lunes, 27 de septiembre de 2010

La noche de Halloween, de John Carpenter

En 1978, tan sólo dos años después de su último estreno, Carpenter realizaría una película perteneciente al género de terror que con el tiempo no sólo se convertiría en una cinta de culto, sino que inventaría un género en sí mismo como es el de los psico-killers o las slashers movies, esto es, este tipo de película tan popular en el que un psicópata persigue y asesina a una serie de jóvenes o adolescentes. A raíz de una de las recaudaciones más importantes que una película independiente ha tenido jamás, Halloween –título original de la cinta- dio lugar a numerosas secuelas y remakes y allanó el camino para otras sagas de terror como Pesadilla en Elm Street, Scream, Viernes 13 u otras más modernas como Sé lo que hicisteis el último verano.

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Carpenter es un maestro desde sus inicios y el comienzo de esta película es un claro ejemplo de su pericia. En una típica casita americana de dos plantas se celebra la noche de Halloween. El director usa una cámara subjetiva, como si nosotros los espectadores fuéramos los que espiamos a una pareja de adolescentes que se lo montan en el sofá de su casa. Atisbamos a través de las ventanas y nos retiramos cuando creemos que podrían llegar a vernos. La música, también realizada por Carpenter, es algo cargante y en especial se repite una melodía de teclado cuando nos movemos. Todo esto está narrado en un plano secuencia muy hábil, no queremos que nos interrumpan en nuestras maquinaciones. La pareja decide irse arriba y nosotros aprovechamos el momento para meternos en la casa por la puerta de atrás. Estamos atentos a lo que escuchamos, a los ruidos. Abrimos uno de los cajones de la cocina y sacamos un enorme cuchillo afilado. Si el espectador suponía que las intenciones del voyeaur no podían ser buenas, ahora queda claro. De repente detecta movimiento y se esconde tras una puerta: el chaval sale de la casa. Queda la chica. Arriba. Sola.

Subimos las escaleras lentamente, cuchillo en mano. Por el camino nos topamos con una típica máscara de Halloween, la de un disfraz de payaso. Nos la ponemos y ahora vemos a través de dos agujeritos –genial recurso del director darle forma a la pantalla de antifaz, seguimos en el modo subjetivo y en la misma secuencia-. Confrontamos por fin a la chica, que está semidesnuda arreglándose en el tocador. Le asestamos una serie de violentas puñaladas mientras ella se vuelve ¡y nos reconoce!

Nuestro nombre es Michael Myers y tenemos seis años. Acabamos de asesinar a nuestra hermana mayor y nuestros padres van a pillarnos cuchillo en mano en unos pocos segundos.

Esta película de género independiente supone la primera colaboración entre Debra Hill y John Carpenter. Ambos eran todavía primerizos en el negocio de Hollywood y ambos se encargaron de la producción y de elaborar el guión de Halloween. Con apenas 300.000 dólares de presupuesto, llegaron a recaudaciones de más de tres cifras en millones de dólares lo que les lanzó a futuras colaboraciones.
Volviendo a la película en sí, Carpenter abusa del espectador situando quince años después un nuevo prólogo. En una tormentosa noche, el doctor Loomis viaja en coche con una enfermera. En la inmensidad de la noche el director alterna la cámara dentro del vehículo con la subjetiva de la conductora, de forma que sólo vemos lo que los focos del coche nos enseñan: metros y metros de valla de seguridad. ¿Van a la cárcel? ¿O a un hospital? En este corto viaje se nos ofrece otro brillante truco de guión, ya utilizado en menor medida por Carpenter en su anterior película. El Dr. Loomis está hablando de uno de sus pacientes y se refiere constantemente a él como el mal. En una posterior asociación con un sheriff, llegará a decir que en esos ojos reconoció al diablo y que es la personificación del propio mal. Pero de momento, tanto los médicos como nosotros nos damos cuenta de algo extraño: en medio de la tormenta, tras las vallas los internos vestidos con batas blancas andan erráticamente de un lado a otro. ¿Qué ha ocurrido? En un momento en el que Loomis abandona el coche para ver qué ocurre, éste es asaltado por un individuo que tras deshacerse de la enfermera lo roba y huye. Es el 30 de octubre de 1978, vísperas de Halloween.

El doctor Loomis está interpretado por Donald Plesence, secundario de lujo en películas clásicas del cine americano, podemos destacar entre todos sus papeles el del falsificador en La gran evasión. Pronto irá siguiendo los pasos del fugado, que no es otro que su paciente Michael Myers y que se dirige a su lugar de origen: Haddonfield (Illinois) –pueblo ficticio, por cierto-.
Por fin empieza la película propiamente dicha, en dos partes bien diferenciadas: la investigación que llevan a cabo Loomis y el sheriff del pueblo tras los sucesos extraños que van ocurriendo: la tumba de Judith Myers ha desaparecido del cementerio; robos de cuchillos y máscaras de Halloween o un perro muerto aparentemente roído. La charla de Loomis no hace más que acrecentar la figura de Myers: es el mal, es muy peligroso y ha vuelto a casa.

