Una vez acabada su primera
temporada, la HBO puede darse con un
canto en los dientes, porque la audiencia ha respondido muy bien y los críticos
han hablado maravillas de la serie –la última, las varias nominaciones a los
Globos de Oro-. Incluso se está creando alrededor de Westworld uno de esos curiosos fenómenos fan que teorizan con cada nuevo episodio y que intentan descifrar
los misterios incluso antes de que ocurran, como ya pasó con Perdidos o con The Leftovers.
La propuesta de Nolan y Joy es
interesante, como ya lo fueran los desvaríos en torno a la inteligencia artificial
que había en Person of Interest, con
la salvedad de que aquí cobra una mayor importancia y las tramas generales van
desarrollándose al modo de historia-río, abandonando por completo el carácter procedimental
que tenía la anterior serie de Nolan. Eso tiene sus ventajas e inconvenientes:
está claro que hay más espacio para desarrollar los personajes, para plantear
los giros de guión y para dominar el tiempo de tu serie –no es lo mismo diez
que veintipico episodios-. A cambio, el ritmo de la acción sufre en muchos momentos,
sobre todo en la primera mitad de la temporada, donde las continuas
conversaciones parecen no llevar a ninguna parte y donde el efecto día de la marmota o eterno retorno se deja notar con una mayor insistencia.
No es hasta que varios de los
personajes principales inician su viaje que Westworld
despierta un verdadero interés, siendo interesante cómo van a ir relacionándose
entre sí en un doble juego que se podría resumir en una búsqueda de la verdad y
la libertad dentro del parque y en una feroz lucha por el poder en el exterior,
con una buena cantidad de sorpresas en torno a la verdadera identidad y
naturaleza de muchos de los directivos y trabajadores.
Hasta la provocación a los que
nos tiene acostumbrados la HBO pasa
aquí bastante desapercibida, envuelto como está todo en un magnífico diseño de
producción, que tiene uno de sus puntos fuertes en el marcado contraste entre
lo que ocurre dentro del parque –el salvaje oeste norteamericano, repleto de
pasiones- y el exterior, frío y sintético laboratorio.
Como curiosidad, los veteranos
Anthony Hopkins y Ed Harris aportan su carisma natural y su buen hacer en dos
de los papeles más importantes, pero han sido sin duda dos mujeres las que
merecen llevarse todos los elogios: Evan Rachel Wood y sobre todo una soberbia
Thandie Newton. El resto del reparto cumple con creces, como suele ser habitual
en este tipo de apuestas de la cadena privada, que no ha dudado en renovarla
para una segunda temporada, si bien parece que será casi imposible que llegue a
estrenarse en el año 2017.
En su parte final y en su
desenlace doble, las cosas quedan bien montadas para una continuación, pero es
verdad que podría haber quedado como un todo cerrado si la HBO no hubiera decidido continuar con ella. Igual se habla
demasiado, pero es un defecto menor, a veces no es necesario que los guionistas
lo aclaren todo, viene bien un poco de incertidumbre en torno a algunas de las
cuestiones planteadas.
En definitiva, Westworld tiene cuerda para rato. Es una
serie fantásticamente hecha, con un buen reparto y que juega al misterio en
torno a la identidad tanto de los seres humanos como de las máquinas,
intentando descifrar por el camino qué significan cada una de esas palabras.
Pero también tiene mucho potencial por delante: no ha acabado de explotar y en
buena parte de su primera temporada ha sido algo aburrida. Eso le otorga mucho
margen de mejora. Espero que la tardanza a la hora de estrenar la siguiente
tanda de episodios no le pase demasiada factura.




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