viernes, 10 de septiembre de 2010

El origen de James Bond: Casino Royale, una película de Martin Campbell

Lo que en 1953 se convirtió en la primera novela del escritor inglés Ian Fleming; un año después en una película para televisión; en 1967 en una película parodia del género de espías que contó con genios de la comedia de la talla de David Niven, Peter Sellers o Woody Allen, rodeados a su vez de grandes personajes de Hollywood –Orson Wells, John Huston, William Holden o Deborah Kerr-; llegó finalmente a ser en 2006 la vigésimo primera película oficial de la saga del agente secreto más famoso de la historia y que supuso la renovación total de la franquicia tras cierto agotamiento con un nuevo actor protagonista y un planteamiento diametralmente opuesto a los que venía siguiendo la serie.

Casino Royale se convirtió pronto en la película del año. A pesar de su elevado presupuesto, recaudó lo suficiente para plantearse la continuación inmediata en forma de secuela, contando con muchos de los actores pero prescindiendo de la labor de Campbell –algo que luego se demostró ser fatal para la saga-. Su estreno a nivel mundial la convirtió en uno de las películas más populares y la mayoría de los críticos más importantes la tildaron de gran aventura, destacando en especial la labor de Daniel Craig, cuya elección para el papel de Bond había suscitado gran escepticismo entre los aficionados y la prensa especializada.

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Desde el primer minuto de la cinta es evidente el empeño de Campbell (Al límite) por consensuar dos propuestas bien diferentes: tratándose de una actualización del espía inglés y de un reinicio de la saga, el director neozelandés tendría que lidiar con todos los clichés que rodean a la franquicia Bond –desde la estructura narrativa hasta los acordes de la canción inicial que da lugar a los títulos de crédito,- al tiempo que presentaba algo diferente, novedoso y original, que sirviera para conceder un nuevo enfoque a dichos clichés, que ya estaban no sólo muy vistos, si no que andaban muy cerca ya de convertirse en auto paródicos.

El primer bloque de la cinta mezcla en una narración en paralelo –y en blanco y negro- una sucia pelea de Bond en unos lavabos con una conversación entre el propio Bond y lo que parece ser un traidor al MI6. El interpelado está bastante tranquilo, ya que sabe de sobra que Bond no ha ascendido todavía a un estatus 00, esto es, con licencia para matar. Aquí tenemos una primera muestra de en lo que se va a convertir toda la película, sobre todo a través de sus brillantes diálogos: una mezcla de tensa acción y de información con cuentagotas que nos va a permitir seguir la trama de la película al tiempo que vamos averiguando datos sobre el propio James, notas sobre su pasado, presente e incluso su futuro.

En un principio parece que le director ha prescindido del típico inicio en el que un punto de mira seguía a Bond por la pantalla hasta que este se volvía y liquidaba al que le acechaba. En realidad, lo que ha hecho Campbell es alterar el orden, para pillar desprevenido al espectador y dar paso a los títulos de crédito, también a su forma muy originales. Lo que acabamos de presenciar es en realidad, ni más ni menos, la última misión de Bond antes de convertirse en 007. David Arnold, un veterano en la franquicia, se ocupa de una banda sonora potente que prescinde del acorde clásico que todo el mundo conoce sobre Bond. Prefiriendo adaptar la melodía a las escenas, no teme seleccionar la música dependiendo del lugar en el que se desarrolle la acción –los tambores por ejemplo, en Madagascar-. Contó con la ayuda de Chris Cornell, que compuso y cantó además la canción de los títulos de crédito iniciales: You Know My Name, un tema rockero muy pegadizo que se repetiría en forma de acordes a lo largo del metraje de forma casi imperceptible.



