En esos momentos Miller se estaba haciendo un nombre en la industria americana gracias a su labor como autor completo en la serie de Daredevil. En un corto espacio de tiempo, Miller produjo de una manera o de otra –guión o dibujo, y a veces ambos- varias obras maestras que le granjearon el respeto de todos los aficionados. Su vuelta a Daredevil como guionista –colaborando por primera vez con David Mazzucchelli- finalizó en agosto de 1986 con Born Again, la mejor historia que se había escrito hasta la fecha –y que nunca ha sido superada- sobre el personaje. En los meses de febrero a junio de ese mismo año se publicaba en DC El regreso del señor de la noche (o El regreso del caballero oscuro, en España se ha publicado con estos dos títulos), tan aclamada como la anterior y considerada no sólo la mejor obra escrita sobre Batman, sino una de las mejores de toda la historia del cómic americano. Miller se ocuparía en este caso tanto del guión como del dibujo, en una historia crepuscular sobre el final del superhéroe vestido de murciélago.
Apenas un año después, Miller volvería como guionista a la serie mensual de Batman para contar en cuatro partes -Batman #404 al #407 USA, marzo a junio de 1987- exactamente lo contrario a lo que ya había mostrado a los lectores: el origen del personaje. Cuatro números que se pueden leer de forma totalmente independiente y que fueron dibujados por Mazzucchelli, que también se ocupaba de las tintas.
Hasta aquí lo datos puramente objetivos. En un momento que se vio crucial para el cómic de superhéroes nacieron una serie de obras míticas y entre ellas este Año Uno que, aprovechando la nueva edición publicada en España por parte de Planeta Agostini –en forma de coleccionable semanal en tapa dura- he releído una vez más -y van unas cuantas-. Como, al igual que Watchmen, se trata de una obra que ha sido reseñada en cantidad de ocasiones y de todas las formas posibles, muchas de ellas de forma insuperable, me planteo hablar de por qué me gusta tanto esta obra y el hecho de que para mí no sólo sea la historia definitiva de Batman, la que más me ha gustado de todas incluso por encima de la anterior obra de Miller, sino una de mis favoritas de todo el género.
Mi humilde opinión, a un click de ratón.
Lo mejor de este Año Uno no está sólo en su realización exquisita, con una mezcla insuperable entre letras y viñetas, sino también en la propia concepción de la obra, en su propia génesis antes de plasmarse en las páginas. En sus orígenes, valga la redundancia. Porque de eso precisamente trata este cómic: del origen definitivo de Batman, por un lado, y de James Gordon, teniente de policía de Gotham City y de cómo empezaron a cruzarse sus caminos.
Ya he comentado arriba que en esa época estalló la revolución. Simplificándolo mucho, se puede decir que en esa década el cómic de superhéroes no sólo colaboró con obras de gran calidad, sino que precipitó un cambio en el estilo de hacerlas y tuvo una gran influencia en las obras venideras –a veces no tan buena, los años noventa no fueron precisamente para recordar-. La idea de que el cómic de superhéroes podía perfectamente ser para lectores adultos no ha abandonado a la industria todavía, si bien a veces se confundan los conceptos más elementales. El realismo había llegado para quedarse, todo lo realista que se pueda ser aceptando las claves del género. No se puede disfrutar de ciertas obras si el lector no pone de su parte y le da un poco de credibilidad: una vez que consentimos en creer que una tormenta de rayos cósmicos pueden convertir a cuatro astronautas en los superhéroes más famosos de Nueva York, podemos creernos todo lo demás que Kirby y Lee inventaron en sus páginas. En el cine también existe una analogía parecida: todo el mundo sabe que en el vacío estelar no se puede propagar el sonido, pero nadie se extraña de que en películas como Star Wars las naves hagan ruido al desplazarse o al dispararse mutuamente. Dar por sentado este tipo de claves ayuda a que el lector profundice en la obra y le parezca más verosímil. Sin embargo, si el guionista quiere ir más allá y explicar algo que no tiene sentido o, simplemente no hace falta, puede arriesgarse a destruir la magia intrínseca de la obra. Volviendo al ejemplo anterior, es el error en que cayó reiteradas veces George Lucas cuando realizó la segunda trilogía de su saga galáctica, siendo los midiclorianos lo peor que se le pudo ocurrir.
Que un personaje tenga una motivación adecuada para hacer lo que hace es básico para su desarrollo. Superman no sólo es una de las personas más poderosas que existen: también es una de las más buenas. Esto es así: otra cosa ya no sería Superman. Simple, no muy elaborado, pero aceptado por todo el público. Peter Parker tiene uno de los mejores orígenes que existen porque tiene una de las mejores excusas para convertirse en un superhéroe: un gran sentido de la responsabilidad natural, azuzado en un momento trágico de su vida por un grave sentimiento de culpa. La mayoría de personajes del cómic de superhéroes no tienen una motivación real. Los villanos quieren más dinero o poder o conquistar el mundo y ya está. No hay ninguna explicación por absurdo que sea. Forma parte de las claves del género.
Por eso, cuando Miller quiso profundizar en la psicología de Batman para narrarnos su primer año de vuelta en Gotham tras más de dieciocho años de larga espera, las cosas podían haber salido muy mal. Porque, siendo francos, la respuesta a la pregunta, ¿Por qué Bruce Wayne decide vestirse de murciélago y no, digo yo, hacerse policía o juez? No tenía respuesta lógica, ni la necesitaba. Wayne era Batman porque sí. Bueno, pues Miller, ayudado por la mano maestra de Mazzucchelli, se atrevió a contestar esa pregunta, a darle un trasfondo verídico y lógico. En definitiva, a hacer lo más difícil que se puede hacer con un personaje de ficción: darle una adecuada motivación de por qué hace lo que hace.
