
Robert de Niro (Asesinato Justo) vuelve a ponerse a las órdenes del gran Barry Levinson –aunque en los últimos tiempos esté de capa caída- desde que realizaran la genial La cortina de humo. Su última colaboración se estrenó el pasado año en Estados Unidos. El que una película americana tarde tanto en estrenarse en las salas españolas y más teniendo en cuenta el gran reparto no es nunca una buena señal.
Y es que Levinson se pierde entre la comedia y el drama contando la historia de un productor de Hollywood que se encuentra entre los veinte más poderosos de Hollywood –y bajando-. Un maduro De Niro deberá lidiar con dos grandes problemas: su próximo estreno en Cannes, protagonizado por Sean Penn ha dado serias críticas negativas en los previews a puerta cerrada. Las presiones para que cambien unas violentas escenas y en especial el final de la cinta chocan contra la versión del director, un francés en desintoxicación de casi todo. Por otro lado, la última gran superproducción de Bruce Willis (The Surrogates)–cuyo director es el doctor Taub de House- tiene en su actor principal al gran problema: ha llegado con sobrepeso y se niega a afeitarse una poblada barba que le ha costado mucho conseguir. Las presiones de su agente –John Turturro- no son suficientes para hacerle entrar en razón.
Estos problemas los mezcla la historia con la vida profesional de De Niro: tiene varios hijos de distintos matrimonios –una de ellas interpretada por Kristen Stewart (Adventureland)- y está intentando reconquistar a su última ex-esposa, que está teniendo una aventura con un amigo suyo guionista –al que da vida Stanley Tucci-.
Una sátira sobre la vida en Hollywood y lo que cuesta sacar adelante producciones millonarias y los diversos factores de lo que depende, a veces de lo más absurdo. Sin embargo no consiguen la dupla actor-director que nos interesemos especialmente, ya que no llega a tener grandes momentos de drama y las secuencias graciosas son muy pocas. Además, el estreno final en Cannes queda como algo previsible.
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