martes, 14 de diciembre de 2010

El manuscrito de piedra, de Luis García Jambrina

Nos encontramos a finales del Siglo XV en Salamanca, una ciudad que vive alrededor de su prestigiosa universidad en una época dominada por el celo religioso y la Inquisición y donde los Reyes Católicos no hace mucho que consiguieron llevar la Reconquista a buen puerto. Colón ya ha vuelto de sus primeros viajes a las Américas; los judíos fueron expulsados hace poco u obligados a convertirse y sus descendientes todavía temen ser perseguidos a causa de sus antepasados.

Justo cuando la ciudad se prepara y adorna para recibir al Príncipe de Asturias, un grave suceso tiene lugar días antes: el catedrático de Teología de la Universidad, un dominico, es hallado muerto a puñaladas a las puertas de la iglesia. El obispo de la ciudad, no confiando en nadie, preceptor del joven príncipe y ansioso por solucionar el grave asunto con la mayor de las discreciones, encarga a un hombre de su confianza, un brillante estudiante de Leyes de la propia universidad, resuelva el misterio y halle al culpable en el menor tiempo posible. Ese joven no es otro que Fernando de Rojas.

El escritor, oriundo de Zamora, es doctor y profesor titular de Filología Hispánica en la Universidad de Salamanca. Su carrera como escritor hasta la fecha había consistido en varios volúmenes de cuentos y varios ensayos, hasta que en 2008 Alfaguara le publicara esta novela histórica ambientada en la Edad Media española y de la que ya hay anunciada una segunda parte. En esta primera aventura, Jambrina consigue un hábil equilibrio entre la parte histórica y de ambientación, que debe de conocer muy bien, y la historia que se nos cuenta, de tintes más modernos, con un crimen por resolver que se va complicando lentamente y que va sumergiendo a su protagonista, un improvisado detective de lo lógico, en una conspiración que salpicará a importantes personalidades de la España de la época.

Destaca la ambientación: las calles de la ciudad, en la Universidad con los profesores, en los Colegios Mayores con los estudiantes, en las iglesias con los monjes y curas –sean o no inquisitoriales- y en las mancebías con sus dispuestas muchachas. Rojas va paseándose por todos ellos en un momento u otro de su investigación y sabrá sacar provecho de cada situación, saltando de pista en pista y aprendiendo de sus congéneres –al igual que el lector-, que tienen mucho que enseñarle.

Jambrina dosifica la información y la administra la mayoría en forma de diálogos, lo que hace que la lectura sea mucho más amena pese a la gran cantidad de datos que aporta. Al mismo tiempo se permite el lujo de jugar con un personaje histórico como Fernando de Rojas, autor de La Celestina, pero del que no se sabe casi nada a ciencia cierta. Y este es uno de los grandes aciertos del autor en esta novela, ya que de ese modo accede a una parte mítica y oculta de la historia y la relaciona con esos otros hechos contrastados, los cuales no teme retorcer en su beneficio y darles una nueva vuelta de tuerca que nos permita verlos desde otra perspectiva. Las leyendas ocultas en la historia de la ciudad y los muchos y variados cambios que se vivían en la época son el marco perfecto para narrar un misterio.

El manuscrito de piedra ha sido una grata sorpresa. En un principio me acerqué a ella por estar ambientada en una ciudad que conozco y por la que me siento interesado y al final ha resultado ser una gran novela policiaca y de aventuras, muy entretenida, con gran cantidad de datos curiosos y de grandes momentos, que se lee en poco tiempo y que es muy recomendable.

Eso no quita algunos peros en su realización. Desde que Umberto Eco publicara El nombre de la rosa, las novelas históricas de misterio o policíacas han sido un género en sí mismo y a veces la comparación hace palidecer a las nuevas. En este caso, la historia de García Jambrina es mucho más amena, realizada en un estilo más mundano, pero conservando los rasgos mínimos de erudición para hacerla más creíble, como la forma de hablar de sus personajes, por ejemplo, aunque a veces son muy dados a los monólogos. Tan sólo le echaría en cara que, en una resolución final que me pareció acertada, con un giro muy interesante, falle en esos momentos finales tras las grandes revelaciones. El clímax le queda un poco blando y hay que reconocer que la elección del culpable no me pareció acertada, por evidente. Y es que es una de las decisiones más difíciles a las que se enfrenta un escritor cuando tiene que ponerle rostro al malo de la función, a la hora de mostrar un culpable: ¿es alguien desconocido totalmente o al contrario? ¿Ha salido anteriormente mencionado en las páginas o es la primera vez que aparece? ¿Cuáles son sus razones a la hora de cometer el crimen?

Pequeñas diferencias personales que tuve con el final de la novela, pero que no le restan interés al viaje con ella iniciado. Dan ganas de volver a Salamanca con este libro bajo el brazo y admirar muchas de sus maravillas desde otra perspectiva. Que por cierto y a modo de apunte, se trata de una historia tremendamente cinematográfica.

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