En el año 2008 dio comienzo una de las peores crisis
financieras de la historia del capitalismo, cuyas consecuencias todavía están
lejos de desaparecer. El cine de Hollywood, siempre atento a las modas
imperantes y a los temas más candentes de actualidad, nunca deja pasar este
tipo de oportunidades de llevar a la gran pantalla diferentes historias
ambientadas de forma que pueda atraer al público curioso. Como ya pasara en los
momentos más importantes de su historia, la industria norteamericana no ha
dejado que la crisis se enfríe cuando ya está produciendo historias sobre ella:
reveladores documentales como Inside Job,
insulsas comedias con un marcado tono optimista y algo manipulador, como la
reciente Larry Crowe; o a medio
camino entre el drama y el renacer de la esperanza, como era The Company Men.
Ahora nos llega una producción que, refugiada en su origen
independiente, se atreve a narrar una tensa historia en las horas previas a la
caída de uno de los más poderosos bancos de inversión norteamericanos, aquel
que si bien no lo empezó todo sí fue el que dio la voz de alarma en todo el
mundo.
Tras su paso por Berlín y Sundance, la opera prima de su
director y guionista ha conseguido llamar la atención del gran público y de la
crítica, apoyándose en uno de los repartos más sólidos que se recuerdan donde
las charlas financieras y los diálogos cínicos suenan como nunca antes. Es poco
probable no acordarse de una obra de teatro cuando se visiona esta película, ya
que tanto su cronología como su localización física son limitadas. Por parte de
su director, sabe mantener la tensión cuando es necesario, los momentos
intimistas no rompen el ritmo y además hay algunas buenas ideas. Me ha
encantado cómo, cuando se descubre el pastel, éste va subiendo en la escala de
poder de la empresa al mismo tiempo que vamos descubriendo nuevas caras de
grandes actores detrás, esperando quién será el siguiente. Como una gran
secuencia de fichas de dominó que van empujándose unas a otras, todo comienza
con una de las más pequeñas, justo cuando tiene lugar en una importante empresa
financiera de inversión una “limpieza” de puestos de trabajo. Los elegidos son
aquellos que se quedarán un día más trabajando y Eric Dale no es uno de ellos.
El gran Stanley Tucci (The Lovely Bones,
Algo pasa en Hollywood) hace mucho
con muy poco y su marcha a la fuerza de la compañía propicia que su trabajo
caiga en manos de su pupilo Peter Sullivan, el cual destapará la caja de
Pandora. Zachary Quinto no solo convence al lado de tantos pesos pesados de la
interpretación, sino que se encuentra detrás de la productora encargada de la
película: “Before The Door Pictures”. Lejos de sus anteriores papeles en Heroes o Star Trek, ahora se codea junto a Penn Badgley, promesa salido de Gossip Girl y el eslabón más débil del
reparto.
Los mejores diálogos y la actitud más cínica se la reserva
el jefe de ambos, un Paul Bettany al que se agradece que deje de lado esas
superproducciones de acción y efectos especiales donde pese a tener el papel
protagonista no hace más que malgastar su talento.
Seguimos subiendo en la cadena alimenticia y nos encontramos
ya con uno de los pesos pesados de la compañía, que se da perfecta cuenta de la
situación límite en la que se encuentra su empleador. Kevin Spacey es sin duda
lo mejor de una película con una media muy alta, con los mejores momentos de
drama y tensión. Alejado de las comedias a las que se había dedicado
últimamente, como Cómo acabar con tu jefe o Los hombres que miraban fijamente a las cabras. Una lucha moral que tendrá lugar en varios frentes:
primero frente a sus teóricos superiores, en los cuerpos de Simon Baker, al que
le costará separarse de su papel televisivo de El mentalista, pero que tiene buena experiencia en el cine (El demonio bajo la piel, L. A. Confidential)
y en el de Demi Moore (Mr. Brooks),
espectacular con cada nueva aparición en pantalla grande.
Haciendo tiempo hasta la aparición del mandamás, una persona
que gana 85 millones de dólares al año y que está tan por encima del resto que
es capaz de cualquier cosa. Jeremy Irons se toma un descanso del rodaje de Los Borgia –también aparecía en Appaloosa- para clavar al magnate dueño
de la compañía, el cual iniciará las maniobras que tendrán mucho que ver en la
crisis financiera consecuente.
Lo dicho: un reparto espectacular para un director que saca
buen provecho de ellos y que no teme presentarlos como unos cínicos ambiciosos,
tiburones de Wall Street dispuestos a cualquier cosa por el dinero. Es difícil
hacer interesante una película de hora y media de gente hablando, pero Chandor
lo consigue en su debut y por muchos momentos, hasta emociona. Tema candente de
actualidad que solo lo hace más interesante, una buena película para entender
un poquito mejor cómo se inició todo esto.





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