A la
tercera va la vencida. Eso debió de pensar Joe Quesada, ya Director Editorial
de Marvel, cuando se decidió a lanzar
la tercera miniserie protagonizada por Frank Castle dentro de la línea Marvel Knights que él mismo ayudó a
crear, en lo que fue su primer puesto de editor dentro de la compañía –Quesada
también se reservó los lápices de una de las colecciones más importantes, el Daredevil que lanzaría junto al
cineasta Kevin Smith-.
Dentro
del mismo sello habían probado suerte dos miniseries protagonizadas por
Punisher, pero estas no habían calado en el público debido a un enfoque un
tanto ajeno al personaje, convirtiendo al justiciero por antonomasia del Universo Marvel es una especie de siervo
de los ángeles. La cosa no funcionó, pero Quesada no desistió del proyecto y
decidió lanzar una tercera miniserie de doce números que acabaría convirtiéndose
en el quinto volumen del personaje. Para asegurar su éxito, Quesada se hizo con
los servicios de una de esas parejas artísticas que nacen para trabajar juntos:
los británicos Garth Ennis y Steve Dillon, famosos por haber creado Predicador, una de las series más
famosas y laureadas del sello Vertigo.
Los
diálogos irreverentes de Ennis y las situaciones escatológicas por las que
transitan sus personajes encuentren un acomodo inaudito en la persona de Frank
Castle. El guionista prefiere no complicarse la vida y trae de nuevo a Frank a
la Nueva York que todos conocemos con una nueva misión: acabar con la familia
mafiosa Gnucci. Lo que parece a priori algo ya visto en infinidad de ocasiones,
resulta sorprendentemente fresco en manos de un guionista que tiene muy claro
lo que hacer con un personaje que, por mucho que se intente, no tiene cabida
natural en un universo de ficción superheroico como el de Marvel, donde la mayoría de héroes nunca han roto un plano y meten
en la cárcel, día sí día también, a cientos de psicópatas como el propio Frank.
Así que su apuesta es clara por el humor y la acción, de modo que el producto
final queda en una historia algo intrascendente, pero muy divertida; de ágil
lectura pero de resultado más que redondo.
Steve
Dillon, fiel escudero de Ennis, nunca ha sido un dibujante de mi agrado.
Demasiado simple para mi gusto y si bien en Predicador
tenía un pase, sus colaboraciones dentro de los superhéroes nunca han acabado
de convencerme. Pero aquí está bastante bien, se sabe todos los trucos del
oficio –repetición de algunas secuencias; pocas viñetas por página; abuso de
planos detalle; rigidez en algunas de sus figuras- y su dibujo es fluido y
adecuado al tono de la historia que se está contando –la secuencia que tiene
lugar en el zoo es descacharrante-. Le acompaña en todo momento Jimmy Palmiotti
en el entintado y Chris Sotomayor en el coloreado.
A
parte de la trama principal de la historia, Ennis se las apaña para crear a una
serie de personajes secundarios con un deje patético que pululan en todo
momento alrededor del protagonista, como los dos policías que lo siguen a todas
partes en busca de su detención o el trío de perdedores que viven en su mismo
edificio y que fueron adaptados en la película de 2004 protagonizada por Thomas
Jane –la serie comenzó su andadura en abril del año 2000-. No sería lo único
que se adaptaría, ya que algunas secuencias, como el enfrentamiento con El Ruso
o el cuchillo con disparador, también aparecieron en la gran pantalla.
Además
la serie se mantiene bastante alejada del ambiente superheroico que suele
reinar en la Nueva York del Universo
Marvel, a excepción de un atípico enfrentamiento con Daredevil. Ennis no
pierde la ocasión de ridiculizar a los héroes más famosos de la editorial
siempre que puede o, al menos, hacerles sufrir un poquito.
El
resultado de la miniserie, esta vez sí, fue tan bueno que se continuó con una
nueva serie regular del personaje, que lanzaría el propio Ennis junto con
Dillon. El caso es que por aquella época el guionista no estaba muy conforme
con permanecer mucho tiempo en una serie regular; preferiría moverse dentro de
proyectos especiales de menor duración y mayor libertad. El caso es que
desconozco cómo lo haría Quesada, pero Ennis no solo permaneció en la serie un
buen puñado de números, sino que retomó al personaje dentro de la línea Max, donde todavía podía dar una mayor
rienda suelta a su lenguaje malsonante y a sus situaciones extremas.
Convirtiéndose así en el guionista más importante en toda la historia del
personaje. Y todo empezó con una serie limitada cuyo único propósito era
entretener lo máximo posible; divertir al personal y dejar de lado cualquier
otro asunto que no tuviera nada que ver con pasarlo bien leyendo al bueno de
Frank Castle. De hecho, durante breves instantes uno cree que la crítica social
y política está servida, con la figura de tres asesinos en serie pertenecientes
a estratos bien diferentes de la sociedad. Pero solo se queda en eso: en un
breve apunte.
Como
curiosidad, todas las portadas están realizadas por Tim Bradstreet, fieles a un
mismo estilo en el que se presenta al personaje con pinta amenazadora, armado
hasta los dientes y con poca o ninguna referencia a lo que ocurre en el
interior –dejando de lado una fijación algo enfermiza por las calaveras
humanas-.
Panini ha publicado toda la etapa de
Ennis en su formato reducido, algo que no afecta lo más mínimo al dibujo de
Dillon. Difícil encontrar un mayor entretenimiento a un precio más justo, al
menos dentro del mundillo.




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