Desde que estrenara La última tentación de Cristo, a finales
de la década de los ochenta, que Scorsese tenía en mente la adaptación de Silencio, una novela de Shûsakô Endo que
había tenido un gran éxito y reconocimiento en su país de origen y que narraba
el violento choque que se produjo en el siglo XVII en la isla de Japón entre el
shogunato y los cristianos, que
sufrieron persecución y muerte.
Scorsese, que dirige su propio
guión, para el que ha contado con la ayuda de Jay Cocks, decide centrarse en un
momento de la historia en el que los japoneses que se han convertido al
cristianismo viven con miedo y escondidos, bajo amenaza de tortura y muerte.
Dos jesuitas portugueses, los padres Rodrigues y Garrupe, viajan de incógnito
hasta el País del Sol Naciente con una misión muy particular: averiguar qué hay
de verdad en los rumores sobre el padre Ferreira, su antiguo mentor, que
parecen indicar que ha renegado de la fe, abrazado el budismo y el estilo de
vida japonés.
Los dos jóvenes sacerdotes
descubrirán en su camino a muchos grupos de cristianos ocultos y deseosos de
proseguir con la práctica de su fe, con los que se verán obligados. Pero pronto
van a descubrir que la realidad es mucho peor de lo que podían haber imaginado
y que su fe va a ser puesta a prueba como nunca antes.
El nuevo proyecto de Scorsese
(Shutter Island, La invención de Hugo,
El lobo de Wall Street) supone una vuelta a un tipo de cine más intimista
que no tocaba desde el estreno de Kundun
en 1997, tras la que inició una etapa más comercial, principalmente de la mano
de Leonardo DiCaprio. Silencio es una
película difícil para el espectador, que plantea una serie de cuestiones de lo
más interesantes en torno a la fe, la vida espiritual o sobre la labor
evangelizadora de la Iglesia Católica.
Silencio es una de esas películas que se disfrutan mucho más en una
pantalla de cine. El ritmo pausado de la narración y el abuso de la voz en off
pueden hacer que más de un espectador acabe exhausto tras más de dos horas y
media de proyección. Para meterse en esta dura historia resulta imprescindible un
buen trabajo de ambientación, con una fotografía de Rodrigo Prieto muy bonita.
De igual manera, la labor de los actores es imprescindible y todos se
encuentran a un gran nivel, aunque el mayor peso de la narración lo lleva sobre
sus hombros Andrew Garfield (The Amazing
Spider-Man 1 y 2, Nunca me abandones, La red social), en el mejor año de su carrera.
Le secundan Adam Driver, otro
actor de moda en plena ascendencia al estrellato (sobre todo tras interpretar a
Kylo Ren en El despertar de la Fuerza)
y la apuesta segura de Liam Neeson, al que se agradece ver en este tipo de
papeles (Un monstruo viene a verme, Crónica de un engaño, Chloe) y no solo repartiendo estopa a todo el que se cruza en
su camino (Caminando entre las tumbas,
Sin identidad, El equipo A, Furia de titanes).
Scorsese no huye de la
crueldad del inquisidor japonés, dispuesto a erradicar la fe católica a
cualquier precio, algo que choca frontalmente con ese Japón idealizado que a
veces se nos vende donde todos los samuráis son personajes de honor intachable.
Ni de las dudas del padre Rodrigues o la debilidad de ese japonés convertido,
un Kirishitan, llamado Kichijiro. En ese aspecto la película es
bastante honesta, pero hay que reconocer que en determinados momentos se hace
un poco difícil, sobre todo por su excesiva duración.
Reflexiva, incluso
trascendental, Silencio aparecerá
seguro en las próximas nominaciones a los Oscars, siendo como es Scorsese un
fijo en las quinielas desde hace años. Y en no pocas categorías.





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