John le Carré es un veterano novelista especializado en el género de espías, con especial predilección por esa época llamada Guerra Fría en la que las diferentes agencias de espionaje americanas, rusas o británicas se disputaban la hegemonía del planeta. Su personaje más célebre ha protagonizado cinco novelas en dicho periodo y aparecido en otras tres en su papel de experto en la inteligencia británica. Con la publicación de El topo en 1974 (Tinker, Taylor, Soldier, Spy) se iniciaba una apasionante trilogía en la que el agente George Smiley medía su inteligencia a un homónimo ruso llamado Karla.
Más de 30 años después, el director nacido en Estocolmo Tomas Alfredson, que se ganó todas las alabanzas posibles con su particular versión del vampirismo en Déjame entrar (2008), adapta por primera vez a la gran pantalla la compleja novela del escritor inglés –en 1979 la BBC produjo una serie de siete capítulos sobre esta historia- que ha triunfado entre la crítica.
Circus es el nombre que representa la cúpula del MI6 británico. Control (John Hurt) es el máximo responsable y su mano derecha no es otro que George Smiley (Gary Oldman). Cuando una misión sale mal en Budapest y el agente Prideaux (Marc Strong) queda comprometido, ambos son forzados a retirarse del servicio y jubilados a la fuerza. Pero al solitario Smiley, al que su mujer ha vuelto a abandonar, se le presenta una nueva oportunidad: el gobierno británico tiene sus sospechas de que algo anda mal en Circus y de que es posible que exista un topo que esté pasando información a los rusos. Reuniendo un corto equipo de agentes de confianza, Smiley se meterá de lleno en una gran trampa en la que él mismo es sospechoso y en una compleja partida de ajedrez cuyo resultado final es del todo incierto.
Alfredson opta de nuevo por su estilo pausado para plasmar en apenas dos horas una historia con muchos vericuetos, avanzando y retrocediendo en la narración, jugando con los encuadres y con la iluminación; secundado por la estupenda música de Alberto Iglesias y, sobre todo, por un reparto estelar de auténtico lujo donde todos los actores están perfectos.
Ha sido Gary Oldman (Harry Potter, El caballero oscuro) el que ha cosechado la mayoría de elogios. Un actor que se debate constantemente entre papeles más histriónicos en películas comerciales y otros más comedidos pero muy intensos en verdaderas lecciones de cine, como es el caso que nos ocupa. Uno de esos papeles de hombre abatido, tranquilo, que parece indefenso pero que no lo es. Su George Smiley inspira intranquilidad, inteligencia, falta de escrúpulos; pero al mismo tiempo se hace el bueno de la película con suma facilidad. En esa cúpula del MI6 tenemos actores veteranos de la talla de John Hurt (Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal), Toby Jones (Capitán América, La niebla) o Colin Firth (ganador el año pasado del Oscar al Mejor Actor por El discurso del rey). Pero es que los jóvenes agentes de campo tampoco se quedan atrás, en un más que interesante duelo interpretativo entre varias generaciones: Benedict Cumberbatch es la mano derecha de Smiley (y el nuevo Sherlock Holmes del siglo XXI); Mark Strong, que se está especializando en estos personajes secundarios con peso en la trama (Sherlock Holmes, Robin Hood, Camino a la libertad, Kick-Ass) y Tom Hardy, un actor de físico imponente que muy pronto dará mucho que hablar (Origen).
Con un guión muy trabajado, Alfredson apuesta por un cine casi opuesto a lo comercial, donde nada sobra y nada falta, en una historia que necesita de cierta precisión para que se haga entendible, así como de la participación del público. Aquí no hay agentes secretos corriendo por los tejados, sino burócratas investigándose los unos a los otros y aun así hay varias secuencias de gran tensión, como si se tratara de un grandísimo thriller. Es una película que al mismo tiempo está envuelta en una atmosfera curiosa, como gris, triste y desalentadora.
La suma de todos estos ingredientes da como resultado un ejemplo claro de cine de espías, de marcado tono europeo, que evoca la época clásica del séptimo arte pero que al mismo tiempo está realizado de una forma moderna; amen de haber tenido la suerte de contar con un elenco actoral insuperable, con un Gary Oldman que me hace recordar al Michael Corleone de Pacino. De hecho, me encantaría que el mismo equipo continuara la historia, ya que el duelo de esas dos mentes geniales –Smiley y Karla- no puede depararnos sino grandes momentos de cine, un verdadero enfrentamiento a la altura del mejor Holmes y Moriarty –que por desgracia se nos ha escatimado en cine-.




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