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Seguro que entre sus historias más famosas –Chacal, Los perros de la guerra, Odessa- no se encuentra este fantasma de Manhattan por ser sin duda una novela atípica en la bibliografía del autor, debido a su estilo y sobre todo a su temática. Como muy bien explica Forsyth en el prólogo de ésta –por otro lado una de las más recientes, publicada en 1999- aparte de las alabanzas que se merece la obra original del francés Leroux, un cuento gótico de terror ambientado a finales del siglo XIX que tenía como escenario principal la Ópera de París, tras un escrutinio más cercano es fácil resaltar las incongruencias del relato, así como la poca veracidad de muchos de los hechos narrados, por mucho que Leroux comience su novela afirmando que todo lo que cuenta en ella es cierto. Exagerado y siempre dispuesto a apostar por la ficción en aras de mejorar la narración, desde un determinado punto de vista, Leroux inventó más de lo que debía, llegando a errar incluso en varias de las descripciones hechas sobre la propia Ópera de París, datos que eran –y son- fáciles de contrastar.
Partiendo de esta reflexión y a raíz de su encuentro con Andrew Lloyd Webber, ambos autores compartieron sus conclusiones. Por parte del compositor británico –uno de los más importantes de la era moderna, con todos los reconocimientos y premios en su haber- tanto la idea tras la novela como tras las adaptaciones que se habían llevado a cabo en el cine no era la adecuada. Webber sometió la novela original de Leroux, una tragedia con toques de terror, a un profundo cambió que modificó los propios cimientos de la historia. Eliminó los datos menos relevantes y las partes contradictorias del relato y lo reformó como si de una tragedia griega se tratara, con un personaje genial maldecido por su físico que cae presa del amor, un amor que no puede ser correspondido. Resumiendo mucho y mal, la historia de Webber tenía más puntos en común con La bella y la bestia que con el original, un relato de amor enmarcado en un ambiente extraordinario como era la Ópera de París de la época, rodeada por lo tanto de lo mejor del panorama musical. No es de extrañar pues que la versión de Webber, un musical que se estrenó en el West End en 1986, se haya convertido hoy en día en la más famosa de su género, la que más tiempo ha permanecido en escena y en definitiva en uno de los espectáculos más importantes de la historia reciente de las artes.
Masquerade
Y aquí entra de nuevo Forsyth, ya que su El fantasma de Manhattan no es sino la continuación de la de Webber –adaptación a su vez de la de Leroux- y por lo tanto la segunda parte de El fantasma de la Ópera, el musical. Plantea el antiguo periodista y corresponsal que tras los hechos acaecidos en los sótanos de la Ópera de París, el deformado Erik Muhlheim consiguió huir a Nueva York, donde con tesón, esfuerzo y una falta total de escrúpulos ha sabido abrirse paso en la vida y llegar a poseer una de las fortunas más importantes de Norteamérica. Forsyth comienza su historia rescatando a los personajes ya conocidos por el público, siendo la señora de Giry, en su lecho de muerte, la que desencadenará una serie de hechos que harán renacer la ansias de Erik por reencontrarse con su amor perdido, la señora de Chagny, por lo que hará todo lo que esté en su mano para atraerla a las Américas.
Forsyth recurre a su estilo periodístico para ir concediendo voz a cada uno de sus personajes, de modo que cada capítulo está narrado en primera persona desde el punto de vista del que presenció lo que se está contando. Lleva hasta el límite este recurso el escritor llegando en algunas ocasiones a meterse de lleno en los pensamientos más íntimos del narrador ocasional, ya sea un monólogo interior o una conversación privada con Dios. Estos capítulos más reflexivos se ven intercalados entre otros más realistas, como páginas de diarios personales o diversas crónicas periodísticas. No renuncia Forsyth a su estilo directo, de modo que en pocas páginas ha reformulado la historia original –aportando datos que cambian la versión anterior pero que encajan bastante bien con la historia, estamos ante un ejercicio bastante acertado de retrocontinuidad- y se ha metido de lleno en la misma, integrando perfectamente datos históricos y reales -personajes famosos de la época, las diversas construcciones que fueron levantadas en el Nueva York de 1906- con los personajes y hechos ficticios que se narran, donde por encima de todos destaca la figura de un misterioso hombre que es vislumbrado aquí y allá y que posee una apariencia inaudita, siempre cubierto el rostro, así como una actitud esquiva e intimidadora. Lo que no deja de lado Forsyth es la caracterización de la extraordinaria figura del fantasma, un hombre que ha alcanzado el poder y que ha conseguido elevarse por encima del resto de la humanidad, a la que desprecia más que a nada en el mundo y que anda muy lejos de la redención. De una inteligencia extrema, falto de escrúpulos, minucioso y con una voluntad inquebrantable, la figura de Erik Muhlheim se agranda en estas páginas de la mano de un buen artista y trasciende un poco más, si cabe, su propia realidad.

que buen libro si hubiera podido escuchar el musical seria feliz
ResponderEliminar¡siempre te quedará la película!
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