La historia está basada en la vida real de Ron Woodroof, un
texano algo vividor que a finales de los años ochenta es diagnosticado con el sida
y al que le dan apenas un mes de vida. Woodroof quiere por todos los medios
acceder a un tratamiento experimental que puede ser su última oportunidad, pero
le resulta imposible, por lo que se ve obligado a traficar con el medicamento
en cuestión. Un primer paso que lo llevará a investigar nuevas formas de auto
medicarse y de fundar el Dallas Buyers
Club, una asociación que provee a sus miembros de una serie de medicamentos
para combatir la mortal enfermedad. Pronto la FDA investiga sus actividades,
que tienen más que ver con el narcotráfico que con la medicina, siempre visto bajo el prisma de las grandes corporaciones
farmacéuticas.
Aunque se trata de un drama filmado con mucha sobriedad,
donde el director canadiense, desconocido para mí, logra pasar completamente
desapercibido ante la gran labor actoral de la pareja protagonista, la película
se hace muy entretenida cuando asistimos a una lucha personal que va
transitando por una serie de estados –primero por el propio interés de
supervivencia, luego por el afán lucrativo y finalmente por un particular
sentido de la justicia- liderados con mucho carisma por McConaughey, que perdió
veinticinco kilos para este papel y su interacción con el resto del reparto, en
especial con Leto, un homosexual travestido que se convierte en su socio y en
su principal fuente de clientes, por lo que podemos asistir a una de esas
verdaderas amistades, nada fáciles, que tan bien quedan en pantalla grande. La
película no oculta su crítica despiadada al sistema sanitario estadounidense ni
a los disparates que se crean gracias a sus leyes y es gracias a un personaje
secundario, interpretado por Jennifer Garner (Los fantasmas de mis ex novias) que podemos comprobar de primera
mano la difícil situación moral en la que se encuentran muchos doctores y
profesionales de la medicina.
Una película a priori pequeña que ha colocado a sus actores
protagonistas en lo más alto, emocionante y creíble en todo momento y que pese
al duro tema que trata se hace muy entretenida, sin caer en el melodrama barato ni en la lágrima fácil. De
las más interesantes que había este año en la ceremonia de los Oscars.
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