El genio neoyorkino desarrolló para su representación en Broadway -junto a Diane Keaton- un guión de comedia titulado originalmente Play It Again, Sam. En un principio esta frase se atribuye erróneamente a Casablanca, la mítica palícula de Humphrey Bogart, pero la realidad es que nunca aparece en ella, sino en otra película bien diferente, Una noche en Casablanca, de los hermanos Marx.
Un equívoco de lo más curioso que le dio la oportunidad a Woody Allen para crear una de sus comedias más exitosas y alabadas y que un tiempo después vio su versión en pantalla grande a petición del propio actor, que no se atrevió con la dirección, dejando tal labor al director Herbert Ross. Se estrenó en 1972 y se tituló en español como Sueños de un seductor.
En la versión teatral española, el protagonista es Allan, un crítico de cine neurótico que vive en Nueva York al que acaba de abandonar su mujer tras muchos años de matrimonio. Sus mejores amigos, Frank y Linda que están a su vez casados, tratarán por todos los medios de ayudarle, aunque sea encontrándole una nueva pareja. Y que no se me olvide: Allan también tiene la particularidad de entablar conversaciones privadas con el mismo Humphrey Bogart.
Luis Merlo caractericado al más puro estilo Allen -barba de varios días, despeinado siempre, la ropa hecha un desastre, gruesas gafas de pasta- hace suyos los hábiles diálogos llenos de bromas sobre judíos, el matrimonio, el psicoanálisis o todos los demás temas comunes de la obra de Woody Allen. María Barranco como Linda se complementa bastante bien, dándose uno al otro las réplicas con la necesaria rapidez y gracia, sin que en ningún momento deje de entendérseles ni una sola palabra. El ocupado marido de Linda está interpretado por José Luis Alcobendas; el gran Humphrey Bogart tiene la planta de Javier Martín y el resto de mujeres que aparecen en la obra y que se convierten en un momento o en otro en blanco del nuevo y desentrenado soltero están todas ellas interpretadas en un alarde de vestuario y peluquería por Beatriz Santana.
La dirección de Tamzin Townsend es de una sencillez estrema: un solo escenario con un sofá y una mesa que asemeja el salón del piso de Allan y que se va transformando con cada cambio de luces en los más variopintos lugares, ya sean la sala de un museao, una discoteca o el lago de Central Park. Le sacan mucho partido al sofá los cinco actores que se ocupan de esta obra, donde lo importante son ellos y sus relaciones, sus afilados diálogos y el descacharrante humor de Woody Allen. Al que le guste su estilo tiene aquí un claro ejemplo de sus mejores momentos y al que no le haga gracia igual hasta se ríe de los desesperados intentos del protagonista por reencontrarse con el amor.
Muy bien el Teatro Maravillas, acogedor y cómodo. En la hora y media aproximada que dura la función no se notó ni calor ni frío ni ningún fallo apreciable de sonido o de luz. Un lugar perfecto para esta obra, cuyo escenario está cercano y bien posicionado, para que incluso desde los laterales se pueda ver perfectamente.
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