Netflix se une a
la dura pugna que se vive por la audiencia en la televisión norteamericana
adaptando el libro de mismo título donde se narra el año que una mujer se ve
obligada a pasar en la cárcel. Ya en la ficción, Piper Chapman es una joven que
está a punto de casarse cuando tiene que ingresar en una cárcel federal, condenada
a quince meses por narcotráfico. Aunque ahora lleva una vida tranquila y
cómoda, hace diez años se dedicaba a hacer de mula con dinero para su amante,
la auténtica narcotraficante que, para colmo, acaba encontrándosela en la
cárcel.
Lo que en un principio parece una comedia ligera sobre una
niña pija de Nueva York que tiene que sobrevivir en un ambiente ajeno, se
convierte en un drama carcelario repleto de humor irónico, según la
protagonista va conociendo a sus compañeras e introduciéndose en la vida de la
cárcel, donde tendrá que lidiar con un nuevo trabajo, actitudes hostiles, otras
más cariñosas pero no por ello más queridas o la relación con los únicos
hombres a su alcance: sus carceleros. Como la duración de cada capítulo es más
o menos de una hora, también hay tiempo para ir mostrando poco a poco retazos
de la vida pasada de las demás reclusas, de modo que a través de precisos flashbacks vamos viendo como era su vida
anterior y qué fue lo que hicieron para llegar a la situación actual.
La serie es divertida y muy entretenida, van surgiendo
nuevas situaciones de manera continua, pero al mismo tiempo todo tiene una
unidad, una trama central que hace más atractivo seguir la serie, que se aleja
del procedimental. El hecho de que solo sean trece episodios ayuda mucho, sin
tener en cuenta que al tratarse de una cadena de VOD uno puede disfrutar la
serie de varios tirones. En la parte de drama carcelario, no se aprecian
demasiados estereotipos, quizás porque en las innumerables películas y series
con este tema nunca se ha tratado el de las cárceles femeninas, lo que supone
un soplo de aire fresco en el género.
Jenji Kohan, creadora también de Weeds, basa parte de su éxito en el estupendo plantel de actrices,
la mayoría de ellas desconocidas para el gran público, con especial atención a
la protagonista Taylor Schilling, nominada
al Globo de Oro, en una de esas mezclas muy bien conseguidas de fragilidad
y dureza, de estar a punto de romperse en cualquier momento, pero que siempre consigue
seguir adelante. Además lo hace de manera poco histriónica, pero muy graciosa.
Otro punto de lo más interesante es el retrato poco agraciado
de los pocos hombres que aparecen en el reparto, destacando el actor Jason
Biggs, que interpreta al prometido de Piper y cuya actitud fuera de los muros
de la prisión no es todo lo que su futura esposa habría deseado. Sin embargo,
dentro las cosas no son precisamente buenas: el absurdo se hace mayor cuando
nos damos cuenta del auténtico pelaje de los responsables de mantener el orden
en la cárcel, incluidos los que aparecen por allí solo cuando hay problemas. De
los habituales, uno controla el tráfico de drogas y no le hace ascos a
aprovecharse de las convictas; otro es prácticamente alcohólico; uno es
homófobo y así hasta completar un patético plantel que no hace sino contrastar
con los verdaderos delincuentes.
Otro sleeper de
temporada, tal y como ocurrió con Orphan Black y que veremos cómo se desarrolla este año una vez ha pasado la
sorpresa inicial. Seguro que el cliffhanger con el que ha acabado su primera
tanda de episodios ayuda a que más de uno vuelva sin pensarlo a esta peculiar
cárcel de mínima seguridad a las afueras de Nueva York.
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