lunes, 16 de junio de 2014

Lupín III: el castillo de Cagliostro, la primera película de Hayao Miyazaki



En la década de los setenta, el ahora famoso director luchaba por hacerse un nombre en la animación japonesa, junto a Isao Takahata, uno de sus compañeros más fieles y en aquella época el principal director de los proyectos en los que trabajaban juntos, quedando para Miyazaki un papel más técnico pero esencial para las series en las que trabajaban. Es curioso cómo, con la perspectiva que dan los años, descubrimos la enorme cantidad de series anime en las que trabajó este hombre y que vimos en nuestra infancia: el propio Lupín y su pegadiza sintonía de apertura, Heidi o Marco y en una segunda clasificación de popularidad, Ana de las tejas verdes o Conan, el niño del futuro. La adaptación perruna de Sherlock Holmes, que en mi imaginación siempre habitará un fascinante universo steampunk, se estrenaría unos años después en 1984.

Con el paso de los años, Miyazaki fue dirigiendo cada vez más episodios de estas series, cogiendo la experiencia necesaria para dar el salto al largo, que se produciría en 1979 con la que sería la segunda película basada en la serie de Lupín III, un descendiente del famoso ladrón de guante blanco que ha heredado la profesión. Producida para TMS Entertainment, en sus orígenes era un manga creado por Monkey Punch que dio lugar a dos series para televisión. Esta película tenía una gran implicación del director, que también participó en la propia animación como diseñador, como guionista y como dibujante de storyboard –por aquella época también debía de dedicar cierto tiempo a dibujar el manga de Nausicaa del valle del viento, que luego se convertiría en su segunda película-.

Siempre me ha sorprendido esa mezcla de elementos japoneses con una ambientación europea, ya que el pequeño país ficticio de Cagliostro, donde se desarrolla la acción y principalmente en su castillo con fama de inexpugnable, parece un pequeño país cercano a la costa mediterránea. Como elemento diferenciador con el resto de robos perpetrados por el famoso ladrón en su propia serie, ahora Lupín deberá de penetrar en las entrañas del castillo para rescatar a la princesa del país, que vive secuestrada por un malvado conde que ansía su mano en matrimonio para así revelar el paradero de un vasto tesoro escondido por sus antepasados. Como no podía ser de otra manera, los secundarios habituales de la serie hacen acto de presencia, cada uno de ellos con alguna que otra secuencia importante: el pistolero Jigen, el samurái Goemon, la explosiva rubia Fujiko o el inspector de Interpol Zenigata, siempre unos pasos por detrás de los protagonistas en su intento de cazarlos y encerrarlos para siempre.

Siendo como es una historia donde lo que prima es la acción y la aventura, salpicada constantemente con mucho humor, el protagonista se reconvierte en un carismático héroe anónimo para la princesa, seguro de sí mismo y con sus habilidades en el mejor momento. El ejército privado del Conde con sus sables de inspiración imperial, contrastan con las armas antidisturbios de los agentes de la Interpol, así como con las metralletas o armas de fuego de alta precisión que usa Jigen, por no hablar de que hay un grupo de asesinos de estilo ninja, lo que deja en un segundo lugar que haya un samurái paseándose tranquilamente por ahí. La película es una mezcla interesante de varias influencias, sin dejar de lado el estilo de animación de la época, muy dinámico en las escenas más movidas pero que no deja de usar imágenes congeladas en muchos momentos. Como curiosidad, hay un personaje secundario, un anciano, que es calcado al abuelito de Heidi.

Miyazaki introduce nuevas perspectivas de cámara, una ambientación muy trabajada y un personaje protagonista que funciona bien como antihéroe, ya que en el fondo se trata de un ladrón de guante blanco –su primera aparición en la película es en Montecarlo, asaltando un casino-. Quedan para la posteridad varias secuencias de acción, en especial la última de ellas, donde se revela el misterio detrás de la herencia millonaria de los Cagliostro y una persecución en coche que tiene lugar al comienzo de la historia y que ha sido alabada una y otra vez desde entonces como un ejemplo a seguir por directores tan prestigiosos como John Lasseter.

El castillo de Cagliostro es divertida y entretenida, con algún que otro momento sobresaliente, pero hasta cierto punto olvidable, un desafío más en la carrera criminal de Lupín III, intercambiable por muchos otros. También hay que tener en cuenta que se trata del debut en el largo del director y que la película tiene ya treinta y cinco años, así que es hija de su época. Su siguiente trabajo, Nausicaa, mucho más personal, marcaría el camino a seguir por uno de los directores más importantes de la historia de la animación.

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