La vuelta del megalomaníaco responsable de clásicos de la ciencia-ficción como Aliens o Terminator al género que mejor domina ha despertado muchas expectativas tanto en los aficionados como en los productores, que se frotan las manos ante el previsible bombazo de taquilla. Y con razón.
Avatar es un viaje de más de dos horas y media de duración que se desarrolla en un planeta lejano y donde la tecnología en 3D ofrece una nueva perspectiva: una nueva forma de acercarse a una pantalla de cine. Si ya de por sí la historia de Cameron valdría la pena sin las nuevas tecnologías –aunque hay que admitir que el guión es muy suyo, hay marines, extraterrestres; la acción es lineal y la trama principal algo simple, incluso ya antes vista: un poco del mito de Pocahontas, del conquistador que queda sobrecogido por la belleza y la civilización a la quiere convertir y que acaba replanteándose sus creencias-, con el 3D gana muchísimo y se hace indispensable. Porque no estamos ante una de esas películas en las que las imágenes salen de vez en cuando de la pantalla y asustan al espectador, sino en un metraje íntegramente rodado para aprovechar esta tecnología que ofrece un nuevo nivel en la textura, los colores, la profundidad de campo en la imagen y que no canta en ningún momento, ni siquiera en las continuas escenas de acción.
Es de agradecer que Cameron siga apostando por un estilo de rodar perfectamente claro, donde todo se entiende y se ve con claridad, huyendo de esos realizadores modernos que llenan la pantalla de continuos cortes de plano y música estridente, como si de un videoclip se tratara. Todo se aprecia con facilidad en Avatar y el nivel de detalle de los objetos, armas o de la misma naturaleza –hay un poco de mensaje ecologista, por momentos me recordó a The Abyss- es sorprendente. Vale mucho la pena esta película, por lo entretenida y espectacular que resulta su visionado y, si nos ponemos trascendentes, por lo que puede significar para el cine en general y el de ciencia-ficción en particular, un adelanto comparable a lo que significaron en su día éxitos como 2001, una odisea del espacio o la misma Terminator II.
Los actores que dan pie tanto a los humanos –Worthington (Terminator Salvation), la gran SigourneyWeaver- como a los alienígenas habitantes del planeta Pandora –Zoe Saldana (Star Trek)- están bien y cumplen con su cometido. Ellos ya saben que no son los auténticos protagonistas de la cinta, que basa todo su potencial en su increíble apartado técnico.
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