
Resulta sorprendente cómo una novela de tan corta extensión puede abarcar tanto.
Publicada por primera vez como libro en 1902, es sin duda una de las mejores historias de su autor, que pese a su origen polaco siempre prefirió el inglés para sus escritos. Realizada en una de sus primeras etapas creativas, refleja muy bien el estilo aventurero de Conrad, que ciertamente vivió de una forma arriesgada y emocionante, embarcado constantemente e inmerso en negocios de dudoso honor, como el contrabando de armas. Tras sobrevivir a un intento de suicidio y cumplir su sueño de juventud de viajar a las costas de África, Conrad alumbró este apasionante fresco de pasiones humanas que con el tiempo le haría ingresar en el Olimpo de los autores de cabecera.
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Historias dentro de las historias
El propio Conrad llegó a experimentar en sus carnes en 1889 algo de la terrible soledad y del sentimiento de injusticia que podemos entrever en El corazón de las tinieblas. Los abusos por parte de los colonizadores del Congo y las atrocidades cometidas en nombre de Leopoldo II de Bélgica lo marcaron profundamente.
Las primeras páginas nos sitúan en pleno Támesis, en un barco que espera a que la marea le sea propicia. Allí, sentados al aire, Marlow –a lo largo de las páginas y gracias a las acertadas notas del editor iremos viendo cómo este marinero no es otro que el alter ego del propio Conrad- relata una sobrecogedora historia de cuando se vio contratado para gobernar un pequeño barco a través del Congo. Dividida en tres partes, el autor se reserva estos comienzos para narrar las peripecias que le llevaron a ser elegido para ese trabajo y cómo se tuvo que embarcar hacia África. Hábilmente, Conrad va sembrando por boca de Marlow una serie de pistas sobre un extraño personaje que lo marcó de por vida de tal forma que nunca volvió a ser el mismo tras su retorno de las tierras africanas. El nombre de Kurtz empieza a sonar con fuerza, aunque no sepamos todavía nada de él. La llegada de Marlow a una primera estación de una compañía dedicada a la recolección de marfil traerá consigo las nuevas órdenes que tendrá que ejecutar: poner a punto un viejo y hundido barco de vapor y remontar el río hasta una de las estaciones de recolección más profundas y llevar al relevo del director que se encuentra allí, que no es otro que el propio Kurtz.
La segunda parte de la novela narra de primera mano la endiablada travesía que debe realizar el vapor y su tripulación al mando de Marlow. Constantes peligros les acechan, ya sea en forma de salvajes o del propio río, ya que el barco es delicado y peligrosa su navegación. Pero si algo atosiga al intrépido capitán es la atmósfera que les rodea, personificada por una jungla que parece cobrar vida propia y que amenaza con atacarle en su propia cordura. Conrad hace uso y abuso de poderosas descripciones, siempre persiguiendo crear un ambiente de desasosiego, de intranquilidad y de peligrosidad. Todo es abrumador y por momentos el lector creerá que se encuentra ante una novela de terror psicológico. Al mismo tiempo, la figura de Kurtz sigue agigantándose a cada tramo de río recorrido. Ya sea por medio de conversaciones escuchadas sigilosamente o debido a las descripciones de los que viajan con él a bordo, Marlow va haciéndose una idea de un hombre extraordinario, capaz de recolectar más marfil él solo que todos sus iguales juntos. Para el capitán, llegar al encuentro de tan irreal personaje se ha convertido en una obsesión. La crítica pura y dura al colonialismo está presente en el modo en que los nativos son tratados por los blancos, que se aprovechan de ellos y los someten a todo tipo de tormentos y vejaciones. Pero Marlow permanece al margen. Su lucha es interior, una atracción-repulsión hacia una persona que sólo conoce de oídas y hacia la inmensidad de la selva salvaje que lo rodea y que lo amenaza.

La tercera parte viene introducida cuando los viajeros sufren un misterioso ataque por parte de los indígenas salvajes que pueblan las orillas. Pronto el terror y la muerte harán aparición, momentos antes de la llegada a la estación donde reside Kurtz y donde debe ser relevado. Pero los salvajes que pueblan los alrededores no están dispuestos a permitir que se lo lleven, tal es la grandeza que ha alcanzado este personaje. Marlow asiste atónico ante un enfermo, postrado en camilla y donde no puede reconocer a un ser humano semejante y normal. ¿Está completamente loco? ¿Acaso es violento y peligroso? ¿Cómo ha llegado a controlar a las tribus de los alrededores y qué terribles hazañas ha tenido que hacer para conseguirlo? O por el contrario, ¿ha trascendido su propia humanidad? ¿Se ha convertido en otra cosa, algo distinto? ¿Lograrán todos salir de allí vivos? Marlow queda profundamente marcado por la existencia de este hombre, que fallecerá en una serie de delirios a bordo del vapor en el regreso a la civilización. Un hombre que depositará en las manos del curtido marino su último legado, codiciado por muchos otros.
Conrad juega con ambientes opresivos y en pocas páginas arrastra al lector por el cuello de una forma arrebatadora, enseñándole los peores secretos de la raza humana, la locura que ahonda en todos nosotros, ese abismo profundo que nos devuelve la mirada y cuya única y última explicación ofrece Kurtz en las palabras que le quedan: “El horror. El horror.”
Novela de obligada lectura, exigente con quien se acerque a ella y que ejercerá una fascinación tal que tarde o temprano exigirá la vuelta a sus páginas.
Una caótica adaptación a la gran pantalla
Apocalipsys Now, de Francis Ford Coppola, se basa libremente en El corazón de las tinieblas, trasladando la idea original a un entorno diferente pero igual de pesadillesco: la guerra de Vietnam. Una de las mejores películas de la historia del cine es también una de las mejores adaptaciones de un medio literario que conozco, siempre y cuando se entienda como un paso a un lenguaje diferente y no como una simple traslación.
Ambas obras, libro y película, merecen ser disfrutadas en toda su extensión y degustadas una y otra vez. Es lo que tienen las Obras Maestras, que como hay pocas uno puede volver a ellas cada cierto tiempo sin sentir que se está perdiendo la oportunidad de acercarse a otras nuevas.
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