
Antes de asaltar las taquillas de medio mundo con la trilogía de Spider-Man, Raimi ya poseía grandes momentos de buen cine, tanto en el género fantástico como en otros más mundanos como el thriller. A comienzos de los ochenta se hizo un nombre con su trilogía de culto Evil Dead, realizando una mezcolanza de géneros inaudita en una clara apuesta por el estilo de serie B. La capacidad de ofrecer terror hasta un punto en el que sueltas carcajadas –ya sea a través de absurdas escenas o por puro nerviosismo- que tenía este director permanecía a la espera de su ansiado retorno al género, hecho que se produjo esta último verano y gracias a un descanso forzado tras la decepcionante Spider-Man 3.
Christine (Alison Lohman) es una empleada de banco que en un momento de debilidad se deja llevar por su ambición y ante la posibilidad de un ansiado ascenso deniega una prórroga a una ancianita gitana que está a punto de perder su casa. Tras un enfrentamiento delirante entre ambas en un parking cercano –como me gusta seguir viendo el coche del tío Ben en las cercanías- la gitana le echa una maldición a la joven: un espíritu maligno la acosará hasta pasados tres días, cuando vendrá directamente a por su alma. Christine deberá recurrir a la ayuda de un vidente para intentar deshacerse de la maldición. Pero estas cosas –sesiones de espiritismo incluidas- nunca son fáciles, y Christine deberá preguntarse a qué está dispuesta con tal de librarse del mal que le espera.
He mencionado antes una gran pelea en un parking, pero Raimi nos ofrece buenos momentos de delirio. Si en sus comienzos la película apuesta por un terror algo tópico, el director ofrece atmósferas muy cargadas de suspense, aunque abusa de algunos tópicos, como subir el volumen de la música y de los sonidos ambientes. Con muchos menos efectos especiales de lo que se podía esperar en un principio, pronto las escenas en las que no sabemos si reír o gritar irán aumentando, siempre siguiendo el decálogo de este director: chorros de sangre que aparecen de ninguna parte; montones de vómitos que se repiten una y otra vez; bichos e insectos; un momento musical bastante absurdo. Si incluso hay una escena donde aparece un yunque colgado de una cuerda del techo. Sólo le faltaba ACME escrito.
El ritmo que le imprime Raimi no deja que el espectador se aburra en ningún momento y la duración de la cinta es la adecuada. Apenas hay rodeos y se pasa a la acción sin demora. La mezcla de escenas desagradables, terroríficas y absurdas –de graciosas- es única. Si es que hay de todo: aparte de lo anterior tenemos un cementerio, un funeral, una casa vetusta y un grandísimo final; un desenlace consecuente con la delicada decisión que debe tomar la protagonista si quiere vivir un día más. Welcome Back, Mr. Raimi.
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