El debut del canal Netflix en el Universo Cinemático Marvel se saldó con dos grandes éxitos, una vez
se estrenaron Daredevil y Jessica Jones. Crítica y público los
recibieron con entusiasmo y se firmaron no solo sus secuelas, sino que también
se dio luz verde a otras nuevas propuestas donde se pudiera ver en acción a
nuevos e improvisados héroes, como Luke Cage o Puño de Hierro, con la vista
puesta en un horizonte en el que todos ellos puedan interactuar al estilo de
los Vengadores en pantalla grande,
si bien esta vez tomarán el nombre de los Defensores.
Pero para eso todavía queda un
poco. Antes hay que hablar de la segunda temporada de Daredevil, que no tenía
nada fácil igualar el excelente resultado de la primera. Y aunque en esta ha
habido grandes momentos que han merecido la pena, en su conjunto no ha sido
capaz de superar a su predecesora.
Quién sabe si por obligación o
no de la cadena o de Marvel, el caso
es que esta temporada ha quedado partida en dos por la decisión de introducir
dos personajes de vital importancia para la historia del protagonista. Ambos
con un peso dramático tan grande que ha sido prácticamente imposible ligar
ambas tramas, de modo que en su primera mitad tenemos el Frank Castle interpretado
por Jon Bernthal, al que hemos visto en series como The Walking Dead o Show Me a Hero y en pequeños papeles en cine como El mensajero, El lobo de Wall Street o Corazones de acero. Sin duda lo mejor de toda la temporada,
incluso por encima del convincente Matt Murdock del actor irlandés Charlie Cox
(la última vez que vimos al Punisher en el cine fue en la reivindicable War Zone). Ambos actores protagonizan
buenas escenas de acción, juntos o por separado, con una serie de secuencias
que dejan el listón muy alto, tal y como ocurría en la primera temporada. También
tenemos en un papel secundario, pero nada baladí, al Kingpin de Vincent D´Onofrio,
aunque sea desde las entrañas de la cárcel.
A raíz de la llegada de
Elektra la cosa cambia y las aventuras de Daredevil se vuelven más
superheroicas. Al traje rojo pronto se le añade el bastón retráctil y los
criminales de los bajos fondos que pululan por la Cocina del Infierno son
sustituidos por los ninjas de La Mano. Por un lado está bien porque plantea un
nuevo reto físico e intelectual para el protagonista; porque nos trae de vuelta
a Stick –el actor Scott Glenn- y porque nos permite conocer un poco más del
pasado de Matt, con esos flashbacks
que nos enseñan el romance con Elektra. Pero el cambio es demasiado brusco y
para una serie que había apostado por un realismo extremo en su primera
temporada, resulta un movimiento muy arriesgado el lidiar con una secta
milenaria que quiere conquistar el mundo y que es capaz de resucitar a los
muertos. La primera vez que se lo leímos a Miller resultaba novedoso y
rompedor, pero a estas alturas el espectador medio ya está harto de cultos
esotéricos que llevan siglos luchando en las sombras y de los que nadie ha oído
hablar hasta ahora. La actriz elegida para interpretar a Elektra ha sido Élodie
Yung, de origen francés, a la que hace poco vimos como diosa en Dioses de Egipto.
En su segunda temporada Daredevil tiene que lidiar con esos
cambios, permaneciendo constantes al lado del héroe sus fieles compañeros del
despacho de abogados –echo de menos una mayor presencia del entramado legal, es
decir, de la vida pública de Matt Murdock-: su mejor amigo y un posible interés
amoroso. Ambos actores cumplen y siguen ganando en protagonismo, en especial Deborah
Ann Woll.
En un principio no debería ser
nada importante. Es difícil mantener un nivel tan alto como el de su primera
temporada. Nada de qué preocuparse. Si no fuera por la alarmante falta de
entusiasmo que ha despertado el estreno de Luke
Cage. ¿Agotamiento de la fórmula? ¿Está matando Netflix su propia gallina de los huevos de oro?





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