martes, 7 de enero de 2025

El hombre lobo (The Wolfman), de Joe Johnston

 

Imagen promocional de The Wolfman

La Universal lleva años intentando traer a la palestra su colección clásica de monstruos con desiguales resultados. La última de ellas fue un auténtico desastre; un frustrado intento de crear un universo compartido a imagen y semejanza de los de Marvel y DC que se quedó en una única entrega en 2017 con La momia de Tom Cruise. Y es que la buena era la de 1999, la de Brendan Fraser, cuando Stephen Sommers, un director que hasta el momento había destacado por el ritmo aventurero de alguna de sus películas pero que no contaba en su haber con ningún éxito destacable, le dio un lavado de cara al viejo monstruo egipcio a base de continuos homenajes a Indiana Jones, efectos especiales y humor blando que caló muy bien entre el público. 

El éxito fue tan grande como inesperado –el director tuvo una suerte extraordinaria con la química que desprendían en pantalla, todo tensión sexual no resuelta, sus dos protagonistas, Brendan Fraser y Rachel Weisz- y el propio Summers se encargó de su secuela dos años después, siguiendo la vieja fórmula de Hollywood en la que se contaba lo mismo pero con más recursos a su alcance. Fue el inicio de una franquicia que produjo una tercera parte y un spin-off, El Rey Escorpión (2022), el primer papel protagonista de La Roca, que se convirtió a su vez en la primera entrega de una saga que llegó a las cinco películas. 

La hipervitaminada versión del Hombre Lobo de Stephen Sommers en Van Helsing

Era normal que Universal siguiera confiando en Sommers para revitalizar al resto de monstruos de su catálogo. Es así como nació Van Helsing (2004), donde Drácula, el Hombre Lobo, el monstruo de Frankenstein o Mr. Hyde acababan uniendo sus destinos merced a las peripecias de un cazador de monstruos interpretado por Hugh Jackman. Por desgracia, aunque la película tenía sus aciertos –el diseño de producción, la banda sonora a cargo de Marc Silvestri- y recaudó el doble de lo que costó, la crítica la masacró y el aficionado se olvidó pronto de ella –y con razón: Van Helsing es el típico blockbuster excesivo que acaba aburriendo a base de empacho CGI y en el que el Summers guionista no fue capaz de crear una historia con un mínimo de base mientras que el Summers director se obsesionaba con balancear a todos sus actores desde alturas imposibles durante todo el metraje-. 

Así que Universal decidió echar el freno –lo mismo le ocurrió a la evolución como director de Stephen Sommers- hasta que en 2010 se estrenó una nueva versión del Hombre Lobo que se basaba en el clásico de los años cuarenta que protagonizó Lon Chaney. Por desgracia, de nuevo las expectativas no se vieron cumplidas y esta vez ni siquiera la taquilla respondió, no ya con entusiasmo, sino con un mínimo de curiosidad, porque sin duda estamos hablando de una producción tan maldita como su personaje protagonista. 

Benicio del Toro y Emily Blunt como Larry Talbot y Gwen Conliffe

Benicio del Toro demostró un enorme entusiasmo por el papel principal, ya que se había declarado un fan irredento de la película original, de modo que su nombre puede encontrarse también entre los títulos de producción. El mexicano nunca ha sido una gran estrella, pero por esa época ya había protagonizado varias buenas películas y además había ganado un Oscar y sido nominado a un buen puñado de premios. Tenía suficiente caché para liderar una producción de este calibre, además acompañado de un peso pesado de la interpretación como Anthony Hopkins, que se encargaría de su padre en la ficción. La inglesa Emily Blunt, todavía cimentando su carrera en esa época; y Hugo Weaving, de sobra conocido tras su paso por El Señor de los Anillos, V de Vendetta (2006) o la saga Transformers, completaron un plantel de secundarios bastante sólido y que sin duda prometía mucho más de lo que al final acabó siendo. 

Y es que eso es algo en lo que todo el mundo concuerda sobre esta película: si uno echa un vistazo al nombre de los profesionales implicados, era normal que las expectativas estuvieran altas, incluso que hubiera cierta ilusión entre los aficionados al género fantástico y de terror. La música de Danny Elfman junto al diseño de producción de Rick Heinrichs, auténtico artífice tras la imaginería visual que se suele asociar con el cine temprano de Tim Burton; Andrew Kevin Walker, el guionista de películas como Seven (1995), Asesinato en 8 mm (1999) o Sleepy Hollow (1999) y un director como Joe Johnston, con experiencia en el uso de los efectos especiales en grandes producciones y un buen puñado de películas en su haber de lo más interesantes, sobre todo por su toque aventurero. 

La película contaba con una estupenda ambientación

Pero la historia es mucho más complicada y se hace difícil pensar que la Universal no se torpedeara a sí misma a la hora de meter mano en la producción de forma desatada –existe un montaje del director que no he visto y de la que he leído que mejora la versión que se estrenó en cines, algo que tampoco era muy difícil-. Lo más sangrante fue sin duda la elección de Johnston para la silla de dirección, a unos pocos meses de empezar el rodaje tras la marcha de Mark Romanek por las tan cacareadas diferencias creativas –Romanek estrenó ese mismo año Nunca me abandones, película basada en una novela de Kazuo Ishiguro-. 

