Prácticamente
no he leído nada bueno de esta producción, que ya empezó a cosechar un buen
puñado de críticas negativas desde el mismo estreno de su primer tráiler, nada
más y nada menos que por el hecho de que la mayoría de actores contratados
fueran blancos. Luego fue pasando el tiempo y aunque la polémica no acabó de
desaparecer, la película se estrenó y de nuevo se renovaron las críticas
negativas, provocando incluso una importante salida de tono de un director que
se las veía muy felices en los años noventa tras dirigir dos obras que
ejercieron una enorme influencia en sus sucesoras: El cuervo (1994) y Dark City
(1998); pero que al final quedó como un buen artesano al que se podía recurrir
en diferentes proyectos, como Yo, robot
(2004) o Señales del futuro (2009).
La
verdad es que no se puede culpar al director –que nació en El Cairo- del
resultado de la película: Proyas se deja contagiar un poco por la influencia
del Peter Jackson de El Señor de los
Anillos para filmar un producto donde lo importante es la acción cuajada de
efectos especiales y los escenarios exóticos repletos de cromas, en una de esas
historias que otorgan muy poco descanso al espectador y que acaban saturándole
por momentos, con tanto ir y venir de los personajes a la carrera, enfrentados
a las pruebas más difíciles y a los monstruos más terribles. De hecho, si uno
tiene claro que se encuentra ante un blockbuster
sin ninguna pretensión más allá de entretener al respetable, puede que no se
sienta decepcionado. Es algo exagerado, de igual manera que la banda sonora de
Marco Beltrami.
El
guión es un desastre en ese sentido, completamente supeditado a la acción en
pantalla, pero tiene cierto interés en cuanto a la traslación moderna de la
mitología egipcia, en un mundo en el que los dioses gobiernan directamente
sobre los mortales y donde adoptan apariencia humana la mayoría del tiempo
–solo son más grandes-. Luego pueden transformarse y es entonces cuando adoptan
la forma por la que los conocemos y que han sido grabadas en las paredes de los
templos y pirámides. En cuanto a la ambientación de este mundo, en muchos
momentos me recordó al Asgard que Marvel
ha ido mostrando en las películas de Thor.
Por
desgracia a la película le cuesta empatar lo más mínimo, no digamos ya
emocionar. Y buena parte de ello lo tiene el desastroso casting. Cuando la
mayoría de los actores se pasean semidesnudos por la pantalla, es necesario
recurrir a los más guapos, pero no estaría de más el hecho de que trasmitieran
un mínimo de carisma. El danés Nikolaj Coster-Waldau da el pego como Jaime
Lannister en Juego de Tronos e
incluso no lo hace mal en papeles secundarios (Headhunters, Blackthorn),
pero sufre liderando una superproducción como esta. Si no fuera por el
exagerado papel de villano de Gerard Butler (Un ciudadano ejemplar, La cruda realidad) o por los papeles secundarios de Chadwick Boseman (Pantera
Negra en el universo Marvel) y
Geoffrey Rush (El discurso del rey, Munich), que rozan lo ridículo en
muchas ocasiones, prácticamente no recordaríamos a ninguno de los intérpretes
que aquí aparecen.
¿Merece
la pena Dioses de Egipto? Es un fuego
de artífico más, que quizás no ha escogido muy bien el momento de su estreno.
Ya hace tiempo que se estrenó el remake
de Furia de titanes (2010) y tanto
su secuela (2012) como otras producciones parecidas, tipo Immortals (2011), se pegaron el batacazo de cara a la crítica y en
la taquilla norteamericana. Puede resultar en un entretenimiento pasajero, pero
a ratos es agotadora y aburrida. Para los que disfruten de los ambientes
digitales y los efectos especiales exagerados.






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