Otro punto a tener en cuenta es el nuevo Bond: Daniel Craig (Resistencia, La brújula dorada, Munich). El británico centró las principales críticas de la producción en su persona. Los aficionados de toda la vida no creían en un Bond bajito, rubio y de ojos azules y claramente musculado. La sustitución de Pierce Brosnan (El escritor) tras cuatro películas interpretando a Bond era necesaria: la propia franquicia estaba ya agotada tras un inicio prometedor, dos secuelas del todo prescindibles y una última que recogió algo de interés por la pareja que acompañaba a Brosnan: una recién oscarizada Halle Berry de la que nunca más se supo, aunque durante un tiempo se rumoreó que podría incluso protagonizar su propio spin-off. Por otro lado, Brosnan contaba ya con cincuenta años y la cosa no daba para más. A lo largo del rodaje tuvo lugar todo tipo de mala prensa hacia el nuevo actor principal, que si sufría mucho en los rodajes, que si se teñía el pelo o que si era la imagen más alejada del refinamiento que se supone debía encarnar el personaje. La única verdad es que Daniel Craig consiguió algo tan difícil en cine como hacer suyo el papel y que el público se creyera los matices que le imprimió a su personaje, de sobra conocido por todo el mundo. El James Bond de Daniel Craig es sin duda el más físico de todos los anteriores, el más expeditivo y el más inexperto. Lleva poco tiempo en el trabajo, por lo que es mucho más impredecible y vulnerable de lo que será en un futuro. Hay gran cantidad de detalles sobre todo esto a lo largo del metraje.

La película continúa de forma clásica: ordenada por secuencias en diferentes partes del mundo, la presentación del villano es acertada. Encarnado por un desconocido Mad Mikkelsen (Furia de titanes), actor danés que se ocupa de un villano muy alejado de los malos de opereta de la saga. En realidad, Le Chiffre es un banquero que se dedica a financiar el terrorismo y no tiene nada contra Bond, excepto que la intervención de este le ha costado mucho dinero. Recordar que la película es contemporánea y aunque M –de nuevo interpretada por la magnífica Judi Dench- echa de menos los tiempos de la guerra fría, la verdad es que nos encontramos en una situación política tras el 11-S, como muy bien se encarga ella misma de recordar. Una M cuya relación con Bond no está plenamente establecida, que duda de haber promocionado demasiado pronto a su pupilo y que no tiene más remedio que recurrir a él en determinado momento sólo y exclusivamente porque es el mejor jugador que tiene el MI6.

Madagascar en el lugar donde se encuentra Bond en su primera misión como 00. Una misión que sale mal ya que, tras una espectacular persecución, Bond acaba literalmente arrasando media ciudad y, lo que es más importante, una embajada de un país extranjero, lo que provoca el reproche del gobierno británico y la decisión de M de ponerlo en la nevera a la espera de una decisión definitiva. Esta secuencia está muy bien rodada por Campbell. Sin renunciar a la espectacularidad de la franquicia, el director opta por una forma más artesanal de rodar, cediendo todo el protagonismo a los actores –y a sus dobles, seguramente- y dejando que los efectos especiales pasen desapercibidos. Una muestra más para darnos cuenta del bicho que era James Bond en sus inicios, nada sutil, impulsivo e irreflexivo; una máquina de destrucción que poco le importa los daños colaterales mientras consiga su objetivo. Sin embargo el fracaso en su misión le pone en una posición difícil con M –a la que llega a abordar en su propia casa, descubriendo su auténtico nombre de paso-

Nuevo cambio de escenario: Las Bahamas, donde tenemos una muestra de lo larga que es la tarjeta de crédito del espía y de algunas de sus aficiones: el lujo y las mujeres casadas, por ejemplo. El guión que va guiando los pasos de Bond está bastante bien, es creíble y se entiende fácil. Bond va siguiendo diferentes pistas a través de teléfonos móviles para intentar averiguar quién y para qué contrató al hacedor de bombas al que Bond seguía la pista. Resulta difícil creer que sean tres personas las que se encuentran detrás de un guión tan bien pensado, lleno de homenajes al personaje, con un afán renovador y cuyos diálogos están muy logrados, en especial ese deje irónico inglés que se gasta Daniel Craig y que clava a la perfección. Neal Purvis y Robert Wayde son los artífices originales del guión. Curtidos en anteriores películas de la saga, no parecían a priori los más adecuados, pero su labor es encomiable, en cuanto que decidieron adaptarse lo más posible a la novela para hacer la película más terrenal y alejarse de los constantes efectos especiales de sus predecesoras. Quién sabe cómo hubiese sido el resultado final de no haberse unido a la pareja de guionistas Paul Haggis, responsable de varios de los últimos guiones más laureados de la industria (Banderas de nuestros padres, Million Dollar Baby, Crash, En el valle de Elah). No está muy claro que hizo o deshizo Haggis, pero que algo reescribió está claro, tal es la diferencia entre esta y otras versiones de Bond. Volviendo a Las Bahamas, en ella no dejamos de tener algún guiño necesario: el porqué conduce Bond un Aston Martin del 64, por ejemplo, o su primera conquista femenina en esta película. Interpretada por una escultural actriz italiana, Caterina Murino, clave para conocer los planes de su marido. Sin un solo respiro nos trasladamos a Miami, en una tensa persecución que recorrerá una exposición de cadáveres y que finalizará de manera espectacular –segunda gran escena de acción de la película- en el aeropuerto, donde Bond, sin saber muy bien cómo, se ha metido en medio de un atentado.

