lunes, 9 de enero de 2017

Silencio, de Martin Scorsese

Desde que estrenara La última tentación de Cristo, a finales de la década de los ochenta, que Scorsese tenía en mente la adaptación de Silencio, una novela de Shûsakô Endo que había tenido un gran éxito y reconocimiento en su país de origen y que narraba el violento choque que se produjo en el siglo XVII en la isla de Japón entre el shogunato y los cristianos, que sufrieron persecución y muerte.

Scorsese, que dirige su propio guión, para el que ha contado con la ayuda de Jay Cocks, decide centrarse en un momento de la historia en el que los japoneses que se han convertido al cristianismo viven con miedo y escondidos, bajo amenaza de tortura y muerte. Dos jesuitas portugueses, los padres Rodrigues y Garrupe, viajan de incógnito hasta el País del Sol Naciente con una misión muy particular: averiguar qué hay de verdad en los rumores sobre el padre Ferreira, su antiguo mentor, que parecen indicar que ha renegado de la fe, abrazado el budismo y el estilo de vida japonés.

Los dos jóvenes sacerdotes descubrirán en su camino a muchos grupos de cristianos ocultos y deseosos de proseguir con la práctica de su fe, con los que se verán obligados. Pero pronto van a descubrir que la realidad es mucho peor de lo que podían haber imaginado y que su fe va a ser puesta a prueba como nunca antes.

El nuevo proyecto de Scorsese (Shutter Island, La invención de Hugo, El lobo de Wall Street) supone una vuelta a un tipo de cine más intimista que no tocaba desde el estreno de Kundun en 1997, tras la que inició una etapa más comercial, principalmente de la mano de Leonardo DiCaprio. Silencio es una película difícil para el espectador, que plantea una serie de cuestiones de lo más interesantes en torno a la fe, la vida espiritual o sobre la labor evangelizadora de la Iglesia Católica.

Silencio es una de esas películas que se disfrutan mucho más en una pantalla de cine. El ritmo pausado de la narración y el abuso de la voz en off pueden hacer que más de un espectador acabe exhausto tras más de dos horas y media de proyección. Para meterse en esta dura historia resulta imprescindible un buen trabajo de ambientación, con una fotografía de Rodrigo Prieto muy bonita. De igual manera, la labor de los actores es imprescindible y todos se encuentran a un gran nivel, aunque el mayor peso de la narración lo lleva sobre sus hombros Andrew Garfield (The Amazing Spider-Man 1 y 2, Nunca me abandones, La red social), en el mejor año de su carrera.

Le secundan Adam Driver, otro actor de moda en plena ascendencia al estrellato (sobre todo tras interpretar a Kylo Ren en El despertar de la Fuerza) y la apuesta segura de Liam Neeson, al que se agradece ver en este tipo de papeles (Un monstruo viene a verme, Crónica de un engaño, Chloe) y no solo repartiendo estopa a todo el que se cruza en su camino (Caminando entre las tumbas, Sin identidad, El equipo A, Furia de titanes).

Scorsese no huye de la crueldad del inquisidor japonés, dispuesto a erradicar la fe católica a cualquier precio, algo que choca frontalmente con ese Japón idealizado que a veces se nos vende donde todos los samuráis son personajes de honor intachable. Ni de las dudas del padre Rodrigues o la debilidad de ese japonés convertido, un Kirishitan, llamado Kichijiro. En ese aspecto la película es bastante honesta, pero hay que reconocer que en determinados momentos se hace un poco difícil, sobre todo por su excesiva duración.


Reflexiva, incluso trascendental, Silencio aparecerá seguro en las próximas nominaciones a los Oscars, siendo como es Scorsese un fijo en las quinielas desde hace años. Y en no pocas categorías. 

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