miércoles, 11 de junio de 2014

Blanco Humano, de Peter Milligan, Biukovic, Pulido & Chiang



Peter Milligan pertenece a esa segunda oleada de guionistas británicos que desembarcaron en el mercado estadounidense del comic-book a finales de los años ochenta y que hicieron suya la década de los noventa, sobre todo en el sello Vertigo de DC Comics, que ante el declive que sufrían los superhéroes veía como nacían en su seno cada vez más y mejores historias, donde brillaban la originalidad de planteamientos y el tono adulto de sus series y miniseries principales. En esa línea se sentía cómodo el británico, con historias extremas de ciencia-ficción pura y dura, repletas de valientes ideas. Sin embargo, al igual que ilustres predecesores como Alan Moore o Neil Gaiman, sus trabajos más reconocidos vendrían de la mano de personajes creados por otros autores, a los que dotó de nuevos puntos de vista: Shade, el hombre cambiante, ideado por Steve Ditko y El Blanco Humano, creado por Len Wein y Carmine Infantino en 1979. Sin dejar de lado los superhéroes, con aportaciones al universo de Batman y una alabada pero extraña etapa en los mutantes de Marvel de la mano de un revolucionario Joe Quesada, Milligan vertió todo su saber en la serie de Blanco Humano, donde contó con una ayuda sobresaliente en el apartado artístico.

Christopher Chance es un hombre de acción con una profesión de lo más curiosa: proteger a posibles víctimas de asesinos despiadados impersonándolos, suplantándolos, robándoles momentáneamente su vida y convirtiéndose así en un blanco humano. Sus dotes actorales, sus habilidades de maquillaje y peluquería y un extraño don para calar la intimidad de sus protegidos lo convierten en el mejor en su trabajo. Pero más allá de su integridad física, Chance corre un grave peligro: el de perderse a sí mismo y olvidar quién es en realidad.

Blanco Humano, la miniserie

El relanzamiento de este personaje en el sello Vertigo de la mano de Milligan y el dibujante croata Edvin Biukovic tuvo lugar entre abril y julio del año 1999 y con forma de miniserie de cuatro números, con portadas de Tim Bradstreet  y color de Lee Loughridge. En la primera viñeta, en la primera frase, Milligan hace toda una declaración de intenciones: “¿Quién soy?”. Un juego continúo de identidades donde prima la acción espectacular, narrada de forma clara y valiente por un dibujante que prometía maneras, que se maneja como un veterano a la hora de dotar de detalle a los entornos y de manejar las perspectivas; una estrella en ciernes que no trabajó mucho en el mercado norteamericano, ya que muy poco tiempo después de finalizar esta miniserie moría en su tierra natal de un tumor cerebral con apenas treinta años de edad. Su estilo era claro y luminoso y en esta miniserie demuestra una perfecta compenetración con el guionista, que sorprende ya desde su primer número: violencia, lenguaje adulto repleto de tacos y expresiones soeces, un par de secuencias de acción muy logradas y un gancho inigualable: Christopher Chance vive semiretirado, aceptando solo aquellos trabajos que más le apetecen, hasta que descubre, no solo que él es un objetivo, sino que existe otro Christopher Chance que le acusa de haberle salvado la vida. Entre asesinos profesionales, el ambiente decadente de la ciudad de Los Angeles y una trama central que envuelve a un pastor de la iglesia y a la comunidad que intenta defender a toda costa del acoso de las bandas callejeras; transcurre esta historia autoconclusiva que deja así algún que otro cabo suelto para futuras secuelas. Milligan apuesta tanto por los diálogos como por los cuadros de texto, donde usa la primera persona para resaltar los pensamientos íntimos de los principales protagonistas.

Blanco humano: montaje final
La primera secuela nos trae al dibujante español Javier Pulido como compañero de Milligan, junto a los colores planos de Dave Stewart, que le sientan perfectamente a su estilo de línea fina, su composición de página y su forma de narrar, que en muchos momentos recuerda a Mazzuchelli. Esta novela gráfica con un mayor número de páginas se estrenó en 2002, por lo que el español ya había trabajado en Marvel en The Incredible Hulk y en la propia DC en la miniserie de Robin: Año Uno.

El thriller que plantea Milligan nos lleva a Hollywood, donde Chance se verá obligado a tomar la identidad de un asesino y un secuestrador que odia a las estrellas del mundo del cine, con el objetivo de averiguar donde se encuentra el hijo adolescente de una acaudalada pareja. La manida frase “nadie es quien dice ser” nunca había cobrado un mayor sentido que en esta historia, donde se plantean una serie de interesantes preguntas en torno a las cualidades únicas del protagonista. Si profundiza demasiado en la psique de un asesino, ¿acabará devorado por su odio y cruzará esa fina línea que le llevará a asesinar a un inocente? si suplanta a un amante esposo, ¿acabará enamorado de su mujer? La fragmentada psique de Christopher Chance sigue estando a prueba y una vez acabado el tomo son varias las cosas que han cambiado con respecto a sus inicios, entre otras, Chance averigua la identidad del que quería verle muerto en la anterior miniserie y no le va a gustar nada.