Un breve respiro para reponer fuerzas, hacer las paces con M y que esta le encargue una nueva misión: las recientes acciones del impetuoso agente secreto han dejado al descubierto al banquero, que va a intentar por todos los medios ganar una partida de póker en el Casino Royale de Montenegro. La misión de Bond será hacerse pasar por jugador y arrebatarle el premio a Le Chiffre para que éste, una vez desesperado, se vea obligado a recurrir al MI6 para su protección, a cambio de su cartera de clientes, por supuesto. Aquí empieza una nueva película que, salvo una trepidante escena de acción intermedia –una salvaje pelea en una escalera, quizás la mejor secuencia de todo el metraje-, transcurre más en el terreno del thriller y cine de espías que de acción y aventura. Bond conocerá a Vesper Lynd, una compañera contable del MI6 que le ayudará como tapadera mientras controla el dinero que Bond necesita para inscribirse. Una agradable conversación entre ambos nos revela muchos detalles del origen del agente –relojes Omega sí, pero estudió en Oxford pagado por el gobierno británico debido a su orfandad con el único propósito de convertirlo en un agente al servicio de la Reina y de la Patria-. La guapísima Eva Green (La brújula dorada) interpreta a esta mujer llena de matices que se introducirá en el corazón de Bond y que demostrará ser clave para la formación del espía, que nunca más volverá a ser el mismo tras conocerla. Una chica Bond alejada de sus predecesoras, ésta mucho más comedida y sobre todo, elegante –aquí el que sale del agua empapado es el propio Bond-. Una larga partida de póker a vida o muerte –Bond salvará el cuello en más de una ocasión in extremis- mientras va soltando frases ingeniosas y va desarrollando su gusto por, entre otras cosas, el Martini con vodka –aunque le importe, de momento, un carajo si es agitado o mezclado-.

Como no podía ser de otra manera, la calma que venimos teniendo se acaba rápidamente. Bond y Vesper son secuestrados y torturados y aquí tenemos una muestra de la versatilidad del actor. Craig había tenido buenos momentos durante la partida de póker –con una escena corta muy íntima en la ducha junto con Vesper-; ha demostrado con creces sentirse como en casa en las escenas más violentas y físicas y ahora se espera el broche. Toda la tortura está muy bien realizada, es creíble y el espectador no sabe si gritar o reír en muchos momentos –risas que liberan tensión, en todo caso-.

Casino Royale tiene aquí un falso final, ya que Bond y Vesper acabarán marchándose juntos a Venecia. En plena plaza San Marcos, la cosa da un giro repentino y es que Bond no podía quedarse retirado en la ciudad de los canales, habiendo mandado su dimisión por email. Todavía nos queda un crescendo en una de estos edificios venecianos restaurados que se mantienen difícilmente a flote. Un final que, como he dicho justo antes, cambiará a Bond para siempre –“The job is done, the bitch is dead”-. Probablemente aquí se encuentren los peores momentos de la película, pero necesarios al fin y al cabo para ir definiendo la personalidad de Bond.

De cara a la galería –o pensando en la secuela, seguramente- se le regala al público una escena final donde por fin tiene lo que lleva toda la película esperando, incluido el tema jazzista central ideado por John Barry y que ha sido buque insignia de toda la saga hasta la fecha. Hemos asistido a los inicios del mito, renovados y actualizados a los tiempos que corren. Una evolución bien narrada a lo largo de más de dos horas y media de metraje sostenida en un actor imprescindible desde entonces para la saga y cuya aportación es diferente a las demás, siendo sus rasgos principales una violencia latente apreciable en todo momento y cierta vulnerabilidad que aflora de vez en cuando. El refinamiento, las poses y todo lo demás todavía están por llegar. Lo demás ya está aquí.

Y no podía faltar –o no nos encontraríamos ante una película de Bond-, ya de una vez y por fin:

The name is Bond. James Bond.
 


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