Peter Milligan pertenece a esa
segunda oleada de guionistas británicos que desembarcaron en el mercado
estadounidense del comic-book a
finales de los años ochenta y que hicieron suya la década de los noventa, sobre
todo en el sello Vertigo de DC Comics, que ante el declive que
sufrían los superhéroes veía como nacían en su seno cada vez más y mejores
historias, donde brillaban la originalidad de planteamientos y el tono adulto
de sus series y miniseries principales. En esa línea se sentía cómodo el
británico, con historias extremas de ciencia-ficción pura y dura, repletas de
valientes ideas. Sin embargo, al igual que ilustres predecesores como Alan
Moore o Neil Gaiman, sus trabajos más reconocidos vendrían de la mano de
personajes creados por otros autores, a los que dotó de nuevos puntos de vista:
Shade, el hombre cambiante, ideado
por Steve Ditko y El Blanco Humano,
creado por Len Wein y Carmine Infantino en 1979. Sin dejar de lado los
superhéroes, con aportaciones al universo de Batman y una alabada pero extraña
etapa en los mutantes de Marvel de la
mano de un revolucionario Joe Quesada, Milligan vertió todo su saber en la
serie de Blanco Humano, donde contó
con una ayuda sobresaliente en el apartado artístico.
Christopher Chance es un hombre
de acción con una profesión de lo más curiosa: proteger a posibles víctimas de
asesinos despiadados impersonándolos, suplantándolos, robándoles momentáneamente
su vida y convirtiéndose así en un blanco
humano. Sus dotes actorales, sus habilidades de maquillaje y peluquería y
un extraño don para calar la intimidad de sus protegidos lo convierten en el
mejor en su trabajo. Pero más allá de su integridad física, Chance corre un
grave peligro: el de perderse a sí mismo y olvidar quién es en realidad.
Blanco Humano, la miniserie
El relanzamiento de este
personaje en el sello Vertigo de la
mano de Milligan y el dibujante croata Edvin Biukovic tuvo lugar entre abril y
julio del año 1999 y con forma de miniserie de cuatro números, con portadas de
Tim Bradstreet y color de Lee Loughridge. En la primera
viñeta, en la primera frase, Milligan hace toda una declaración de intenciones:
“¿Quién soy?”. Un juego continúo de
identidades donde prima la acción espectacular, narrada de forma clara y
valiente por un dibujante que prometía maneras, que se maneja como un veterano
a la hora de dotar de detalle a los entornos y de manejar las perspectivas; una
estrella en ciernes que no trabajó mucho en el mercado norteamericano, ya que
muy poco tiempo después de finalizar esta miniserie moría en su tierra natal de
un tumor cerebral con apenas treinta años de edad. Su estilo era claro y
luminoso y en esta miniserie demuestra una perfecta compenetración con el
guionista, que sorprende ya desde su primer número: violencia, lenguaje adulto
repleto de tacos y expresiones soeces, un par de secuencias de acción muy
logradas y un gancho inigualable: Christopher Chance vive semiretirado,
aceptando solo aquellos trabajos que más le apetecen, hasta que descubre, no
solo que él es un objetivo, sino que existe otro Christopher Chance que le
acusa de haberle salvado la vida. Entre asesinos profesionales, el ambiente
decadente de la ciudad de Los Angeles y una trama central que envuelve a un
pastor de la iglesia y a la comunidad que intenta defender a toda costa del
acoso de las bandas callejeras; transcurre esta historia autoconclusiva que
deja así algún que otro cabo suelto para futuras secuelas. Milligan apuesta
tanto por los diálogos como por los cuadros de texto, donde usa la primera
persona para resaltar los pensamientos íntimos de los principales
protagonistas.
Blanco humano: montaje final
La primera secuela nos trae al
dibujante español Javier Pulido como compañero de Milligan, junto a los colores
planos de Dave Stewart, que le sientan perfectamente a su estilo de línea fina,
su composición de página y su forma de narrar, que en muchos momentos recuerda
a Mazzuchelli. Esta novela gráfica con un mayor número de páginas se estrenó en
2002, por lo que el español ya había trabajado en Marvel en The Incredible Hulk y en la propia DC en la
miniserie de Robin: Año Uno.
El thriller que plantea Milligan
nos lleva a Hollywood, donde Chance se verá obligado a tomar la identidad de un
asesino y un secuestrador que odia a las estrellas del mundo del cine, con el
objetivo de averiguar donde se encuentra el hijo adolescente de una acaudalada
pareja. La manida frase “nadie es quien dice ser” nunca había cobrado un mayor
sentido que en esta historia, donde se plantean una serie de interesantes
preguntas en torno a las cualidades únicas del protagonista. Si profundiza
demasiado en la psique de un asesino, ¿acabará devorado por su odio y cruzará
esa fina línea que le llevará a asesinar a un inocente? si suplanta a un amante
esposo, ¿acabará enamorado de su mujer? La fragmentada psique de Christopher
Chance sigue estando a prueba y una vez acabado el tomo son varias las cosas
que han cambiado con respecto a sus inicios, entre otras, Chance averigua la
identidad del que quería verle muerto en la anterior miniserie y no le va a
gustar nada.
