Son varias las historias reales que van a protagonizar la
ceremonia de los Oscars de este año. Saving
Mr. Banks era una de las grandes apuestas de Disney, pero al final ha pasado bastante desapercibida, pese a
tratarse de una de esas películas que narran las desventuras entre bastidores
que precedieron a un gran clásico cinematográfico, en este caso Mary Poppins de la propia Disney. La película narra dos semanas a
principios de los años sesenta cuando P. L. Travers, la escritora del
personaje, accede de una vez por todas a viajar a California y participar en la
creación del guión de la película. Si este le satisface, accederá a ceder los
derechos a un Walt Disney que lleva la friolera de veinte años intentando
conseguirlos.
Mientras que Disney se encuentra en el apogeo de su fama,
con innumerables premios a sus espaldas y un imperio que sostener, Travers es
una mujer solitaria que vive en Londres y que no soporta la idea de ver a su
personaje convertido en un dibujo animado. Su carácter es como poco difícil, lo
que no deja de contrastar con el siempre amigable Disney, y no teme desplantar
continuamente a sus semejantes, haciéndoselas pasar muy difícil a los pobres
guionistas y músicos encargados del libreto. Para encarnar a tan desagradable
persona, la elegida fue Emma Thompson (Harry Potter, An Education), que demuestra de nuevo que es una de las actrices
más infravaloradas del momento. A la dificultad de su personaje hay que añadir
unas dosis de infinita tristeza y una profunda ternura, que componen una
personalidad nada fácil de mostrar en pantalla. Al inigualable Walt Disney lo
encarna Tom Hanks (El atlas de las nubes)
en un papel de gentleman encantador
hecho a su medida, por lo que no puede más que brillar en lo limitado de su
papel.
El director, que consiguió llamar la atención hace un par de
años con The Blind Side, no se
complica a la hora de narrar esta historia que transcurre en paralelo a otra
que tiene lugar en Australia, muchos años antes y donde una joven niña observa
como su familia es destrozada desde dentro por el alcoholismo de su padre, pese
a lo mucho que la quiere y a su actitud soñadora. Colin Farrell (Camino a la libertad, Corazón rebelde, Cómo acabar con tu jefe), que consigue serenarse cuando se encuentra alejado de
grandes superproducciones donde acaba perdido, y Ruth Wilson (Luther, El prisionero, Anna Karenina) aparecen en toda esta
parte. En el resto de la película también destacaría Paul Giamatti (12 años de esclavitud, John Adams,
Templario, Cosmopolis, Los idus de Marzo), en uno de esos papeles
secundarios que tan bien se le dan y que le permiten aparecer en numerosas
producciones que acaban llamando la atención cada año, haciendo de una buena
persona, amigable, pero con sus propios problemas personales.
Por desgracia a la película le falta un poco de empaque. Ni
el director es capaz de sacar partido a la parte del guión que transcurre en
los complejos Disney, donde se podría haber usado algún recurso más extremo –no
nos olvidemos que nos encontramos en uno de los centros mundiales de creación
artística en una de sus etapas doradas-, ni la propia historia se atreve a
ofrecer ninguna clase de claroscuro sobre un personaje histórico como Walt
Disney, que pese a no ser el absoluto protagonista siempre es retratado con
suma cordialidad. Por otro lado, el hecho de hilar los hechos acaecidos en el
pasado con los que luego tienen lugar en la novela y un poco más allá en cómo
estos son trasladados a la gran pantalla y la forma de trabajar que se tenía
entonces son muy atractivos. Emma Thompson está espléndida y en su parte final
hay momentos muy emocionantes. Además la banda sonora de Thomas Newman es tan
bonita como suele ser habitual en este compositor, el único que no ha sido olvidado
en las nominaciones de este año. Que por cierto, en la traducción al español se
pierde el sentido del título original en inglés, que tiene mucho que ver con el
desenlace.
No hay comentarios:
Publicar un comentario