
En el terreno de la animación se está creando una especie de competición donde no todos sus participantes juegan en la misma liga. Si situásemos de manera indiscutible a Pixar en la primera división y muy lejos de todas sus demás competidores, tendríamos que situar en las categorías inferiores a otras productoras como Dreamworks o la propia Sony, a la que pertenece esta Lluvia de albóndigas. De la responsable de Locos por el surf o Monster House se debería de esperar mucho más, pero en su última propuesta me han decepcionado.
Flint en un chaval que lo que quiere ser es un inventor famoso. Viviendo en una diminuta isla que se viene abajo debido a que el negocio de las sardinas, su único medio de supervivencia, parece dejar de funcionar, Flint se concentra en negar la evidencia de su destino y trabajar duramente en la creación de múltiples y descabellados descubrimientos que casi siempre acaban destrozando parte del mobiliario urbano. Hasta que, por una vez, parece tener éxito: consigue crear una máquina que hace que llueva comida del cielo.

Lo descabellado del argumento no se arregla en ningún momento, ya que se ha optado por una comedia de acción donde nada tiene ni pies ni cabeza y donde todo está tremendamente exagerado. Todos los tópicos del cine familiar y sus moralejas están incluidos de la forma más evidente: la ambición nos puede apartar de lo que verdaderamente importa; la relación entre un padre y un hijo que son diametralmente opuestos y que han perdido a su mujer y madre respectivamente; la relación de amor; el aceptarse tal como se es y no como el resto de la gente nos ve…
Además hay que decir que el estilo de animación deja mucho que desear. El diseño de los personajes es tan exagerado como sus aventuras y son demasiado caricaturescos. Al final queda una película de la que como mucho puedes sacar alguna escena graciosa pero poco más, pensada sobretodo para los críos que no les guste pensar mucho. Si en Up podíamos disfrutar de unos perros que hablaban o de una casa sostenida en el aire por medio de globos, en Lluvia de albóndigas consiguen todo lo contrario: el ridículo.
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