La segunda parte, narrada en paralelo, sigue a Jamie Lee Curtis, una jovencita de 19 años en su primer protagonista en cine y a varias de sus amigas. Laurie tiene la noche comprometida como canguro, al igual que sus amigas, aunque éstas quieren aprovechar la noche para darles un repaso a sus novios mientras dejan los críos a cargo de Laurie, que es la boy-scout del grupo. Carpenter usa la misma melodía para avisar al público de que el terror en forma humana está cerca, pero nunca se le ve totalmente. Un hombro aquí, la sombra tras la esquina, un coche aparcado en la acera de enfrente. Una presencia amenazadora que comienza a seguir a las muchachas hasta las casas donde van a celebrar Halloween cuidando de los críos y que se encuentran la una enfrente de la otra. Va dilatando la tensión el director, montando una cacería donde las presas aguardan incautas. Aprovecha también para introducir a los niños, que tienen miedo del Hombre del Saco. ¿Otra personalización de Myers hacia lo sobrenatural? También repite Carpenter con algunos actores de su anterior película, la mayoría de ellos volverán a contar para el director en proyectos futuros.

Ya está todo listo: Carpenter ha guiado al espectador por donde ha querido y ha dejado preparada una atmósfera densa que está a punto de explotar. Son varios ya los momentos en los que parecía ineludible que el psicópata asesino comenzará su masacre, pero no ha sido así. Hasta ahora. Pronto Myers va deshaciéndose de las compañeras de Laurie para finalmente enfrentarse a ella en una persecución desesperante y en una resistencia numantina por parte de la joven, que se hizo famosa por sus increíbles gritos en pantalla.

El éxito de la película fue antológico y parece que Carpenter estaba seguro de ello, ya que renunció a su sueldo –en realidad fueron apenas unos dólares- a cambio de un suculento porcentaje de la recaudación, así que la cosa al final le salió bastante bien. No hay que olvidarse de que se trata de una película de bajo presupuesto y en cualquier reportaje sobre su realización abundan las improvisaciones y los trucos para ahorrar, así como el gran cariño y ganas que pusieron los implicados en la situación. Gran parte del equipo creativo como del actoral eran amigos o conocidos de Carpenter o de Hill, que se prestaron amablemente a trabajar por poco dinero. A Plesence, el único con cierto caché, lo convenció su propia hija tras ver Asalto a la comisaría del distrito 13.
Pero Carpenter no puede evitar dejar su sello personal. Si a la partitura musical le sumamos los usos de la cámara y de la fotografía –en especial ese recurso de iluminar directamente al actor u objeto que se está filmando, dejando lo demás en tinieblas- la historia y los homenajes no se quedan atrás.

La conversión de Myers de asesino a ente sobrenatural está muy bien realizada. Se empieza dándole un aura de mítico, se continúa enseñándolo poco a poco, en sombras; luego resulta que viste una máscara blanca, que no es su cara; pero es que además tiene una forma de moverse inquietante: nunca corre, sino que camina, se desliza tras sus víctimas; nunca habla, de vez en cuando gruñe y parece animado por el mismo demonio, ya que parece inmune a los golpes, a las puñaladas o a los disparos. Parece una fuerza imparable del a naturaleza y como tal es irreal e incomprensible. Todo lo que rodea a este personaje está muy bien cuidado y es una de las partes más importantes de la película.
Otro pilar indispensable en el que basarse a la hora de calificar a Halloween como obra maestra de su género es el suspense heredado del mejor Hitchcock –y al que homenajea sin rubor nombrando a algunos personajes como protagonistas de películas del gran director inglés-. Carpenter lo va alargando hasta que ya la sala no puede más y está dispuesta a saltar de la butaca. Encuadres, luz, música, dirección de actores. Todo cuenta.

Como curiosidad, cuando Laurie está cuidando del chaval en casa de éste último, aparte de quitarle el miedo que tiene al Hombre del Saco o hacer la simpática calabaza, se disponen a ver pelis de miedo mientras comen palomitas. Cual será nuestra sorpresa cuando dicha película es nada más y nada menos que The Thing, -El enigma de otro mundo- dirigida en 1951 por Howard Hawks, director admirado por Carpenter y de la que él mismo haría un estupendo remake varios años después, realizando una de sus mejores películas-.
Un año después de su estreno, Carpenter y Hill se volverían a reunir para de nuevo dedicarse a una producción de serie B, pese al creciente éxito de Halloween. No les saldría igual de bien y aunque sigue teniendo algunos hallazgos importantes, no superaría a los dos trabajos anteriores del director. Habría que volver a intentarlo para que Carpenter volviera con toda su fuerza y nos regalara uno de sus personajes más míticos, otro al que rendir culto en el género de ciencia-ficción esta vez: Snake Plissken. Pero eso será dentro de dos análisis más en este blog –al menos, eso espero-.

De las múltiples secuelas y remakes que ha tenido la cinta, Carpenter en un principio quiso no sólo desvincularse totalmente de ellas, sino incluso impedir su realización. No podía terminar una película el director sin acabar peleado con la productora, que amenazó con demandarlo si no permitía la continuación de la saga. Carpenter se vio obligado, al menos si quería mantener algún control sobre su criatura, a trabajar en el guión de las secuelas, aunque nunca se planteó su dirección.
Todo sobre John Carpenter, aquí.

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