viernes, 4 de marzo de 2011

Porco Rosso, de Hayao Miyazaki

El Studio Ghibli volvió a cautivar al gran público con esta su séptima película estrenada en el año 1992 y que se desarrollaba en el mar Adriático tras la I Guerra Mundial y que la protagonizaba un curioso piloto italiano de hidroaviones que malvive como cazarrecompensas. El hecho de que debido a una extraña maldición posea un rostro de cerdo es el punto especial que se añade a esta aventura repleta de humor y ternura, como viene siendo habitual en las producciones del estudio japonés.

Porco Rosso quiere vivir apartado de todos y dejar de batirse con los piratas del aire, así que decide marcharse, algo que no podrá hacer en el último momento con la llegada de un mercenario americano en busca de fama y fortuna, al que la pericia del piloto italiano no le asusta lo más mínimo, sino todo lo contrario. Con su hidroavión en las últimas, Rosso tendrá que viajar a Milán de incógnito para allí arreglarlo, donde trabará amistad con una jovencita que entiende más de aviones que nadie y que le acompañará en sus próximas aventuras.

La película está llena de grandes momentos, en especial todas las escenas aéreas de lucha y acrobacias, que quedan espléndidas en pantalla. Todo el tramo en Milán con el taller de mujeres es una maravilla y es que el sentido del humor lo impregna todo, desde la fanfarronería del americano, incapaz de no declararse en matrimonio a toda belleza que se le cruza; hasta los propios piratas, que tienen poco de maleantes y mucho de hombres de honor, aunque sean algo bruscos. Y por encima de todos ellos, el personaje de Porco Rosso, derrotado por la vida y por la maldición que arrastra, incapaz de acercarse a aquellos que ama y ligado de forma única a su avión desde que perdiera a todos sus compañeros en una batalla, secuencia muy bien contada y de una forma realmente emocionante.

Una película de aventuras, repleta de secuencias de acción, con historia de amor incluida, salpicada de muchos momentos graciosos y que demuestra un cariño inaudito hacia ese mundo dominado por los pilotos de hidroaviones que tuvieron su momento de gloria en la I Guerra Mundial y en años posteriores.

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