martes, 23 de febrero de 2010

Shutter Island, de Martin Scorsese


Leonardo DiCaprio (Origen, Revolutionary Road, Red de mentiras) nos ofrece una gran interpretación en su cuarta película a las órdenes del director neoyorquino en una fructífera colaboración que dura ya más de diez años. Interpreta en esta ocasión a un Marshall de los Estados Unidos, veterano de la II Guerra Mundial, que a mitad de los años 50 se ve obligado junto con su nuevo compañero –Mark Ruffalo (A ciegas)- a investigar una fuga de una de las pacientes de un hospital psiquiátrico donde se recluyen criminales peligrosos, situado en la isla de Shutter, en la bahía de Boston. Una trozo de roca en medio de ninguna parte, rodeado completamente de acantilados y donde la huida se antoja imposible. La fría colaboración con la que le reciben los responsables de la institución –gran dúo de actores, Ben Kingsley (Transsiberian) y Max Von Sydow- y su propia agenda personal, ya que su esposa –Michelle Williams- murió tiempo atrás por culpa de uno de los internos; llevarán al policía a sumergirse en una conspiración al más alto nivel gubernamental con reminiscencias del régimen nazi y a una investigación que amenaza con consumirle de igual manera que al resto de recluidos en Shutter Island.

Una historia complicada de múltiples lecturas, agobiante en muchos de sus momentos, desarrollada en un ambiente opresor donde las tormentas con huracanes azotan los acantilados ideada por Dennis Lehane, famoso novelista norteamericano al que ya ha adaptado Hollywood con buena fortuna. En manos de Scorsese, un realizador curtido en mil batallas, artesano como pocos y que aquí entiende a la perfección el nudo de la historia y su posterior desarrollo. Se nota una ambientación y realización perfecta –Scorsese cuenta con unos medios a su alcance extraordinarios y eso se aprecia durante todo momento- en un escenario único para incrementar pacientemente la tensión en el espectador y desorientarlo con varias escenas que rompen la linealidad del relato, como flashbacks de los antiguos días de guerra y muerte que vivió el protagonista o esas escenas oníricas provocadas por la fiebre y los medicamentos. A destacar una banda sonora muy poderosa, en intensidad y en volumen, un engranaje más de la película ensamblado con habilidad.

Aparte de los mencionados más arriba, todavía hay algunos personajes secundarios importantes para el desarrollo de una trama donde hasta el más mínimo detalle aparece como importante: los nombres; quién dijo qué; cuándo y cómo lo mencionó. Para ello Scorsese se vale de la interpretación, aunque breve, de varias caras conocidas como las de Elias Coteas (Benjamin Button), Jackie Earle Haley (Watchmen), Emily Mortimer (Transsiberian), John Carroll Lynch (Gran Torino) o Patricia Clarkson (Si la cosa funciona). De DiCaprio saca lo mejor de él mismo y qué decir de Kingsey, un gran actor que en este tipo de grandes producciones se encuentra en su elemento y sólo puede aportar talento interpretativo.

Con grandes momentos de tensión y thriller, llegando a rozar el terror psicológico en algunas secuencias, Scorsese nos sumerge de la mano de su último actor fetiche en un complicado puzzle que exige nuestra atención desde el primer momento y que nos irá arrastrando por diversas interpretaciones hasta llegar al sorprendente desenlace donde, para colmo, parece que todo cuadra –eso sí, ¡si hemos estado atentos!-. Para mi gusto, la mejor colaboración entre ambos artistas, Scorsese y DiCaprio, dos veteranos ya en esto del cine que están atravesando un momento dulce en sus carreras.

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