Sputnik, mi amor, de Haruki Murakami

Novela del genial escritor japonés de 1999 –diez años ya- donde a partir de tan original título se nos muestra una analogía con el famoso satélite ruso y aquellas personas que en su soledad se asemejan con la perrita Laika, única tripulante en una travesía alrededor del mundo, siempre la misma y que tan sólo se cruza de vez en cuando con otros satélites, tan aislados y perdidos como ella.

Sumire es una joven inclasificable y rebelde, cuyo único anhelo es escribir y convertirse en novelista a toda costa. Tras conocer a Myû en un banquete de bodas, una madura mujer casada con negocios de importación de vinos desde Europa, su vida dará un giro radical cuando entre a trabajar como su asistente personal en una serie de viajes por el viejo continente. Lo que no sospecha Myû es que Sumire está cada día más enamorada de ella. Pero todavía existe un tercer vértice en este complicado triángulo: el narrador de la historia –en primera persona, por lo tanto, y cuyo nombre no se menciona nunca- es un profesor de primaria, único amigo de Sumire y locamente enamorado de ella. Los profundos cambios que está sobrellevando su amiga de la universidad muy pronto le afectarán también a él, cuando reciba una llamada urgente desde una paradisíaca isla griega con la terrible noticia de que Sumire ha desaparecido sin dejar rastro y que se requiere su presencia para encontrarla.

Murakami –futuro premio Nobel, lo tengo clarísimo- pertenece a ese grupo de escritores inclasificables, pero que en mi personal forma de ordenar mis pensamientos siempre incluyo en aquellos en cuyas obras es más importante cómo se cuentan las cosas que lo que se está contando en sí. De ese modo, el uso del lenguaje, de las metáforas y sobre todo de las referencias a la literatura americana, a la música en general y al jazz en particular, así como a diversas formas de cocina y al vino –en realidad, las únicas constantes en la literatura de este autor- llaman poderosamente la atención sobre la historia principal o el leit motiv de la misma.

La soledad y cómo el amor o la amistad pueden mitigarla, hacer que las personas accedan a otro mundo, le sirve al autor para crear pasajes de gran belleza donde lo real y lo onírico se mezclan, sin ofrecer explicación ninguna, de modo que el lector se pregunte constantemente qué está leyendo, qué es real y qué no y si es posible ese desdoblamiento de la realidad que se intuye. Una novela corta en extensión –unas 250 páginas- pero mucho más profunda de lo que se intuye al inicio de la misma.

Otras obras del autor reseñadas en este blog son:
Birthday Stories.
After Dark.