viernes, 27 de agosto de 2010

The Karate Kid, de Harald Zwart

Lo de los remakes en Hollywood ya no tiene nombre. Hasta cierto punto puedo entender que se quieran actualizar buenas películas que en su momento llamaron la atención y por culpa de los apartados técnicos de la época no pudieran lucir todo lo que deberían. Es decir, que en una nueva visión, ya sea fiel al original o readaptada, exista un interés nuevo por mejorar en cierta medida aquello que ya hicieron otros. Existen grandes remakes en la historia del cine e incluso algunos encubiertos en forma de secuela, pero en los últimos tiempos escasean los de calidad y se limitan a copiar descaradamente y sin nada de imaginación. Creo que tiene mucho que ver con que las generaciones jóvenes de hoy son incapaces de acercarse a un título antiguo, aunque apenas lleve veinte años estrenado. Y como sigue siendo un filón de cara a la taquilla –hay que sumarle el factor nostálgico del antiguo espectador- la crisis creativa en el cine norteamericano tiene visos de continuar por algunos años.

Centrándome en la peli en cuestión –una vez desahogado- tenemos a un director de comedias de cine familiar adecuado para el proyecto con una estrella emergente como es Jaden Smith –el hijo de Will Smith (Soy leyenda, Siete almas, Yo Robot)- con una corta carrera a sus espaldas pero que se le da bien el papel de chaval sobrado y pasota de buen corazón, aunque en alguna peli anterior suya resultaba bastante desagradable y repelente. Como el viejo maestro que la casualidad hace que ayude al joven tenemos a Jackie Chan (El reino prohibido) ya en horas bajas –su físico no podía aguantar siempre- y como tal se aprovecha de ello componiendo un personaje mucho más triste y callado que el mítico Sr. Miyagi. Taraji P. Henson (Benjamin Button) interpreta a la madre soltera que tiene que lidiar con la adaptación suya y de su hijo en un país tan diferente como China.

Y si en algo destaca esta película no es ni en la historia en sí, que sigue siendo tan simple como la original –es calcada-, ni en los nuevos métodos de entrenamiento ni en sus interpretaciones; si no en el gran reportaje que se realiza sobre el país oriental y su cultura milenaria. No sólo en sus calles y colegios o en sus centros comerciales; también en sus paisajes exteriores, algunas de las veces rozando el ridículo. Puedo entender que el maestro lleve al chaval a visitar un templo con la intención de motivarlo, pero lo de hacerlo correr en la Gran Muralla China no tiene otra razón que la de realizar una bonita postal.

Dejando de lado el defecto de la duración, porque les queda muy larga, no aporta nada de nada a la versión ochentera y tan sólo destaco la única escena de lucha que tiene Jackie Chan, salvando de la enésima paliza a su futuro alumno.

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