastres naturales van produciéndose aquí y allí. El desencadenante de la acción nos trae grandes momentos de carreras suicidas sorteando obstáculos mortales, ya sea en coche, a pie o en avión. Situaciones inverosímiles una detrás de otra, pero que al estar salpicadas con un sentido del humor algo infantil y sin duda camufladas por la espectacularidad de los efectos especiales hacen que la cinta avance de manera amena y divertida. Es en su parte final, cuando los últimos vestigios de la humanidad se enfrentan a la aniquilación donde pierde algo de fuelle y tenemos un poco de esa moralina de hermandad y amistad que suele inundar las películas americanas en esas situaciones.

Con algunos actores conocidos en papeles secundarios, como Danny Glover –visto por aquí en A ciegas- Thandie Newton u Oliver Platt, el electo principal cumple con interpretaciones digámoslo suavemente, automáticas. No son ellos los protagonistas reales y eso lo sabemos todos.
Me gusta el cine de efectos especiales y tengo especial predilección por el cine de catástrofes. Y aunque en el fondo es repetir algo que ya hemos visto –el propio Emmerich utiliza elementos que ya había explorado antes en Independence Day o en El día de mañana- el resultado final es tan entretenido como siempre. Es una película llena de tópicos y que casi nunca sorprende, pero a cambio divierte y en algunos momentos hasta emociona, siempre y cuando aceptemos de antemano las claves del género. Emmerich es un director algo megalómano en ese sentido y aquí tiene su película definitiva del género. Ya no le queda nada por destruir.
Otras películas de Woody Harrelson vistas en este blog:
Siete almas
Transsiberian
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