lunes, 28 de diciembre de 2009

Ciudad de cristal, de Paul Auster


El Premio Príncipe de Asturias 2006 es uno de los escritores más prestigiosos en la actualidad en Estados Unidos. Nacido en Nueva Jersey, Auster ha ambientado varias de sus novelas en la ciudad de Nueva York, destacando especialmente tres de ellas donde pretendía hacer una revisión al género negro o policiaco o de detectives. Desde 1986, año en que se publicó Ciudad de Cristal y hasta dos años después, el autor estuvo inmerso en lo que hoy en día se conoce como La Trilogía de Nueva York, ya que la metrópoli norteamericana cobra un papel protagonista en sus páginas. Es sin duda la creación más famosa de Auster que también ha cultivado el teatro, la escritura de guiones para cine o la propia dirección de películas, algunas de ellas con algún que otro reconocimiento por parte de la crítica.

A partir de una anécdota personal que le ocurrió al propio Auster comienza una de las novelas que más pueden exigir a un lector y que una vez se aceptan las claves del juego que plantea el autor no puede más que satisfacer enormemente. Una llamada en medio de la noche pilla desprevenido a Daniel Quinn, escritor de novelas de detectives bajo seudónimo que al levantar el auricular es interpelado por una desconocida e enigmática voz que busca una agencia de detectives. Un hecho que se repite varias noches hasta que Quinn, en un arrebato, decide tomar la identidad del detective privado requerido: Paul Auster.

En un principio Auster nos introduce a un escritor que se ha retirado tras el fallecimiento en accidente de su mujer y su joven hijo. Olvidando toda su vida anterior, Quinn se debate entre su propia existencia y entre la nueva identidad que se ha creado de escritor de novelas policíacas. La capacidad que tiene Quinn para convertirse en su alter ego y al tiempo en el detective protagonista le garantiza una legión de seguidores fieles que le permiten vivir holgadamente en el anonimato. La suplantación de la identidad del detective real Paul Auster no es más que otra capa de su psicología. A los pocos capítulos de comenzar se nos presenta el caso en sí: un extraño personaje cuyo discurso es alocado y carente de sentido lo contrata para protegerlo de su padre, que acaba de cumplir una condena por maltratar y recluir a su propio hijo durante años. Quinn se introducirá de lleno en un seguimiento a pie de calle, atravesando Nueva York tras los pasos del tiránico padre mientras intenta comprenderlo.

Auster traslada al lector a un descenso a la locura de su personaje principal que toca muchos y muy variados temas. Por un lado la evolución y el poder del lenguaje es importantísimo, ya que es la materia de estudio a la que ha dedicado su vida el recién liberado. La religión y el significado redentor del lenguaje se mezclan con autores inventados y con El paraíso perdido de Milton. La Torre de Babel, su significado y los repetidos intentos de recrearla en el mundo actual llevarán a Quinn a desarrollar las más ilusorias teorías.

La novela da un vuelco especial cuando Quinn decide conocer al verdadero Paul Auster que, para colmo, no es detective, ¡sino escritor! Aquí es donde hace apariencia otra de las ideas más novedosas de este inicio de la Trilogía: las diferentes explicaciones sobre el Quijote y cómo, en realidad, Ciudad de Cristal no es otra cosa que un gran homenaje metalingüístico a la gran obra cervantina, que se ve reflejada en la totalidad de las páginas que la componen.

Ya he comentado que es una historia exigente con el lector, ambiciosa por lo mucho que abarca, que da muchos vuelcos y giros argumentales aparentemente inconexos y donde los nombres –Daniel Quinn = Don Quijote-, la historia del lenguaje, la forma de narrar… van mezclándose con diferentes teorías lingüísticas formando un gigantesco puzzle al que se le puede sacar más de una forma de montarlo. Una novela de detectives en apariencia, en realidad una de las más originales que he tenido el placer de leer. Aunque la historia es auto conclusiva, no puedo esperar a continuar leyendo la Trilogía de Nueva York.

Ligero apunte: existe una adaptación al cómic realizada por David Mazzucchelli. Resulta magistral como se han trasladado ciertos aspectos del libro complejísimos. Una gran adaptación respetuosa con el original.

Segundo Volumen de la Trilogía: Fantasmas.

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