
Continúan las aventuras de este justiciero enmascarado que protege a los habitantes de una villa cercana a Madrid en el siglo XVII por el camino del éxito en una renovada televisión pública cuya decisión de suprimir la publicidad no sólo le ha dado un liderazgo absoluto en casi todas las franjas de audiencia, sino que ha beneficiado de forma indirecta muchos de sus productos, como el cine o las series, en concreto esta Águila Roja, imbatible en la noche de los jueves tras veintiséis episodios.
En esta segunda tanda los responsables detrás de las peripecias de Gonzalo de Montalvo, profesor de día y experto espadachín y Ninja de noche, han potenciado muchos de los aspectos destacables que ya tuvo en su primera temporada y han intentado pulir algunos de los defectos que la lastraban. Sin embargo todavía queda camino por recorrer para alcanzar cotas de calidad dignas de la televisión americana o inglesa, auténticos baluartes en lo que a series de televisión se refiere.
Águila Roja reúne muchos de los ingredientes necesarios para triunfar: la mixtura de acción, aventura e intriga; aderezada con toques de humor costumbrista y con pequeñas dosis de tensión sexual no resuelta entre sus dos protagonistas principales es un tópico del género; un manual que toda producción debe seguir para conquistar al espectador. Es a partir de ahí, de cómo estén conjuntados estos elementos, que nos encontraremos ante una propuesta más del montón o ante una obra de calidad. La producción de Globomedia se encuentra ambientada en un periodo de la historia interesante y la idea de situar a un enmascarado al más puro estilo Batman, que para colmo es un Ninja en toda regla tiene visos de genialidad. Sin embargo, la indecisión de sus responsables a la hora de posicionar la serie impide que esta avance hacia aquello que la haga perdurable.

Y es que ese es su principal problema: no llega a nada. Un quiero y no puedo exasperante que se repite una y otra vez, semana tras semana. No llega a los niveles de realismo en violencia o sexo que puede ofrecer una cadena como la HBO, pero se contenta con insinuar una y otra vez variantes de torturas o enseñar los diferentes culos de todos los protagonistas. No son capaces de hacer madurar a los chavales, que son cargantes y ni siquiera están bien dirigidos: Guillermo Campra, que interpreta a Alonso, se limita a elevar el tono de voz, usando siempre el mismo deje y el mismo gesto con la mano derecha a la mínima que tiene una escena dramática.
Otra indecisión tiene lugar a la hora de situar el contexto histórico. Una cosa es que se tomen licencias necesarias para narrar una historia de ficción, pero no puedes dejar que los personajes utilicen un lenguaje de la calle actual, lo mezcles con varios cuadros históricos como diversas obras de Velázquez y remates la jugada con un amago de baile entre Gonzalo y Catalina con música ñoña típica de final de capítulo de Smallville o cualquier otra serie juvenil americana.
Aciertos ha tenido muchos: las secuencias de acción se han visto mejoradas de forma espectacular y lucen mejor que nunca; el ritmo de cada capítulo también, en especial al eliminar las pausas publicitarias. Pero no puedo dejar de pensar en qué resultado quedaría si limitaran la duración de cada entrega a cuarenta minutos y dedicaran el presupuesto ahorrado a mejorar el diseño de producción. Se cuentan demasiadas cosas que no sirven para nada en cada capítulo, mientras que las que de verdad importan para el desarrollo de la trama principal –la búsqueda que emprende el protagonista de su propio pasado al tiempo que tiene que lidiar con las injusticias cometidas contra el pueblo- se repiten demasiadas veces.

El planten actoral se ha visto mejorado. A la incorporación desde el primer capítulo de la segunda temporada de José Ángel Egido, dando vida al perverso cardenal Mendoza, se le une la de Alberto San Juan en el capítulo final, prometiendo cosas interesantes para la tercera temporada. Janer va mejorando en su papel, más físico que nunca; mientras Javier Gutiérrez sigue siendo el que mejor lo hace, una pena que casi todas sus intervenciones sean cómicas, porque se le podría sacar mucho más partido.
En resumen, aunque la cosa va mejorando de forma clara, todavía queda mucho trabajo que hacer. Y es que no se puede contentar a todo el mundo y si tu serie es buena ni falta que te hace. Una apuesta clara por uno u otro género la beneficiaría sin duda: eso haría que la historia avanzara sin trompicones, que mejorara el ritmo de cada entrega y que, consecuentemente, se viera reflejado en la calidad de la misma: vestuario, decorados, número de extras. De momento es la serie más cara de la historia de la televisión española y eso se nota. Lo mejor que puede salir de todo esto es que las demás cadenas se den cuenta de que hace falta una producción nacional alejada de los tópicos familiares que tanto han triunfado en el pasado, pero que están obsoletos. Hacen falta propuestas diferentes, incluso arriesgadas u originales, pero sobre todo hace falta que las cadenas apuesten por ellas. Que una vez producidas las mimen, las publiciten, las emitan dignamente y con respeto al espectador. Y la audiencia responderá. Casi seguro.
Todo Águila Roja en este blog, aquí.
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