El tiempo ha puesto la obra en su sitio y le ha dado la razón a Miller de forma aplastante. Se arriesgó, apostó y ganó. Contando en paralelo la llegada de Gordon y de Wayne a Gotham, el primero se ve inmerso en un cuerpo de policía corrupto que no ve con buenos ojos la llegada del nuevo y estirado teniente. Al tiempo su vida personal está en una encrucijada: acaba de mudarse a la ciudad con su mujer y de tener un bebé. Pero el segundo, es totalmente diferente.
El Batman obsesionado, psicótico, que tiene largos monólogos interiores con el fantasma de su padre muerto –asesinado junto con su madre cuando tan solo era un niño- se ha formado en cuerpo y mente en el extranjero. Es disciplinado, conoce multitud de artes marciales y de diferentes técnicas como el disfraz, por ejemplo. No vemos cómo el joven Bruce aprendió todo esto, no nos interesa ahora. Lo que el propio Wayne se pregunta y el lector con él, es cómo va a lograr su propósito: luchar contra el crimen en una de las ciudades más corruptas y violentas que se conocen. Él sabe de lo que es capaz y se lo dice a sí mismo: tiene dinero y medios, quiere venganza en forma de justicia callejera, tiene a su servicio a un mayordomo ducho en heridas de guerra. ¿Qué le falta?
La revelación le llega a Bruce en un momento crucial, narrado en las últimas páginas del primer número de forma soberbia. Un poco antes, el joven Bruce –apenas cuenta ahora con veinticinco años- se ha disfrazado y ha salido a reconocer su ciudad. Involuntariamente se mete en una pelea callejera contra un chulo que va degenerando; se enfrenta a las prostitutas –incluida una llamada Selina- y finalmente a la policía, que le dispara en el acto y lo deja malherido. Pese a que consigue escapar y llegar a la mansión familiar, no las tiene todas consigo. Vivir o morir se encuentran a una sola llamada de campanilla, tras la que acudirá su fiel Alfred. ¿Pero quiere vivir? ¿Podrá esperar más tiempo el carcomido muchacho antes de ver cumplidos sus propósitos? ¿Qué le falta? Y entonces es cuando ocurre la epifanía y la campanilla es agitada. La respuesta es clara: el miedo.
El lenguaje usado tanto por Bruce como por Gordon es paramilitar. Ambos han sido entrenados y disciplinados en ese arte –Gordon estuvo en el ejército antes de ser policía, aunque ahora está algo mayor-. Miller usa mucho los cuadros de texto para plasmar sus pensamientos íntimos y así ir mostrando sus personalidades, no tan diferentes la una de la otra. Por lo tanto no hay bocadillos de pensamiento en esta obra, tan sólo de diálogos.
Estoy hablando poco de Mazzucchelli. Dicho queda que me encanta su trabajo en esta obra y en las anteriores mencionadas más arriba. Dibujo preciso y detallista, sin grandes aspavientos, con un uso acertadísimo de la elipsis narrativa y de trucos de sombras y del contraste del color negro. Diferentes composiciones de página, tanto en número de viñetas como en su tamaño y disposición. Unas portadas simbólicas muy sencillas, pero muy acertadas con lo que se está narrando en el interior del tebeo. El único pero que le puedo poner es que, si bien está a la altura del guión de su compañero, a mí lo que me llama la atención es la historia. En mi mente retengo muchos más diálogos de esta obra que viñetas o dibujos. No me atrevo a afirmar que con un dibujante inferior esta obra hubiese sido igual de buena, pero lo que quiero reiterar es que lo que a mí me llama es la idea principal, la explicación del origen del personaje. Su esencia.
Conforme la obra va avanzando, vamos viendo como la presencia de Batman empieza a hacerse notar en la ciudad. Al principio son delitos callejeros, gente de poca monta. El disfraz funciona, pero todavía le hace falta práctica: en uno de sus primeros altercados no sólo recibe de lo lindo, sino que está a punto de matar a un crío. Un error imperdonable. Sus métodos van refinándose poco a poco: recurre al engaño y a la pantomima, a la violencia y a la intimidación. Pero poco a poco sus objetivos van subiendo en la escala: el alcalde, por ejemplo. El comisario de policía Loeb; El Romano, mano derecha de Falcone, el principal capo mafioso de la ciudad. Empieza a establecer relaciones, por ejemplo, con un ambicioso asistente de fiscal del distrito, Harvey Dent. Y mientras, Gordon debe lidiar con las presiones desde arriba para que capture al murciélago del que todo el mundo habla. El primer encuentro con la policía dejará muy claro con quién –o qué- se están enfrentando. La historia acabará finalmente con ambos protagonistas frente a frente y tras darse cuenta de la realidad: que no pueden hacerlo solos. Si quieren triunfar en su propósito de limpiar las calles de Gotham, deberán trabajar juntos.
Año Uno es también una historia de trepidante acción en varios frentes. De iniciación, de evolución de sus personajes. Es el primer año del justiciero enmascarado, el inicio de su amistad con Gordon y de la lucha contra los criminales de Gotham. Es la aceptación de un destino y es la respuesta a la gran pregunta. Todo eso en tan sólo cuatro números. Una obra maestra sin discusión.






Si, posiblemente esta sea una de las razones mas de peso para hacerse con la coleccion de Planeta de Batman.
ResponderEliminarLos primeros números -si no los tienes ya- están muy bien por este precio.
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