
Una de las obras más personales –sino la que más- que ha realizado el guionista escocés, amparada en el sello para adultos Vertigo y con una estructura inicial tan ambiciosa e interesante como difícil de realizar: tres volúmenes de unos 25 números cada uno. Una aventura compleja que viera su último número a finales del milenio, algo que no se pudo conseguir. Aún así, de la idea original de Morrison de realizar una obra revolucionara que cambiara algunos de los tópicos tanto del mundo del cómic en particular como de la cultura en general algo quedó. Si bien tras finalizar su obra magna esta es considerada por muchos como una obra maestra, es cierto que tiene tantos detractores como seguidores, debido sobre todo a cierta confusión a la hora de entender todos los preceptos que vierte Morrison en sus páginas. El nivel gráfico tampoco ayudó mucho, debido a la alta participación de innumerables dibujantes, muchos con estilos opuestos, que no ayudaron a dar una unidad gráfica a toda la serie en su conjunto.
Vista en perspectiva, sigue siendo una propuesta rompedora, arriesgada y con múltiples capas de lectura, ya que es fácil descubrir un nuevo giro, una nueva referencia cultural o una nueva idea de Morrison cuando releemos los diferentes volúmenes en los que ha sido publicada.
El primer tomo recopila los primeros ocho números de la serie que empezó a publicarse en 1994.
Click para repasar las historias iniciales de Los Invisibles.

Sin blanca en el cielo y el infierno, con Steve Yeowell (#1-4 USA)
Dane McGowan es un adolescente de Liverpool que combate su terrible situación familiar –un padre que le ha abandonado y una madre que no lo soporta- de la única manera que sabe: con violencia, delincuencia y rebeldía. Aunque en su escuela un profesor lo encuentra inteligente e intenta ayudarlo, no impide que un cabreado Dane intente quemar el colegio. Sus repetidas acciones harán que sea internado en un centro de reeducación de menores, Harmony House, donde descubrirá que los métodos para subyugar a los jóvenes rebeldes distan mucho de lo socialmente aceptable. La irrupción de un extraño personaje en el reformatorio, cuyo única misión es salvarlo y sacarlo de allí –aunque tenga que matar a todo el mundo y echar el edificio abajo- hará que Dane deba replantearse una serie de circunstancias, tales como una serie de peculiaridades mágicas que posee o que existe una guerra inmemorial entre un grupo anarquista –o más bien terrorista- llamados Los Invisibles que combaten contra aquellos que subyugan a la humanidad y los hacen sus esclavos. Como Dane no cree una palabra, es abandonado en las calles de Londres, donde vagará sin rumbo hasta encontrarse con Tom El Loco, un vagabundo que le enseñará que existe otro Londres ahí fuera –muy en la línea del Neverwhere de Gaiman- donde puede ser perseguido hasta la muerte sin que nadie haga nada por ayudarlo. De la mano de Tom, Dane aprenderá que hay una guerra por la libertad del hombre y que para librarla tendrá que romper las ataduras que lo restringen, llegando a saborear qué es la vida y qué es la propia muerte. El cuarto número americano de la serie finaliza con un no muy convencido Dane, que deja atrás su antiguo nombre y sus antiguas creencias y entra a formar parte de una facción de Los Invisibles, liderada por King Mob, y adoptando la identidad de Jack Frost, un personaje que lo aterrorizaba en su juventud.

