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De los integrantes que formaron el grupo especial que montó todo el tinglado de escuchas y seguimiento de los traficantes, Jimmy McNulty es el que quedó peor parado, relegado por su constante insubordinación a la policía marítima. Será el detonante de la acción de nuevo cuando saque del río a una mujer asesinada y haga todo lo posible por cargarle el muerto a su antiguo jefe. Lo que no podía saber el tocapelotas de Jimmy es que se relacionaría con un contenedor repleto de cadáveres de mujeres extranjeras que ha sido hallado en el puerto de Baltimore, por lo que serán sus antiguos compañeros y amigos los que tendrán que lidiar con un caso imposible.
Por otro lado, el teniente Daniels vive su particular destierro en los sótanos de la comisaría, por su deslealtad a la hora de cerrar el Caso Barksdale. Una absurda rivalidad entre el jefe del sindicato de los estibadores del puerto y uno de los jefes de la policía reunirá al viejo grupo en una nueva tarea de seguimiento y escuchas que irá poco a poco sumando páginas al informe hasta que todo tenga relación entre sí.

Si en su primera temporada los creadores de The Wire se centraron en un barrio marginal de Baltimore para retratar ese último escalón del tráfico de drogas, ahora se da un paso más allá y nos acercamos a los que la venden al por mayor, es decir, aquellos que la introducen en la ciudad y luego la distribuyen. El escenario cambia por completo, dejando a un lado los parques y los barrios marginales –esto no quiere decir que se olviden de los personajes, siguen ahí, con menos protagonismo pero todavía lidiando con sus problemas de distribución y luchando por las calles- y nos trasladamos al puerto de Baltimore, donde Frank Sobotka (interpretado por Chris Bauer, actualmente trabajando de nuevo para la HBO como policía con problemas alcohólicos en True Blood) dirige el sindicato y hará todo lo posible para que sus hombres y sus familias sigan teniendo trabajo. Aunque eso signifique pagar a políticos, comprar votos y asegurarse lealtades que preserven su modo de vida. Y para ello se necesita dinero que no tiene, por lo que se ofrece para el paso clandestino de toda clase de contrabando a través de sus muelles. Él mismo y toda su familia –muy bien retratado su hijo, un chaval alocado y que llama la atención tanto por su ambición como por su patetismo- se verán implicados con una serie de contrabandistas que trabajan a un nivel mayor y que están mucho mejor organizados. Es por eso que este nuevo caso traerá nuevas dificultades, por lo que necesitarán nuevos métodos y más personal para resolverlo –si es que llegan a conseguirlo-.

The Wire ofrece de nuevo aquello por lo que destacó en su primera entrega: realismo en el retrato de los personajes, a los que llegamos a conocer muy bien en su complejidad; el retrato fiel de una sociedad donde todo está a la venta y donde todo el mundo saca tajada, donde el idealismo no existe y donde no tienen por qué ganar los buenos. La trama se complica y mezcla a distintos cuerpos de policía, a diferentes familias mafiosas; existen agentes comprados, otros sobornados; la política y sus influencias tienen cada vez más peso en la toma de decisiones y en el destino final de todos los que pululan por Baltimore. Las familias de los policías sufren. Los niños mueren en las calles. La trata de blancas, los asesinatos por encargo, el contrabando de coches de lujo o de objetos robados, productos químicos necesarios para la manufactura de las drogas. Todo esto y mucho más llamará la atención del nuevo grupo especial formado por una serie de casualidades. La realización sigue tan brillante como antes y durante los doce capítulos que componen esta segunda temporada se nos cuentan tantas cosas y con un nivel de detalle que llega a sorprender al espectador. Esta serie sigue siendo una maravilla y tiene pinta de que va a seguir manteniendo el nivel.

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