Pocas series han sabido
reinventarse tan bien como Homeland.
Sobre todo tras finalizar su tercera temporada. La muerte de Brody no solo
acabó con un arco argumental que se había prolongado durante tres años, sino
que dio un broche de oro a un fantástico plan que Saul Berenson había estado
llevando a cabo cuando se hizo cargo de la dirección de la CIA y que
revolucionaba la política exterior norteamericana en Oriente Medio.
Pero no contentos con lo que
habían conseguido, los responsables tras la serie decidieron apostar por
temporadas autoconclusivas. Era posible seguir algunas subtramas año tras año,
como la maternidad de Carrie, pero en líneas generales se trataba de un nuevo
escenario con diferentes personajes. Primero tuvimos a Carrie destinada en
Afganistán y Pakistán. Mientras que en su quinto año en antena la acción se
trasladó al corazón de Europa, a la ciudad de Berlín, con la protagonista ya
alejada de los servicios de inteligencia.
Aunque es innegable que las
principales tramas de la serie tienen un punto exagerado en torno a todo ese
mundo de conspiraciones que rodea siempre a los espías de la CIA, los
guionistas se preocupan de aderezarlo con suficientes elementos de actualidad
histórica que le dan una capa de veracidad. Cuando uno ve un capítulo de Homeland tiene la sensación de
familiaridad, porque es fácil encontrarse muchos elementos comunes con los
principales telediarios que aparecen en televisión.
Esto es algo que en el
principio de la sexta temporada ha podido jugarles una mala pasada a los
guionistas, pero que con el paso de los capítulos han sabido asimilar: creían
que iba a ganar Hillary Clinton. De vuelta a Estados Unidos, las elecciones
presidenciales acaban de terminar y en el centro de toda la historia se
encuentra la nueva presidenta, elegida por los ciudadanos pero que todavía no
ha jurado el cargo y cuyas ideas sobre política exterior preocupan mucho a las
principales agencias de inteligencia, con Dar Adal a la cabeza.
Carrie vive ahora en Nueva
York con una doble vida. Como civil trabaja en una fundación dedicada a dar
protección legal y asistencia a musulmanes que han sido perseguidos por el
gobierno, mientras que en secreto se ha convertido en una de las principales
asesoras de la futura presidenta. Lo que la colocará en medio de una nueva
conspiración.
El uso fraudulento de los medios
de comunicación, en especial de las redes sociales y de la televisión y los
métodos de presión que pueden ejercerse incluso en un futuro presidente de los
Estados Unidos conviven con la paranoia hacia un nuevo atentado terrorista que
pone en la picota a buena parte de la población musulmana del país. Y las leyes
no pueden garantizar todos los derechos de los ciudadanos norteamericanos.
De nuevo el equilibrio entre
los tejemanejes de los espías en la sombra y la realidad actual de la sociedad
norteamericana está muy conseguido, auténtica seña de identidad de la serie
junto a sus dos protagonistas, Claire Danes y Mandy Patinkin. Los episodios son
emocionantes y dejan al espectador con ganas de más. No tengo claro si ahora
mismo Showtime tiene una serie mejor
en antena, pero se entiende su renovación por dos nuevas temporadas,
presumiblemente las últimas. Más si tenemos en cuenta que, aunque el principal
arco argumental que hemos visto este año ha quedado resuelto, la posición de
Carrie al final del mismo ha quedado francamente comprometida.
El único pero que se le puede
poner a esta temporada es el papel de Peter Quinn. Creo que el antiguo asesino
de la CIA debería haber muerto en el desenlace de la temporada anterior, en esa
última imagen ambigua en la que se insinuaba que Carrie acababa con su
sufrimiento. Sin embargo lo hemos tenido dando tumbos junto a la protagonista,
convertido en una pieza más de una complicada partida, destrozado físicamente
por las secuelas del ataque de gas sarín al que sobrevivió y con un estrés
postraumático que le hace imposible relacionarse con nadie. Al menos en los
últimos episodios han sabido darle lo más parecido a una redención, pero no se
me ha hecho fácil lidiar con él en muchas de sus apariciones, por mucho que el
actor Rupert Friend lo haya dado todo por hacer a su personaje lo más creíble
posible.
Es cierto también que la
serie, dejando de lado un breve repunte en la temporada anterior, ha ido
empeorando sus números tanto de cara a los aficionados como a los críticos.
Pero eso no quita que siga siendo un espectáculo entretenido y emocionante,
bien hecho y al que parece todavía queda cuerda para rato.




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