jueves, 23 de junio de 2016

Dioses de Egipto, de Alex Proyas

Prácticamente no he leído nada bueno de esta producción, que ya empezó a cosechar un buen puñado de críticas negativas desde el mismo estreno de su primer tráiler, nada más y nada menos que por el hecho de que la mayoría de actores contratados fueran blancos. Luego fue pasando el tiempo y aunque la polémica no acabó de desaparecer, la película se estrenó y de nuevo se renovaron las críticas negativas, provocando incluso una importante salida de tono de un director que se las veía muy felices en los años noventa tras dirigir dos obras que ejercieron una enorme influencia en sus sucesoras: El cuervo (1994) y Dark City (1998); pero que al final quedó como un buen artesano al que se podía recurrir en diferentes proyectos, como Yo, robot (2004) o Señales del futuro (2009).

La verdad es que no se puede culpar al director –que nació en El Cairo- del resultado de la película: Proyas se deja contagiar un poco por la influencia del Peter Jackson de El Señor de los Anillos para filmar un producto donde lo importante es la acción cuajada de efectos especiales y los escenarios exóticos repletos de cromas, en una de esas historias que otorgan muy poco descanso al espectador y que acaban saturándole por momentos, con tanto ir y venir de los personajes a la carrera, enfrentados a las pruebas más difíciles y a los monstruos más terribles. De hecho, si uno tiene claro que se encuentra ante un blockbuster sin ninguna pretensión más allá de entretener al respetable, puede que no se sienta decepcionado. Es algo exagerado, de igual manera que la banda sonora de Marco Beltrami.

El guión es un desastre en ese sentido, completamente supeditado a la acción en pantalla, pero tiene cierto interés en cuanto a la traslación moderna de la mitología egipcia, en un mundo en el que los dioses gobiernan directamente sobre los mortales y donde adoptan apariencia humana la mayoría del tiempo –solo son más grandes-. Luego pueden transformarse y es entonces cuando adoptan la forma por la que los conocemos y que han sido grabadas en las paredes de los templos y pirámides. En cuanto a la ambientación de este mundo, en muchos momentos me recordó al Asgard que Marvel ha ido mostrando en las películas de Thor.

Por desgracia a la película le cuesta empatar lo más mínimo, no digamos ya emocionar. Y buena parte de ello lo tiene el desastroso casting. Cuando la mayoría de los actores se pasean semidesnudos por la pantalla, es necesario recurrir a los más guapos, pero no estaría de más el hecho de que trasmitieran un mínimo de carisma. El danés Nikolaj Coster-Waldau da el pego como Jaime Lannister en Juego de Tronos e incluso no lo hace mal en papeles secundarios (Headhunters, Blackthorn), pero sufre liderando una superproducción como esta. Si no fuera por el exagerado papel de villano de Gerard Butler (Un ciudadano ejemplar, La cruda realidad) o por los papeles secundarios de Chadwick Boseman (Pantera Negra en el universo Marvel) y Geoffrey Rush (El discurso del rey, Munich), que rozan lo ridículo en muchas ocasiones, prácticamente no recordaríamos a ninguno de los intérpretes que aquí aparecen.


¿Merece la pena Dioses de Egipto? Es un fuego de artífico más, que quizás no ha escogido muy bien el momento de su estreno. Ya hace tiempo que se estrenó el remake de Furia de titanes (2010) y tanto su secuela (2012) como otras producciones parecidas, tipo Immortals (2011), se pegaron el batacazo de cara a la crítica y en la taquilla norteamericana. Puede resultar en un entretenimiento pasajero, pero a ratos es agotadora y aburrida. Para los que disfruten de los ambientes digitales y los efectos especiales exagerados.


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