La Universal sacó del semiretiro a un Johnston que llevaba desde 2004 sin estrenar –la estupenda Océanos de fuego, sin duda una película de aventuras a reivindicar con Viggo Mortensen de protagonista- y el texano se vio obligado a improvisar sobre la marcha apostando por los efectos especiales en post producción, algo con lo que siempre se ha sentido cómodo –no hay que olvidar que sus inicios como profesional incluyen un Oscar a Mejores Efectos especiales por En busca del arca perdida (1981) y su carrera se cimentó a base de taquillazos como Cariño, he encogido a los niños (1989), Jurassic Park 3 (2001) o la Jumanji (1995) original-. 

El estupendo trabajo de Maquillaje se hizo con un Oscar de Hollywood

Esto podría explicar el resultado final de la película, pero la verdad es que todo el mundo se esperaba al menos un nuevo Sleepy Hollow y acabó encontrándose con un Van Helsing

La película tiene sus aciertos, cómo no: la escena de la transformación en el psiquiátrico está muy lograda y la ambientación también está muy cuidada, a finales del siglo XIX en un pueblo de la campiña inglesa no demasiado alejado de Londres; Emily Blunt lo hace bastante bien dado lo limitado de su papel y la banda sonora de Elfman, aunque resulta algo repetitiva, me gusta –aquí también pasó algo rarísimo porque la Universal descartó la música del compositor de Spider-Man (2002) por completo y contrató a un nuevo profesional para que le diera un toque diferente, electrónico; pero luego se dieron cuenta de que no pegaba ni con cola con la visión de Johnston y tuvieron que recuperarla, pero Elfman ya no podía acabarla porque ya se había comprometido con otro proyecto, así que tuvieron que llegar otros para terminarla sobre la base que ya tenían-. 

Hugo Weaving interpreta al mítico inspector de Scotland Yard Abberline

Lo curioso es que la película se llevó un Oscar a casa a Mejor Maquillaje, algo normal si tenemos en cuenta que tenían en este apartado al mítico Rick Baker –con esta hacían siete las estatuillas que tenía en su casa este reputado profesional ligado al género fantástico desde la década de los setenta-. Probablemente el mejor en su género, aunque en esta ocasión no acabó de estar muy convencido de tener que ceder espacio a los efectos especiales, pero no le quedó más remedio dado el poco tiempo con el que contó Johnston para llevar a cabo el rodaje. 

Un rodaje que por supuesto se pasó de fecha y de presupuesto, provocando el retraso del estreno de la película hasta en tres ocasiones, probablemente por la pelea entre director y estudio en la sala de montaje. Y es que eran demasiadas las cosas que no funcionaban: la historia no era complicada, la de un actor de origen inglés afincado en Estados Unidos que vuelve a casa a petición de la prometida de su hermano, que ha desaparecido en extrañas circunstancias. Conforme va investigando el suceso, se topa con una extraña criatura que acaba contagiándole su maldición. La película sacrificaba el terror por la calificación por edades y se quedaba en tierra de nadie, ya que tenía alguna escena lograda en este aspecto pero el tono aventurero del director acababa imponiéndose en el relato. El guion era errático a más no poder y tenía algunas escenas de un ridículo espantoso, como aquella en la que el inspector de policía de Scotland Yard interpretado por Hugo Weaving se sienta en un pub a tomar una pinta mientras espera a que se cometa un nuevo crimen porque así está más cerca de las posibles víctimas. A Johnston también se le escapaba el tempo de la historia, marcada a fuego por las lunas llenas, y a veces no se sabe cómo es posible que una y otra vez aparezca el astro imprescindible para las transformaciones del monstruo. La interpretación de Anthony Hopkins es la guinda a este desaguisado, errático e incomprensible, en una etapa de su carrera artística donde se acercaba a este tipo de producciones, ya fuera en papeles protagonistas o secundarios, con cierta distancia, por no decir desidia, jugándoselo todo a un magnetismo y carisma natural que no siempre le acababa funcionando. 

Anthony Hopkins como Sir John Talbot

Demasiados obstáculos que superar para una producción que lo tenía todo para triunfar y que acabó siendo un rotundo fracaso tanto de cara a la taquilla como a la crítica, que la vapuleó sin cesar. Aun así habría que romper una lanza a favor de ella, porque en su ajustado metraje resulta de lo más entretenida y Johnston se las ingenia para fabricar imágenes y secuencias que en realidad están muy bien, aunque sea muy difícil defender su conjunto y el resultado final –la película también abusaba de ciertas escenas oníricas un tanto difíciles de explicar-. 

Es una característica de este director que le ha acompañado durante buena parte de su filmografía, sobre todo en aquellas películas donde se las ha pegado en taquilla, que resultan de lo más reivindicables con el paso del tiempo. Le ocurrió con The Rocketeer en 1991, su segunda película, una delicia superheroica de fabulosa ambientación y estilo que no vio nadie en su momento; con Jurassic Park 3, la más olvidada de la franquicia, cuando tiene un ritmo extraordinario; la mencionada Hidalgo, sin duda, de las mejores películas de aventuras puras que se han estrenado últimamente y por supuesto con su aportación al Universo Marvel con la primera película del Capitán América (20011), que tengo que reconocer me gusta más cuanto más la veo, pese a que en su momento me dejó algo frío. 

Un director reivindicable que aquí tampoco tuvo suerte, sobre todo porque no fue capaz de levantar una producción que nació coja desde el principio, pese a todos los profesionales implicados de primer nivel que se comprometieron con ella prácticamente en todas las facetas de la realización. Desde la parte más técnica –producción, maquillaje, banda sonora- pasando por la dirección y acabando en su elenco actoral, con dos ganadores del Oscar en los papeles principales.

Toda la secuencia en Londres es de lo mejor de The Wolfman

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