
Jaime Fox (El solista) interpreta a Nick Rice, un fiscal que cierra un trato que él cree ventajoso pero que le va a costar mucho: el criminal que deja libre acaba de asesinar a la mujer e hija de Clyde Shelton, interpretado por Gerard Butler (La cruda realidad), que no está dispuesto a que los asesinos se escapen por los resquicios legales. Shelton planeará meticulosamente una venganza que comenzará a aplicar diez años después del juicio y que tiene como objetivo a todo el que participó en los hechos, de una forma o de otra, estén de parte de la ley o no.

Es curioso como algunas películas se cimientan en ideas y planteamientos acertados y luego se van desinflando por ir de lo original hacia los terrenos más conocidos del cine de acción y por ello más transitados, más manidos y menos interesantes. Estamos ante la enésima historia de venganza, sí, pero al principio parece una dura crítica al sistema legal americano y a sus lagunas y cómo un hombre con la suficiente preparación y previsión podría aprovecharse de dicho sistema para sus propios fines, en este caso la búsqueda de retribución por medio del asesinato. El personaje del abogado al que da vida Fox también tenía a priori un poso interesante, un hombre que pregona la ley pero que es incapaz de hacerla cumplir, un interesante dilema moral que queda desaprovechado.
Lo que ocurre es que conforme va avanzando la trama, las sorpresas van siendo cada vez más increíbles hasta que llega a un final bastante tramposo, donde lo que ocurre es casi imposible –el director juega muy mal con el ”tiempo” de los actores-. Lo primeros asesinatos y víctimas mantienen la atención, pero los siguientes cansan y hacen que pierda todo tipo de credibilidad. Los actores no es que interpreten los papeles de sus vidas, pero en este tipo de producciones tampoco es lo que se les pide. Completa el reparto algún que otro secundario conocido como Colm Meaney (Alice) o Leslie Bibb (Iron Man y su secuela o la serie Kings).
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