Tras este trabajo, Javier Pulido
realizó unos pocos números junto a Ed Brubaker en Catwoman: Caer no es fácil, para luego encargarse de la serie regular
de Blanco Humano, donde alternaría
arcos argumentales con el dibujante Cliff Chiang, de parecido estilo.
Zonas de choque (Human Target #1
– 5 USA)
Milligan y Pulido relanzan al
personaje en una nueva serie regular. El guionista sigue explorando los cambios
de personalidad del protagonista, pero no solo profundizando en dilemas que
giran en torno a la identidad, sino fijándose en el individuo en comparación
con la sociedad que le ha tocado vivir, en este caso la norteamericana, muy
presente en todo momento hasta ahora en la costa californiana, cercana al mundo
de Hollywood. El primer número de la serie es un juego muy bien llevado de
quién es quién, con Christopher Chance muerto y Frank White, el productor de
cine que en la aventura anterior perdía a su hijo en un secuestro. La
experiencia provoca que White se centre en la relación con su mujer y en su
trabajo, que va radicalizándose hasta conseguir películas cada vez más
sangrientas y violentas, lo que no deja de ser una velada crítica al sistema.
Hasta que un loco decide llevar un poco de esa violencia ficticia al mundo real
de Frank White.
El regreso de Chance es necesario
y el guionista se lo lleva a la costa este para narrar un par de historias de
dos episodios cada una. Zonas de choque,
el título del primer volumen de la serie, recopila los cinco primeros episodios
americanos, todos realizados por un Javier Pulido cuyo trazo grueso y economía
narrativa son ideales para la enorme cantidad de texto que Milligan mete por
página, ya sea a través de los diálogos o de cajas de texto. El dibujo del
español brilla en su narrativa, sacándole mucho partido al uso de las viñetas y
a su disposición en la página, así como las sombras y manchas de negro.
Pese a todo no hay que olvidar
que Blanco Humano sigue siendo un
intenso thriller de acción repleto de giros de guión, en estos momentos con un
personaje central que no se encuentra en su mejor momento y que intenta
recuperarse de unos hechos traumáticos que han tenido lugar recientemente en su
vida. Milligan apuesta por los secundarios que aparecen en cada uno de los
casos en los que se ve envuelto Chance: en el primero de ellos aparece un
superviviente del atentado de las Torres Gemelas que tomó la decisión de
desaparecer y permanecer como víctima y que acaba embaucado en un chantaje con
peces gordos de Wall Street; en el segundo nos adentramos en el mundo del
béisbol, lo que nos lleva a preguntarnos hasta dónde pueden llegar las
habilidades de Chance a la hora de suplantar a una persona especial como puede
ser un profesional de las Grandes Ligas. Un punto de vista desmitificador del
guionista sobre una de los signos de identidad de la cultura norteamericana
moderna, un tono cínico y pesimista que no va a abandonar en toda la serie.
Vivir en Amérika (Human Target
#6-10 USA)
Cliff Chiang es un dibujante
norteamericano que ha desarrollado la mayor parte de su carrera en DC Comics y que en la actualidad ilustra
las andanzas de uno de los pesos pesados de la editorial: Wonder Woman. Chiang va a encargarse de este nuevo volumen
recopilatorio de la serie, con un acabado que lo aleja del espartano dibujo de
Pulido y lo acerca más al del malogrado Biukovic, compartiendo narrativa y
estilo con ambos. Teniendo en cuenta la paleta de colores de Loughridge, que ayuda a unificar a
ambos dibujantes, la parte gráfica de la serie queda enmarcada en un estilo
concreto y desenfadado, lo que da la oportunidad a Milligan de seguir contando
sus historias en un marco inigualable de acción a raudales, una de las señas de
la serie. Para su primera toma de contacto, el guionista prepara un capítulo
autoconclusivo que funciona muy bien. Continúa la evolución de Chance –ahora
mismo tiene que disfrazarse de Chance para parecerse a Chance, ya que todavía
conserva el rostro del productor de cine Frank White, así como fuertes
sentimientos hacia su esposa-, pese a que continúa con su peculiar trabajo, en
este caso ayudando a Bruno, el único amigo que tiene y su contacto en Los
Angeles: primero a un famoso cocinero de la zona y después a un sacerdote
católico, lo que le sirve a Milligan para seguir introduciendo preguntas sobre
la fragmentada psique del protagonista. ¿Puede expiar los actos de su pasado al
suplantar a una buena persona?
Los tres siguientes números son un arco argumental
completo que también funciona de maravilla, con muchas sorpresas que descubrir.
Milligan lleva a Chance a un pueblo alejado de la costa, buscando calma y
tranquilidad. Un pueblo del medio Oeste americano, típico y tópico, donde
Chance va a verse metido en una situación totalmente ajena a él y de la que no
puede escapar, que engloba a veteranos de Vietnam, revolucionarios violentos de
los años setenta, terroristas y al FBI.
