domingo, 19 de octubre de 2025

La vida de Chuck, de Mike Flanagan

 


No he leído la novela corta original, publicada en 2020, en la que se basa esta nueva adaptación de Flanagan, la tercera seguida basada en una historia de Stephen King, por lo que no puedo comentar o no qué tal ha quedado su traslación a la gran pantalla. Lo único que puedo decir es que ninguna de las tres historias escogidas por el director parecían sencillas de trasladar a imágenes y sin embargo hasta ahora, incluyendo el caso que nos ocupa, ha salido más que airoso de ello. 

Porque La vida de Chuck, Premio del Jurado en el Festival de Toronto del año pasado, está dividida en tres actos y contada al revés, de modo que es el tercero el primero que se muestra al espectador. Y poco más se puede contar de la trama de la historia, ya que La vida de Chuck es una de esas películas en las que conviene saber lo menos posible de su trama para así disfrutar lo máximo posible de las sorpresas, las conexiones del guion y la forma tan especial que tiene de acercarse a sentimientos universales como la muerte, el duelo o la pérdida –aunque la original esté firmada por el llamado, con toda justicia, rey del terror, no se trata de una historia de miedo ni de horror ya que, como mucho, podría incluirse dentro del género fantástico y con ciertas reservas-.

 

Mark Hamill en un fotograma de La vida de Chuck

Por si esa forma de narrar no tuviera ya de por sí un riesgo intrínseco, la película abarca varios años en la vida de su personaje principal, siendo cada una de ellas interpretada por un actor diferente. Eso hace que se eche de menos un mayor tiempo de Tom Hiddleston en pantalla, todo carisma y elegancia natural. A cambio tenemos un buen puñado de actores que dan lo mejor de sí mismos en ausencia de la estrella, muchos de ellos niños. Pero también rostros conocidos como la pareja formada por Chiwetel Ejiofor y Karen Gillan o un convincente Mark Hamill en uno de los mejores papeles que le he visto en años. También merece la pena destacar el trabajo de Nick Offerman, ya que buena parte de la trama avanza gracias al recurso de la voz en off, siempre arriesgado pero aquí encaja bastante bien -en su parte central hay una maravillosa escena protagonizada por Hiddleston en la que Flanagan hace un extraordinario uso de la voz en off, de la dirección y del montaje, apartado del que también se ocupa él mismo junto con el de escritura-. 

La vida de Chuck es una de esas películas que se pasan volando. Cuando te quieres dar cuenta los créditos comienzan a desfilar, las luces de la sala se encienden y te das cuenta de lo que has disfrutado de la misma. Su mensaje, aunque duro a veces, está lleno de esperanza y sin ser exactamente una feel good movie, merece mucho la pena acercarse a esta historia, tan bien contada, con tanto cariño por sus personajes. Su director, Mike Flanagan, se encuentra trabajando ahora mismo en otra adaptación de King, La Torre Oscura ni más ni menos, que interrumpió para poder llevar a la gran pantalla esta novela corta, lo que prueba lo encandilado que quedó tras leerla por primera vez. Un poco lo que se siente al verla en una pantalla grande.

Karen Gillan y un fantasmagórico Tom Hiddleston en La vida de Chuck


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