martes, 18 de abril de 2017

The Leftovers. Segunda temporada


Damon Lindelof, polémico guionista de series como Perdidos, películas como Prometheus o cómics como Ultimate Lobezno Vs Hulk, se unió al escritor Tom Perrotta para, contando con la colaboración de la HBO, adaptar a la pequeña pantalla la novela de este último The Leftovers.

El resultado fue una primera temporada repleta de altibajos que apostaba sin tapujos por una situación tan irreal y misteriosa que no valía la pena perder ni un solo minuto del metraje en explicársela al espectador. Es decir, aquí lo importante no son las respuestas; ni siquiera las preguntas en sí, sino cómo reaccionan los personajes ante una serie de hechos desconcertantes que han vuelto del revés su existencia. El detonante ya situaba a la serie dentro del género de la fantasía, ya que un pequeño porcentaje de la población mundial, sin importar raza ni condición, desaparecía sin dejar rastro en un santiamén. Y el comportamiento de los protagonistas, muchas veces fuera de toda lógica, la situaba dentro del drama más humano.

Una hábil conjunción de distintos géneros que acabó convenciendo a crítica y público al menos lo suficiente como para que la HBO la renovara para una segunda tanda de episodios. Y es aquí donde The Leftovers alcanzó un nuevo estatus de culto. Liberada de los límites de la novela original, Lindelof contó de nuevo con el creador original de la historia para llevarla todavía más lejos, planteando una nueva situación que casi rompía con todo lo anterior, introduciendo nuevos personajes –la familia Murphy- y una nueva localización, Miracle, Texas, el único lugar documentado donde no hubo ninguna desaparición. Incluso la cabecera de los episodios era renovada.


Hasta allí es donde se muda la disfuncional familia de Kevin y Nora, junto a la hija adolescente del primero y el bebé que encontraron en su puerta en el desenlace de la temporada anterior. Justo el mismo día que, por primera vez, desaparecen tres adolescentes sin dejar rastro.

Teniendo en cuenta que el primer episodio comienza con un prólogo prácticamente mudo protagonizado por una mujer de las cavernas, no hay nada que no nos podamos esperar de esta serie, que por otro lado no deja de lado las diferentes formas que tiene la gente de reaccionar ante un lugar geográfico único en el mundo: la entrada está estrictamente vigilada y solo es posible hacerlo como turista; la mayoría de habitantes del pueblo repiten casi paso a paso todo lo que estaban haciendo el fatídico día en el que tuvieron lugar las desapariciones, como una especie de ritual de salvación; mientras que a las puertas del mismo se congregan cientos de personas en busca de no se sabe qué.


En el exterior, el resto de la familia de Kevin se enfrenta a la secta de los Guilty Remnant, mientras que en el interior de Miracle se sigue buscando desesperadamente a las muchachas desaparecidas, mientras Kevin se decide a iniciar un viaje interior muy personal que lo lleve a deshacerse de los fantasmas que le acosan –literalmente-.

Lindelof no renuncia a uno de sus fetiches: los flashbacks, ya que en muchos momentos se interrumpe la narración para contarnos qué ha ocurrido desde el final de la temporada anterior hasta el comienzo de esta o incluso todavía más atrás. Pero es algo anecdótico, un recurso como otro cualquiera de ofrecer información al espectador. Lo importante es lo cuidado que están los personajes y que las apuestas de ambos guionistas han resultado ganadoras, como el hecho de dejar a los principales protagonistas de lado y otorgarle el punto de vista a otros nuevos en multitud de ocasiones.


La fe, la religión, la organización social; siguen estando ahí como puntos centrales, pero también el miedo y la impotencia, la tristeza y la desidia. Y por supuesto el amor y la esperanza. The Leftovers es una serie que funciona y que no debería hacerlo, porque te deja perplejo pero al mismo tiempo emociona muchísimo, porque sus personajes están muy bien escritos y las metáforas que se plantean retratan muy bien lo que en el fondo somos los seres humanos. Hay violencia y muerte, pero también hay resquicios para la curación. Prácticamente todos los actores tienen su momento y todos se encuentran a la altura de una producción que, como viene siendo habitual en la HBO, tiene un acabado magnífico. La música, de Max Ritcher, me parece especialmente adecuada, por todo lo que consigue trasmitir.

Aun así las audiencias no debieron de acompañar al entusiasmo de los críticos. No hay otra forma de entender el hecho de que la HBO la renovara para una única y última temporada, la tercera –que para más gracia se estrenó el Domingo de Resurrección-. Al menos se han tomado más tiempo de lo normal, no han tenido prisa y eso debería indicar que ha habido un especial cuidado a la hora de plantear la historia que, de nuevo, va a cambiar drásticamente de localización. Veremos si también lo hace de tono. Porque las respuestas, francamente, no creo que lleguen nunca. Y lo mejor es que no hacen ninguna falta.

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