Fin, de David Monteagudo

El autor gallego –de Lugo- es uno de los casos más insólitos de la literatura española reciente. Su trabajo lo realiza en una fábrica de cartón ondulado en un pueblo de Barcelona desde hace muchos años y no fue hasta que cumplió cuarenta que decidió sacar fuera todo aquello que atesoraba en su interior y dedicarse en los ratos que podía a escribir. Dice que tiene unos diez libros terminados, pero no fue hasta 2009 que publicó su primera novela: Fin, en la editorial El Acantilado, una de las más vistosas del panorama español en las librerías y que ha acumulado buenos reconocimientos por su labor en el diseño. Sin duda su labor publicitaria fue parte responsable del éxito de la opera prima de Monteagudo; pero hay que reconocer que tiene un algo especial en sí misma.

Es difícil describir su trama o incluso encasillarla dentro de un género concreto, al menos sin revelar nada de sus muchas sorpresas. En sus comienzos se trata de un drama en el que unos amigos que hace más de veinte años que no se ven deciden quedar de nuevo en uno de los últimos sitios donde se reunieron, en un refugio algo alejado de las principales ciudades donde reina la naturaleza y se pueden practicar deportes como la escalada. Reuniones de las que personalmente no soy muy amigo porque este tipo de historias nunca acaban bien. Y a partir de ahí la cosa cambia de género poco a poco, pero sin dejar un momento de respiro al lector, cogiendo cada vez más velocidad hasta un final en verdad desconcertante, punto por otra parte no del todo satisfactorio.

No sólo llamó mi atención por lo inusual de su autor, sino porque en algunas críticas o comentarios en internet se relacionaba esta obra con otras de grandes autores como Cormac McCarthy –La carretera y Fin han sufrido odiosas comparaciones-. Bien, no es una novela que me haya decepcionado. Cumple con su labor de interesar al lector, de impedirle abandonar sus páginas en pos de una serie de respuestas al enigma que se plantea. Sin embargo se nota que estamos ante una novela de un escritor todavía novel, donde hay algunos aspectos que te sitúan fuera de la misma: por ejemplo tarda en arrancar, quizás demasiado, como si se trataran de dos historias bien diferentes; el desenlace, algo caprichoso, puede dejar a más de uno con un buen palmo y como última idea, por momentos parece que la cosa no avanza, que da vueltas sobre sí misma. Me queda la sensación de que podría haber sido una novela corta o un cuento más perfecto que una historia tan alargada.

El autor

Hablando un poco del estilo de la novela, en ella Monteagudo recurre casi en exclusiva a los diálogos para contar su historia. Estos largos intercambios verbales vienen precedidos en muchas ocasiones por párrafos en tercera persona descriptivos que a mí me han recordado poderosamente a cómo se utilizan esos textos en obras de teatro para situar al lector en la escena. Como curiosidad, cuando mejor combina estos dos aspectos mejor logra su propósito de emocionar al lector.

Aun así no quiero descorazonar a nadie que sienta curiosidad por Fin: es original y está bien escrita, con pasajes muy bien conseguidos donde se masca la tensión y que hacen que no dure mucho una vez que se ha empezado con el libro. No es perfecta, pero está por encima de muchas novelas que nos venden como best-sellers traídos del extranjero y que siempre acaban sonando todos iguales, según la moda impuesta por las editoriales. A mí personalmente, más que a La carretera, me ha producido ecos de esas fábulas que cuenta en forma de novela el gran Saramago o de películas como El ángel exterminador, de Buñuel, donde situaciones inexplicables ponen a prueba a una serie de personas corrientes.

Sin duda Monteagudo es un escritor a tener en cuenta, por muy tardía que se haya desarrollado su carrera.