
Historias donde temas como la amistad, el amor, los sueños que quedan por cumplir en nuestra vida y a los que renunciamos en pos de otras cosas; la emoción ante lo desconocido y la aventura; o la relación existente entre la senectud y la más tierna infancia conocemos miles y han sido tratadas en el cine desde sus mismos comienzos. Eso hace todavía más sorprendente que una compañía como Pixar, en su décima película se atreva de nuevo con estos temas inmortales, trillados mil veces, que pasados por su filtro de calidad, imaginación, ternura y amor y por supuesto por su inestimable capacidad técnica nos sean presentados como nuevos y sean capaces de emocionarnos como si nos fijáramos en ellos por primera vez.
El argumento de la nueva película de la factoría Disney es a priori disparatado y divertido: un anciano viudo algo gruñón resiste impasible en su casa de toda la vida los embates de las codiciosas constructoras que lo quieren echar para poder edificar, de modo que su casa se ha convertido en un obstáculo en medio de un solar. Cuando se ve forzado a trasladarse a una residencia, decide cumplir el tan ansiado sueño que él y su mujer han ido postergando toda una vida, que es partir hacia Sudamérica e instalarse en lo alto de una catarata. Como su profesión siempre han sido los globos de helio, lo que hace es despegar con su casa usando tan curiosos elementos y partir en busca de su última aventura. Lo que no había previsto es que un chaval de unos ocho años, uno de esos exploradores empeñados en ayudar a todo el mundo, algo gordito, locuaz y a ratos repelente, se le ha colado en el porche y no tiene más remedio que llevarlo consigo.

Como siempre los personajes que pueblan esta nueva aventura son deliciosos, están muy bien construidos y hacen que el público empatice con ellos rápidamente. Merece destacar el comienzo de la película donde, siguiendo la tradición muda de su antecesora WALL-E, se nos presenta en apenas unos minutos la historia de la vida de este viejecito caracterizado como Spencer Tracy y que hará emocionarse al más duro de la sala. A partir de ahí la convivencia entre el anciano y el idealista niño, que quiere salvar a toda costa a un extraño pájaro gigante de las garras de una jauría de perros salvajes, nos traerán grandes momentos de aventura, así como carcajadas aseguradas. La aparición de un perro parlante será la puntilla que faltaba para construir esta atípica familia que se interpondrá de una forma o de otra en los planes del pobre viudo, que tan sólo quiere cumplir el sueño de una vida.
Muy brillante también me ha parecido el personaje del famoso explorador y su conversión en villano de la historia, alcanzando su punto álgido cuando el protagonista exclama algo parecido a: toda la vida siendo mi héroe y ahora intenta matarme, toda una declaración de intenciones sobre los ídolos a los que adoramos y que no siempre son lo que parecen, es más, incluso los superamos en contadas ocasiones.
Pixar vuelve a arriesgar y lo vuelve a conseguir, dando un vuelco a la taquilla de la mano de uno de sus colaboradores más importantes, que ha participado de una forma o de otra en muchas de las producciones de la compañía de animación y que dirigió en su momento Monstruos S. A. Hablo de Peter Docter, que se ha hecho acompañar de Bob Peterson, otro habitual de la compañía pero novel en esto de la dirección. Que por cierto, para variar, la banda sonora a cargo de Michael Giacchino es una maravilla de lo bonita que es.
Una película recomendable para todo el mundo, entretenida y divertida pero con grandes momentos de ternura y emoción a tener en cuenta. Un cocktail demasiado bueno para dejarlo pasar.
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