La similitud con algunas propuestas ya conocidas puede ayudar a entender mejor estos primeros números de la serie más personal de Morrison. El Gran Hermano de Orwell, la película Están Vivos de John Carpenter o la más reciente saga The Matrix –con la que guarda más de un parecido razonable, Morrison se ha quejado alguna vez de la coincidencia en el planteamiento con la famosa película- son claros ejemplos de una humanidad esclava, indefensa ante su desconocimiento, donde unos pocos usan todas los métodos a su disposición para ir reclutando nuevos miembros que les ayuden en su cruzada contra los opresores, ya sean extraterrestres, máquinas o seres de otra dimensión. El cocktail que plantea Morrison es quizás más movido que los anteriores, en cuanto ilustra una serie de ideas muy diferentes entre sí y las mezcla con gran habilidad: la psicodelia; el consumo de diferentes drogas; el uso de extrañas disciplinas de la magia; personajes estrafalarios y rebeldes; violencia descarnada como respuesta. Todo aderezado con multitud de referencias y vueltas de tuerca de la cultura popular –resultan reseñables en estas primeras entregas la encarnación de John Lennon como un nuevo dios o el uso que se le da a la arquitectura de Londres- que dan un toque de humor necesario, aunque sea un humor negrísimo.

Del apartado gráfico, Yeowell cumple con un dibujo correcto que no destaca por casi nada. Sobre todo si se tiene en cuenta la original propuesta del guionista. Le acompaña al color Daniel Vozzo y las portadas son de Rian Hughes y de Sean Phillips.
Arcadia, con Jill Thompson (#5-8 USA)
La cantidad de ideas que es capaz de verter Morrison en tan sólo 24 páginas es sorprendente. En este segundo arco argumental de la serie, Morrison utiliza un cuadro de un pintor francés para ilustrar el paraíso –la arcadia que da nombre a esta historia- . Al tiempo que vamos descubriendo nuevas cosas sobre la guerra –la Universidad Invisible en un bando, los Mirmidones en el otro- su nuevo recluta recibe instrucción en lucha cuerpo a cuerpo, mientras va aprendiendo otras leyes básicas: que las células invisibles son compuestas por cinco miembros y que, por ejemplo, algunos molinos albergan máquinas del tiempo.
Morrison apuesta por introducir elementos de la mitología hindú en la nueva misión del grupo: rescatar a un posible miembro en otro pliegue temporal, por lo que deberán dejar su cuerpo atrás y proyectarse psíquicamente en el pasado, concretamente en la época de la revolución francesa. Al tiempo, el guionista escocés da entrada a una nueva amenaza, un asesino que acaba de llegar a Londres para eliminarlos a todos. La acción continúa en Francia, ya que el personaje al que buscan no es otro que el Marqués de Sade.

Los conceptos de Morrison siguen apareciendo: los Hombres Cero son una especie de esclavos alejados de su individualidad que sólo acatan órdenes –y diseñados como si vistieran una máscara de gas-. El guionista escocés aprovecha también para introducir a los Invisibles como una organización que ha ido prosperando a lo largo de la historia y cómo sus congéneres han oído hablar de ella, malinterpretándola muchas veces. Shelley aparecerá en varias secuencias en un viaje para encontrarse con su marido y Lord Byron, poco tiempo después de haber dado a luz a sus dos hijos y a su creación más famosa: Frankenstein. Hasta el final del número #8, Morrison irá desarrollando esta subtrama. Una de tantas, ya que el grupo principal se verá separado en el tiempo y el espacio y deberán lidiar con diferentes dificultades: desde presenciar en vivo y en directo una de las creaciones del Marqués, hasta visitar la famosa Iglesia francesa de Rennes-Le-Chateau –que ha dado pie a muchos misterios y especulaciones por los extraños hechos que tuvieron lugar allí- para encontrar el auténtico tesoro de los Templarios; pasando por un violento enfrentamiento en el mundo real.

Capas de realidades diferentes que se mezclan las unas con las otras y que posibilitan múltiples formas de leer esta obra, descubriendo algo nuevo a cada relectura. La apuesta de Morrison es arriesgada y se ve respaldada una vez más por el dibujante –acompañado por Dennis Cramer a las tintas y repitiendo Daniel Vozzo al color- que tampoco consigue destacar con una narración tan clásica como la plasmada por el anterior artista. Como mucho habría que decir que la ambientación histórica o los diferentes lugares retratados son correctos.

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