Tras este trabajo, Javier Pulido realizó unos pocos números junto a Ed Brubaker en Catwoman: Caer no es fácil, para luego encargarse de la serie regular de Blanco Humano, donde alternaría arcos argumentales con el dibujante Cliff Chiang, de parecido estilo.

Zonas de choque (Human Target #1 – 5 USA)
Milligan y Pulido relanzan al personaje en una nueva serie regular. El guionista sigue explorando los cambios de personalidad del protagonista, pero no solo profundizando en dilemas que giran en torno a la identidad, sino fijándose en el individuo en comparación con la sociedad que le ha tocado vivir, en este caso la norteamericana, muy presente en todo momento hasta ahora en la costa californiana, cercana al mundo de Hollywood. El primer número de la serie es un juego muy bien llevado de quién es quién, con Christopher Chance muerto y Frank White, el productor de cine que en la aventura anterior perdía a su hijo en un secuestro. La experiencia provoca que White se centre en la relación con su mujer y en su trabajo, que va radicalizándose hasta conseguir películas cada vez más sangrientas y violentas, lo que no deja de ser una velada crítica al sistema. Hasta que un loco decide llevar un poco de esa violencia ficticia al mundo real de Frank White.

El regreso de Chance es necesario y el guionista se lo lleva a la costa este para narrar un par de historias de dos episodios cada una. Zonas de choque, el título del primer volumen de la serie, recopila los cinco primeros episodios americanos, todos realizados por un Javier Pulido cuyo trazo grueso y economía narrativa son ideales para la enorme cantidad de texto que Milligan mete por página, ya sea a través de los diálogos o de cajas de texto. El dibujo del español brilla en su narrativa, sacándole mucho partido al uso de las viñetas y a su disposición en la página, así como las sombras y manchas de negro.

Pese a todo no hay que olvidar que Blanco Humano sigue siendo un intenso thriller de acción repleto de giros de guión, en estos momentos con un personaje central que no se encuentra en su mejor momento y que intenta recuperarse de unos hechos traumáticos que han tenido lugar recientemente en su vida. Milligan apuesta por los secundarios que aparecen en cada uno de los casos en los que se ve envuelto Chance: en el primero de ellos aparece un superviviente del atentado de las Torres Gemelas que tomó la decisión de desaparecer y permanecer como víctima y que acaba embaucado en un chantaje con peces gordos de Wall Street; en el segundo nos adentramos en el mundo del béisbol, lo que nos lleva a preguntarnos hasta dónde pueden llegar las habilidades de Chance a la hora de suplantar a una persona especial como puede ser un profesional de las Grandes Ligas. Un punto de vista desmitificador del guionista sobre una de los signos de identidad de la cultura norteamericana moderna, un tono cínico y pesimista que no va a abandonar en toda la serie.

Vivir en Amérika (Human Target #6-10 USA)
Cliff Chiang es un dibujante norteamericano que ha desarrollado la mayor parte de su carrera en DC Comics y que en la actualidad ilustra las andanzas de uno de los pesos pesados de la editorial: Wonder Woman. Chiang va a encargarse de este nuevo volumen recopilatorio de la serie, con un acabado que lo aleja del espartano dibujo de Pulido y lo acerca más al del malogrado Biukovic, compartiendo narrativa y estilo con ambos. Teniendo en cuenta la paleta de colores de Loughridge, que ayuda a unificar a ambos dibujantes, la parte gráfica de la serie queda enmarcada en un estilo concreto y desenfadado, lo que da la oportunidad a Milligan de seguir contando sus historias en un marco inigualable de acción a raudales, una de las señas de la serie. Para su primera toma de contacto, el guionista prepara un capítulo autoconclusivo que funciona muy bien. Continúa la evolución de Chance –ahora mismo tiene que disfrazarse de Chance para parecerse a Chance, ya que todavía conserva el rostro del productor de cine Frank White, así como fuertes sentimientos hacia su esposa-, pese a que continúa con su peculiar trabajo, en este caso ayudando a Bruno, el único amigo que tiene y su contacto en Los Angeles: primero a un famoso cocinero de la zona y después a un sacerdote católico, lo que le sirve a Milligan para seguir introduciendo preguntas sobre la fragmentada psique del protagonista. ¿Puede expiar los actos de su pasado al suplantar a una buena persona?

Los tres siguientes números son un arco argumental completo que también funciona de maravilla, con muchas sorpresas que descubrir. Milligan lleva a Chance a un pueblo alejado de la costa, buscando calma y tranquilidad. Un pueblo del medio Oeste americano, típico y tópico, donde Chance va a verse metido en una situación totalmente ajena a él y de la que no puede escapar, que engloba a veteranos de Vietnam, revolucionarios violentos de los años setenta, terroristas y al FBI.