Se cierra el tomo con un nuevo episodio autoconclusivo
donde Milligan demuestra lo bien que se lo pasa engañando al lector sobre la
verdadera identidad del protagonista, ya que siempre se pregunta quién es el
verdadero Chance. En este caso, un viejo amigo fugado de la cárcel embarca a
Chance en una orgía de destrucción en tan solo cinco días, en una de las
aventuras más divertidas de toda la serie.
En el nombre del padre (Human Target #11-16 USA)
Dos nuevas sagas en este volumen,
donde Milligan sigue explorando los recovecos más oscuros de la sociedad
estadounidense. En la primera de ellas toca el tema de la inmigración a través
de la frontera mexicana y de las mafias que hacen caja con ella, derivando
hacia la trata de blancas y en el caso concreto de los niños. Chance, empujado
por la señora White, de la que sigue enamorado, se ve arrastrado a una búsqueda
desesperada de una niña en particular, justo cuando parecía que volvía a
encauzar su vida, realizando trabajos esporádicos de “vidas breves” y cuando
por fin ha logrado recuperar su cara de verdad.
La segunda saga se centra en el
auge de las nuevas religiones, en concreto alrededor de un joven y apuesto
mesías que es un prisionero más de su propio movimiento religioso, al que
Bruno, mejor amigo de Chance, se ha unido. Se trata de unas de esas sectas que
viven apartadas en una granja o terreno vallado y que no hacen ascos al negocio
que trae consigo los milagros y derivados de la palabra divina.
Los dibujantes siguen
alternándose, cada uno en su estilo, las diferentes aventuras protagonizadas
por Chance. Pulido se encarga de los números 11 al 13 USA y Chiang del resto.
Como portadista tenemos a John Watkiss. Merece la pena destacar la labor del español
en el primer número del tomo, donde lleva su estilo minimalista un paso más
allá, con una composición de página bastante curiosa donde el contorno de las
viñetas acaba difuminándose hasta prácticamente desaparecer.
El usurpador (Human Target 17 -
21 USA)
El último volumen de la colección
debuta con un número autoconclusivo, donde Milligan ha demostrado moverse con
mucha facilidad, ya que aprovecha para jugar un poco con la estructura normal
de la serie. En este caso, Chance no necesita cambiar de apariencia, sino
enseñar a una testigo protegido del FBI a crear una nueva identidad, para así
poder pasar desapercibida en la ciudad de Los Angeles, donde delató a su novio
mafioso, que ha puesto precio a su cabeza –que por cierto, una de las
características de su nueva personalidad es que es una experta en arte ibérico,
es decir, pintura española y que habla ¡francés!-. Como si fuera necesario
resaltar todavía más el cambio de tercio de la historia, el dibujante es
Cameron Stewart.
Javier Pulido se despide de la
colección con otro número autoconclusivo y de nuevo jugando con la composición
de página, de modo que en todas las de este capítulo destaca una enorme viñeta
central. Además se encarga también del entintado y coloreado en una típica
historia de Milligan que pone el dedo en la llaga, con el miedo y paranoia que
tienen muchos norteamericanos hacia la cultura musulmana tras el ataque a las
Torres Gemelas.
Cliff Chiang se encarga de
despedir la colección con una saga en tres partes donde el guionista cierra el
círculo comenzado en su debut con el personaje, con la vuelta de Tom McFadden a
primera línea, lo que dará pie a un enfrentamiento por nada más y nada menos
que la personalidad de Christopher Chance.
Conclusión
Serie entretenidísima con dos lecturas
bien diferenciadas: la primera y más evidente es la historia de acción y
suspense, con enormes dosis de humor y que ofrece sorpresas con cada pasar de
la página, en un ambiente moderno post 11-S que nos permite, de un somero
vistazo, pasearnos por la sociedad norteamericana actual, con sus luces y
sombras; y la segunda, imprescindible, es el relato psicológico del
protagonista, perfectamente delineado por Milligan y las cuestiones que se
plantean alrededor de la propia identidad, del yo o de qué es lo que define en
realidad a un individuo. Esto lleva a la serie a un nuevo aspecto, más profundo
y difícil de entender para el lector medio, pero que lo dota de un elemento
diferenciador con el resto de publicaciones. Por desgracia, aunque está
considerada como uno de los mejores trabajos de la línea Vertigo de la época, nunca ha conseguido la fama de las joyas de la
corona, como The Sandman, Predicador
o 100 balas, por citar algunas.
Tampoco está de más volver a
hacer hincapié en un apartado gráfico sobresaliente y muy adecuado a lo que se
está contando, con tres dibujantes de parecido estilo que se complementan a la
perfección y que muestran de forma clara y brillante las andanzas de
Christopher Chance. La unión con Milligan es total y juntos alumbraron una
serie que aguanta muy bien segundas lecturas, con todos esos juegos de
identidad a los que nos somete el guionista y esas tramas episódicas que tocan
temas duros de tragar, lo que la hacen ideal para lectores adultos.
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