viernes, 16 de diciembre de 2011

Perros de paja (Straw dogs), de Rod Lurie


Un encargo difícil el que ha llevado acabo el director de origen israelí –antes crítico de cine de reconocido prestigio e integrante de las Fuerzas Armadas estadounidenses- que también se encarga de este guión basado en una obra maestra del cine que se estrenó en 1971 y que tenía de principal artífice a Sam Peckinpah.

Algunas películas, simplemente, nunca deberían ser objeto de un remake, de igual forma que hay canciones que nunca deberían versionarse. Cuando Peckinpah estrenó Perros de paja levantó un revuelo considerable, ante un público que no estaba acostumbrado a sus excesos con la cámara, a su tratamiento real y crudo de la violencia o de la sexualidad, ni que estaba preparado para enfrentarse a una historia de la profundidad y crudeza que se le presentaba.

Hoy en día estamos más hechos a la violencia sin sentido y hemos visionado mil y una veces escenas desagradables en la gran pantalla de toda clase. Rod Lurie no consigue innovar ni golpear al espectador como lo hizo en su día Peckinpah y el resultado final es mucho más blando. No hay nada de la ambigüedad moral que había en la original, ni de su tensión ni miedo. Se trata de una actualización a los tiempos que corren, cambiando algún que otro detalle aquí y allí –el protagonista antes era un matemático, ahora un escritor- y poco más. Ni la pareja de casados recién llegados al pueblo interpretados por James Marsden y Kate Bosworth son comparables a Dustin Hoffman y Susan George, aunque tengo que reconocer que hacia el final Marsden me convenció con esa pinta de pringado capaz de las más increíbles decisiones.

En el lado de los lugareños que disfrutan haciéndole la vida imposible al extranjero pijo que viene de la ciudad destaca Alexander Skarsgard, en pleno auge de su carrera (True Blood, 13, Generation Kill) bien acompañado por alguna cara conocida como la de Dominic Purcell (Prison Break) y  liderado por un de nuevo sobreactuado James Woods, pero carismático como siempre.

La historia incluso es lo de menos, algo tópica en sus inicios con chico nuevo que llega al pueblo de la mano de una de sus integrantes, que logró marcharse y ahora vuelve a casa, provocando el enfrentamiento con los lugareños. El director no logra la tensión creciente y necesaria para que el final sea de verdadero impacto, pero al menos añade algo de pulso a la última secuencia de la película. No lo suficiente para hacer este remake necesario, pero al menos evita que los espectadores salgan desencantados del cine.

Por último, si alguien quiere acercarse a una versión muy personal de esta historia, en clave moderna y mucho más interesante, le recomendaría The Backwoods, o Bosque de sombras. Y sí, se trata de una película española, pese a contar con Gary Oldman en el papel principal. 

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