La primera vez que vi este personaje venía presentado envuelto
en la bruma y el misterio, en una de las primeras aventuras de Hellboy.
Recuerdo que aunque su diseño sí que me gustó, no pude evitar pensar en lo
ridículo de que un héroe enmascarado se llamara Bogavante Johnson y cuyo principal
símbolo identificativo no era otro que ¡la pinza del Bogavante!
En fin, una prueba más de que Mignola es capaz de sacarle
punta a muchos conceptos diferentes, en este caso al típico héroe pulp de la
década de los años treinta. Dejando de lado otras apariciones en la serie
hermana de Hellboy, AIDP, alrededor del personaje se iba
tejiendo una leyenda de lo más interesante: para el lector se trataba de un
vestigio del pasado cuyas intenciones no estaban nada claras, pero para los protagonistas
de la historia no era sino un personaje de cómic de su propia infancia, cuya
existencia real no estaba ni probada.
En su primera aventura protagonizada en solitario, El Prometeo de Hierro, Bogavante Johnson
era presentado como un duro y expeditivo héroe enmascarado que a finales de la
década de los treinta debía enfrentarse a una serie de enemigos sobrenaturales,
rodeado de un equipo de lo más variopinto que operaba en la clandestinidad. No
parecía tener ningún poder especial y seguía siendo un personaje misterioso con
mucho que contar, sobre todo a la hora de unir los cabos sueltos en el resto de
aventuras futuras que protagonizaría.
La historia que ahora se nos trae tiene lugar varios años
antes, en 1932 y la amenaza a la que se enfrenta el justiciero es algo más
terrenal, al menos de forma aparente, ya que estamos en un cómic de Mignola y
eso conlleva necesariamente una serie de elementos sobrenaturales metidos con
cierta naturalidad que adornan un clásico del género como puede ser la lucha de
un grupo de vigilantes contra un mafioso local que quiere crecer en su poder a
costa de los buenos ciudadanos del barrio. Policías que recogen cadáveres en
las calles con la marca de una pinza impresa en la frente, avistamientos de
indios indígenas americanos que van por ahí cortando cabelleras, una intrépida
reportera dispuesta a todo por contar la verdad y personajes de lo más
originales, como una pareja venida de Alemania con vastos poderes incendiarios.
Matones a sueldo, acción a raudales, muchos tiros y carreras en automóviles y
caníbales, también salen caníbales. El loco guión de Mignola y Arcudi, su
compañero de armas en los últimos años, de momento no aporta nada nuevo –o al
menos, que podamos percibir de momento- al universo de Hellboy, pero sigue
siendo tan entretenido y efectivo como siempre.
Es una pena que Mignola no se prodigue más en el tablero de
dibujo, aquí solo dibuja la portada del tomo recopilatorio y dos más alternativas
donde homenajeaba los monstruos clásicos de su juventud, en este caso concreto
La Momia y El Hombre Lobo. De las cinco portadas de la miniserie se encarga
Dave Johnson y de los interiores el croata Tonci Zonjic, del que sólo conozco
unas páginas en El inmortal Puño de
Hierro de Brubaker, Fraction y el español David Aja.
Zonjic encaja como un guante en el equipo de dibujantes con
los que Mignola ha estado colaborando los últimos años en Dark Horse. Es muy correcto en la ambientación, a la que siempre
ayuda el color unificador de Dave Stewart; de acabado suave y clásico, sabe
narrar escenas de acción y no desentona a la hora de plasmar las diferentes
criaturas sobrenaturales que van apareciendo. No usa muchas viñetas por página,
otra característica de estos cómics, que se disfrutan mucho más cuando podemos
leer la aventura de corrido, ya que a veces un solo tebeo puede saber a poco.
Destacan sus notas en las ya habituales páginas finales con los bocetos de
diseño de vehículos, escenarios y personajes, donde tienen una labor
fundamental ambos guionistas.
Bogavante Johnson, el justiciero enmascarado de la pinza –no
puedo evitarlo, me sigue sonando bastante gracioso- fue el segundo spin-off nacido a raíz del éxito de
Hellboy y en Estados Unidos ya ha aparecido un tercer tomo recopilatorio con
sus aventuras. Sin duda ha llegado para quedarse.
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