Además de las secuelas y los remakes, existen una serie de
reclamos a los que la industria del cine suele recurrir con cierta frecuencia,
como la reunión de una pareja de actores que consiguieron triunfar años atrás,
convirtiéndose de inmediato en el principal reclamo para atraer la atención del
público. La vuelta a un género concreto de un director es una idea tan buena
como la anterior, si bien es cierto que rara vez acaba funcionando, sobre todo
por las elevadas expectativas, como ocurrió hace un par de veranos con Ridley
Scott y su vuelta a la ciencia-ficción tras décadas ausente con Prometheus.
Aunque en los últimos años ha pasado desapercibido (la serie
Los Borgia), Neil Jordan tiene más
de una producción interesante en su carrera, como la primeriza En compañía de lobos (1984) o Michael Collins (1996). Pero aquella por
la que será recordado no es sino Entrevista
con el vampiro (1994), de modo que su vuelta a las implicaciones que traen
consigo los seres de la noche no podía ser más comentada.
Debido al año transcurrido entre su estreno en Irlanda y en
nuestro país, esta faceta de la producción ha quedado en el olvido, sobre todo
porque Byzantium, pese a atesorar
algunas buenas ideas, éstas apenas se quedan en posibilidades y en su conjunto resulta una película bastante
aburrida. Hay cosas interesantes, sobre todo el tono de la historia, ya que
Jordan decide alejarse del tópico y narrar más una trama sobre el vampirismo
que sobre vampiros, otorgando el protagonismo a dos mujeres, madre e hija, que
hacen lo posible por sobrevivir y pasar desapercibidas en el mundo de hoy. De
esa forma tenemos un vistazo a lo que supone para ambas su inmortalidad y como
lidian con ella de maneras contrapuestas: mientras que la madre lleva más de
doscientos años siendo incapaz de ganarse la vida de una forma diferente a la
única que ha conocido, la joven siente la imperiosa necesidad de contar su
historia, aunque sea a través de un cuaderno del que va arrancando las páginas.
Siendo una coproducción entre Irlanda y Reino Unido, lo
británico está presente en todo momento, no solo en el acento de sus
principales intérpretes; lo que la dota de un aire de cine europeo más cercano
a Déjame entrar que a horrores como Crepúsculo, aunque sin llegar a cautivar
como la película danesa. La bellísima Gemma Arterton (Furia de titanes, Quantum of Solace), que en ningún momento
abandona su sensualidad y la multinominada
Saoirse Ronan (Desde mi cielo) son
las protagonistas, acompañadas por los también británicos Sam Riley (13, En la carretera) y John Lee Miller,
que pertenecen a su pasado, por lo que aparecen siempre en flashbacks que interrumpen constantemente la narración. Como
anécdota patria, Javier Navarrete compone la partitura, nominado al Oscar por El laberinto del fauno.
Hay ideas interesantes, pero al final queda en nada y no es
por la falta de acción, sino porque uno tiene la sensación de que la historia
en el pasado es mucho más interesante que la que tiene lugar en el presente,
que es la que más metraje ocupa. Además el desenlace es apresurado y muy
previsible, por lo que tampoco deja un buen sabor de boca en el espectador.
Quizás por eso ha tardado tanto en estrenarse, porque es una película de
vampiros diferente a las demás y es difícil de vender y clasificar, más allá de
la vuelta del director al género que lo hizo famoso.
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