jueves, 10 de junio de 2010

El retrato de Dorian Gray, de Oliver Parker


Producción británica del año pasado que adapta una vez más una historia de uno de sus novelistas más famosos, quizás el personaje creado por Oscar Wilde del que más ha sacado provecho el cine y la literatura tras la muerte de su autor. Una historia inmortal donde un joven y guapo Gray (Ben Barnes) se dejará instruir en los placeres de la vida de la mano de Sir Henry Wotton (Colin Firth), cuya filosofía chocará tanto con la sociedad que le rodea como con la educación provinciana de Dorian Gray. Las perversiones a las que se somete el propio joven londinense pronto dejarán de afectarle físicamente y los años no pasarán por él mientras un retrato suyo realizado por el pintor Basil Hallward (Ben Chaplin) no sólo va envejeciendo, sino que va sufriendo en su superficie todas las imperfecciones y consecuencias que trae consigo la vida alocada lleva su modelo.

El problema con estas obras que casi todo el mundo conoce es decantarse entre la adaptación fiel o la interpretación personal. Parker opta por la primera y se queda a medio camino, de forma que si los comienzos son bastante parecidos al original literario, pronto toma su propio rumbo, aunque no de manera acertada. La manía de modernizar dichos clásicos usando técnicas cinematográficas de hoy en día no es suficiente para generar interés si la historia no funciona. Ben Barnes no consigue que nos fijemos en su personaje protagonista y el uso de tanto recuerdo del pasado y la manera de enseñarnos las perversiones a las que se entrega, en plan videoclip, hacen que la película acabe siendo bastante aburrida. En los momentos en los que aparece Colin Firth y los estupendos diálogos de Wilde la cosa gana enteros, pero no es suficiente para levantar la producción. Completan el reparto –sobre todo femenino- algunas caras conocidas como las de Rebecca Hall (Frost contra Nixon, el desafío), Fiona Shaw (Harry Potter) o Rachel Hurd-Wood.

Una vez más se comprueba que cuando una película tarda tanto en estrenarse tras su pase original no suele ser buena señal.

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