La anunciada última película del famoso director japonés nos
traslada a su país de origen, en un momento previo a la II Guerra Mundial, para
narrarnos la historia de un ingeniero aeronáutico que revolucionó la aviación
del Imperio. Sin renunciar a la mayoría de constantes de su cine, es verdad que
hay una que se echa mucho de menos: la fantasía. Miyazaki adapta una historia
que venía reconcomiéndole por dentro: ya la había publicado previamente en
papel, adaptando a su vez una novela de forma muy libre; y lo hace en clave
realista, dejando volar la imaginación en contadas ocasiones, tan solo cuando
el protagonista se pierde en ensoñaciones donde vislumbra cómo podrían
funcionar los aviones que diseña, mientras mantiene conversaciones ficticias con
su ídolo de juventud, un ingeniero aeronáutico italiano.
Este particular biopic nos narra la vida del joven ingeniero
y sus avatares para dotar a su país de un avión capaz de hacer frente a las
potencias extranjeras de Europa. La película se narra de forma cronológica –al principio
lo conocemos de muchacho- y en sus comienzos tiene una secuencia espectacular con
un terremoto que devasta Tokio, que cae presa de las llamas. Tras este potente
inicio la película pierde un poco de interés, tan solo salvado por los detalles
técnicos y la animación en pantalla, que harán las delicias de los aficionados a
la aeronáutica. Como suele ser habitual en su cine, la película tiene una serie
de diferentes capas de lectura, una de ellas podría ser la perseverancia de un
hombre sencillo y amable que fracaso tras fracaso se levanta siempre en busca
de su sueño. En un descanso forzoso que se ve obligado a tomar, acaba
encontrándose con el amor, lo que hace que el interés por la historia aumente
sin cesar hasta el desenlace, una vez la emoción llena la pantalla en su vida
privada como en la personal, que pasa a narrarse en paralelo.
Esa parte final de la película está muy bien conseguida y es
la que acaba salvando el producto, repleta de sentimiento. Por otro lado no es
difícil identificarse con el mensaje pacifista que hemos visto en toda la obra
del japonés y es muy interesante el hecho de que algo tan maravilloso como la
ciencia y el progreso tengan un lado oscuro que haga replanteárselo todo desde
los mismos comienzos, en este caso la fabricación de aviones para una guerra
inminente que comenzaría con el bombardeo de Pearl Harbor. La perfección
técnica en la animación, el amor por los detalles, la soberbia ambientación del
Japón de la época o la ternura que desprenden todos y cada uno de sus
personajes siguen siendo marca de la casa.
Lo que destaca en El
viento se levanta es el tono de la historia, el realismo de la misma y la
tristeza que emana de muchos de sus planos, lo que la aleja tanto del público
infantil como del más impaciente, ya que el ritmo también es pausado y el
sentido del humor apenas aparece en todo el metraje, que se va a las dos horas
aproximadamente. Parece claro que no se trata de la mejor película de su autor,
pero sigue estando a un nivel altísimo y la historia de amor que se nos cuenta
en la segunda parte de la historia vale mucho la pena. Sus primeras películas me
siguen gustando más, Nausicaä, Porco Rosso o La Princesa Mononoke, pero es una pena que este genio del séptimo
arte decida retirarse en un momento tan dulce de su carrera.
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