Se cierra el tomo con un nuevo episodio autoconclusivo donde Milligan demuestra lo bien que se lo pasa engañando al lector sobre la verdadera identidad del protagonista, ya que siempre se pregunta quién es el verdadero Chance. En este caso, un viejo amigo fugado de la cárcel embarca a Chance en una orgía de destrucción en tan solo cinco días, en una de las aventuras más divertidas de toda la serie.

En el nombre del padre (Human Target #11-16 USA)

Dos nuevas sagas en este volumen, donde Milligan sigue explorando los recovecos más oscuros de la sociedad estadounidense. En la primera de ellas toca el tema de la inmigración a través de la frontera mexicana y de las mafias que hacen caja con ella, derivando hacia la trata de blancas y en el caso concreto de los niños. Chance, empujado por la señora White, de la que sigue enamorado, se ve arrastrado a una búsqueda desesperada de una niña en particular, justo cuando parecía que volvía a encauzar su vida, realizando trabajos esporádicos de “vidas breves” y cuando por fin ha logrado recuperar su cara de verdad.

La segunda saga se centra en el auge de las nuevas religiones, en concreto alrededor de un joven y apuesto mesías que es un prisionero más de su propio movimiento religioso, al que Bruno, mejor amigo de Chance, se ha unido. Se trata de unas de esas sectas que viven apartadas en una granja o terreno vallado y que no hacen ascos al negocio que trae consigo los milagros y derivados de la palabra divina.

Los dibujantes siguen alternándose, cada uno en su estilo, las diferentes aventuras protagonizadas por Chance. Pulido se encarga de los números 11 al 13 USA y Chiang del resto. Como portadista tenemos a John Watkiss. Merece la pena destacar la labor del español en el primer número del tomo, donde lleva su estilo minimalista un paso más allá, con una composición de página bastante curiosa donde el contorno de las viñetas acaba difuminándose hasta prácticamente desaparecer.

El usurpador (Human Target 17 - 21 USA)

El último volumen de la colección debuta con un número autoconclusivo, donde Milligan ha demostrado moverse con mucha facilidad, ya que aprovecha para jugar un poco con la estructura normal de la serie. En este caso, Chance no necesita cambiar de apariencia, sino enseñar a una testigo protegido del FBI a crear una nueva identidad, para así poder pasar desapercibida en la ciudad de Los Angeles, donde delató a su novio mafioso, que ha puesto precio a su cabeza –que por cierto, una de las características de su nueva personalidad es que es una experta en arte ibérico, es decir, pintura española y que habla ¡francés!-. Como si fuera necesario resaltar todavía más el cambio de tercio de la historia, el dibujante es Cameron Stewart.

Javier Pulido se despide de la colección con otro número autoconclusivo y de nuevo jugando con la composición de página, de modo que en todas las de este capítulo destaca una enorme viñeta central. Además se encarga también del entintado y coloreado en una típica historia de Milligan que pone el dedo en la llaga, con el miedo y paranoia que tienen muchos norteamericanos hacia la cultura musulmana tras el ataque a las Torres Gemelas.

Cliff Chiang se encarga de despedir la colección con una saga en tres partes donde el guionista cierra el círculo comenzado en su debut con el personaje, con la vuelta de Tom McFadden a primera línea, lo que dará pie a un enfrentamiento por nada más y nada menos que la personalidad de Christopher Chance.

Conclusión

Serie entretenidísima con dos lecturas bien diferenciadas: la primera y más evidente es la historia de acción y suspense, con enormes dosis de humor y que ofrece sorpresas con cada pasar de la página, en un ambiente moderno post 11-S que nos permite, de un somero vistazo, pasearnos por la sociedad norteamericana actual, con sus luces y sombras; y la segunda, imprescindible, es el relato psicológico del protagonista, perfectamente delineado por Milligan y las cuestiones que se plantean alrededor de la propia identidad, del yo o de qué es lo que define en realidad a un individuo. Esto lleva a la serie a un nuevo aspecto, más profundo y difícil de entender para el lector medio, pero que lo dota de un elemento diferenciador con el resto de publicaciones. Por desgracia, aunque está considerada como uno de los mejores trabajos de la línea Vertigo de la época, nunca ha conseguido la fama de las joyas de la corona, como The Sandman, Predicador o 100 balas, por citar algunas.

Tampoco está de más volver a hacer hincapié en un apartado gráfico sobresaliente y muy adecuado a lo que se está contando, con tres dibujantes de parecido estilo que se complementan a la perfección y que muestran de forma clara y brillante las andanzas de Christopher Chance. La unión con Milligan es total y juntos alumbraron una serie que aguanta muy bien segundas lecturas, con todos esos juegos de identidad a los que nos somete el guionista y esas tramas episódicas que tocan temas duros de tragar, lo que la hacen ideal para lectores adultos.

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