Han pasado varios años desde que el director estrenara Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal. Aunque hace pocos meses nos trajo Las aventuras de Tintín, estaba claro que la animación, pese ha convertirse en un más que digno sustituto, no era suficiente para los aficionados a su cine. Sin embargo dicha vuelta al terreno de las grandes superproducciones no ha sido todo lo bombazo que se esperaba. En primer lugar el presupuesto no era todo lo ambicioso que se podía esperar de una historia que tiene lugar en la I Guerra Mundial –apenas 60 millones de dólares, los cuales ya ha recuperado en la taquilla norteamericana- y en segundo las críticas recibidas, aunque eran positivas, no acababan de celebrar este último trabajo.
Puede haberse debido a las expectativas creadas, seguramente mal encaminadas en gran parte de los aficionados, pese a que la campaña de promoción de la película nunca ha ocultado su verdadera intención. Son muchos los comentarios de decepción vistos en la red, pero hay que reconocer varios puntos: no se trata de una película bélica y no tiene nada que ver con el estilo mostrado en Salvar al soldado Ryan –para eso ya están Band of Brothers y The Pacific-; de lo que sí se trata es de una historia para todos los públicos, que adapta un libro publicado en los ochenta para niños por un escritor inglés, que hace unos años se adaptó al teatro y que narra una curiosa historia de amistad entre un joven granjero y su caballo.
Nos encontramos por lo tanto ante el Spielberg más conservador, que nos oculta la mayoría de escenas violentas o desagradables que tienen lugar en una guerra tan cruenta como la de trincheras –con algunos recursos realmente ingeniosos- y que prefiere rodar en los amplios lugares de la campiña inglesa o de Francia. La primera parte de la película cede de hecho gran protagonismo a los paisajes y a la espléndida música de John Williams, que si no gana un Oscar cada pocos años es porque no le cabrían en la estantería. Tiene un marcado tono costumbrista, inocente y algo tópico, con una familia de granjeros en apuros económicos que se ven obligados a vender su caballo, el más preciado don de la familia y mejor amigo de su único hijo, a un soldado del ejército. Aunque el chaval quiera alistarse, todavía es demasiado joven y se verá obligado a dejar marchar al animal. Destacan la presencia del protagonista, un desconocido hasta la fecha, muy bien secundado por Peter Mullan y Emily Watson como sus padres. David Thewlis, uno de los profesores de Harry Potter, también tiene un papel destacado en este comienzo-prólogo.
Luego la cosa se anima mucho más con la llegada de la guerra y el periplo que va siguiendo el pobre caballo. La sobresaliente producción de la película empieza a notarse y la pericia de Spielberg con la cámara se deja notar. También gana enteros con la entrada de grandes actores jóvenes británicos como pueden ser Tom Hiddleston (Midnight in Paris, Thor, Wallander) o Benedict Cumberbatch (Sherlock, El topo).
La película es muy correcta, con la realización casi perfecta a la que nos tiene acostumbrados el director, rodeado de sus habituales, como Kaminski en la Fotografía. En este terreno no hay nada que reprocharle, pero es cierto que en ningún momento llega a sorprender ni emocionar. La historia de amistad entre el caballo y el crío tiene un peligroso punto ñoño que se intenta evitar en todo momento, pero a veces no se consigue. La duración, a mi parecer, es excesiva para este tipo de historia simpática con la que pueden disfrutar los jóvenes u aquellos que les apetezca algo de optimismo y buen rollito.
La primera incursión de Spielberg en la I Guerra Mundial contentará a casi todo el mundo, decepcionará a unos pocos y no encandilará a casi nadie. Si se sabe lo que se va a ver la cosa irá bien, pero si se tiene una idea equivocada la tarde será de lo más infructuosa.
Ha sido nominada a dos Globos de Oro (Drama y Banda Sonora) y a seis Oscars (Película, Dirección Artística, Fotografía, Banda Sonora y los dos de Sonido) sin ser favorita en ninguna de las categorías.




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